Sophia - Despliega el Alma

30 octubre, 2023 | Por

Carola Reyna: «Okasan fue fruto del deseo y después apareció la magia»

La actriz atraviesa un gran momento frente al unipersonal basado en la novela Okasan. Diario de viaje de una madre donde, además de actuar, colaboró en la adaptación y producción junto a su amiga, Sandra Durán. La maternidad, el paso del tiempo, los roles y los mandatos, el deseo y la autenticidad como motores de la vida, son algunos de los temas de esta charla.


Por Agustina Rabaini. Fotos: Nora Lezano.

“De vez en cuando le toco un brazo. Aferrada a su ropa, estoy llorando. Ahora es él quien habla por mí”, dice la madre que interpreta Carola Reyna en el unipersonal Okasan. Con una atmósfera poética de ecos japoneses, esta adaptación teatral de la novela de Mori Ponsowy deja ver desde el inicio que ahora es el hijo (de 21 años) el que muestra y enseña cosas a esta madre que viaja a Japón a visitarlo por primera vez desde que decidió abrir las alas en esas tierras lejanas y fascinantes.

La escena nos lleva a imaginar el reencuentro con ese hijo un poco cambiado, que ella apenas reconoce en los primeros instantes, y en un mundo en el que dependerá de él para comunicarse y sentirá el extrañamiento y la distancia de todo viaje. Un momento bisagra en el que todo puede cambiar, mutar, reconfigurarse.

La propuesta de Okasan es, entonces, tan ligera y delicada como inmersiva; un viaje de introspección y transformación para una persona (Reyna) cuyo lenguaje verbal y escénico impacta en el público con sutileza y profundidad. No solo en esas madres y padres que tienen hijos viviendo en el exterior, sino también en quienes viven o atraviesan procesos de separación o duelo, y en cualquier ser humano que se vea enfrentado al paso del tiempo y al devenir, a la pregunta por el sentido, el propósito y el deseo como llama y motor de la vida.

Allí están los dilemas y modos de andar, moverse y buscar de muchas de nosotras; el retrato de una mujer contemporánea dispuesta a indagar en quién es y quién será a partir de ahora. Un desafío que, en la piel y la voz de Reyna, deviene una luminosa oportunidad.

Pudimos conversar con la actriz en uno de los descansos, entre función y función, en un día de pleno sol, un fin de semana de primavera.

—Carola, ¿cómo y por qué decidiste sumergirte en el universo de Okasan, este libro-diario de viaje?

—Bueno, no podría decir que decidí mucho nada, sino que me ocurrió: me vino como un regalo inesperado de manos de una íntima amiga mía, Sandra Durán, con quien estamos produciendo la obra. Una navidad le regalaron la novela y días después, en enero de 2022, me llamó para decirme que estaba fascinada y que me imaginaba contando esta historia en un unipersonal. Tanto ella como yo tenemos hijos viviendo afuera y me decía: “Me acuerdo de cuando llegás y me contás de las visitas a Rafa, y yo te cuento de las visitas a Jose…”. Yo volví de mi vacación, leí el libro y al leerlo quedé atravesada como por la espada del amor. Sentí que me hablaba a mí y que quería hacerlo, contar esa historia. La llamé y enseguida empezamos a movernos: buscamos a Mori Ponsowy, la autora, por las redes, un día nos encontramos en un bar y no paramos de hablar durante horas. Así empezó esta aventura increíble.

—Quién soy yo, ahora, después del viaje de los años de maternidad de un niño y adolescente, parece preguntarse la protagonista de Okasan, cuando se encuentra con ese hijo (casi) nuevo, (casi) desconocido… ¿Hay una oportunidad en medio de lo nuevo, ese desafío, esa extrañeza… el tiempo que pasa?

—Por supuesto que hay oportunidad. Hasta el último momento, hasta el último respiro, hay una oportunidad de cambio, de reflexión, de toma de conciencia, de amar, de elegir, de hacerse cargo de quién es uno. «¿Y quién soy yo ahora?», se pregunta esa madre y me parece que está buenísimo no esperar a que tu hijo se vaya lejos o a viajar a Japón para preguntarse quién soy, qué quiero, qué necesito; ver qué gustos me doy, qué hago con todo este tiempo nuevo para mí, qué es la libertad. Uno está cambiando todo el tiempo y los contratos internos con las otras que sos también, pueden ser renovables. Hay duelos o alejamientos que hacen que una se encuentre sola, y ese tiempo de soledad también puede hacer que afloren cosas nuevas e identificar “armas” que tenés y que son valiosas, alucinantes.

—A veces uno olvida que una madre también es una mujer, dijiste, también… 

—Sí, en la obra quisimos “rescatar” a la madre de Okasan, en el sentido de que no se perdiera en el viaje de su hijo y en el viaje de su propia vida. Hablamos mucho de esto y nos pareció bueno remarcar el momento en que la madre se mete en el baño de aguas termales junto a otras mujeres, en el Onsen, y dice que fue una de las noches más felices de su vida. Justamente, en esta fragilidad desnuda que comparte con otras, ella revaloriza su propio cuerpo de mujer, su erotismo y su femineidad… Uno a veces se escuda o defiende desde ciertos roles, o son tan potentes que te atrapan y “esto no puedo porque mi marido…” o “porque papá no quiere que haga…” o “está mal visto…”. El ser madre es tan enorme que a veces encapsula a la propia mujer y uno antes de ser madre era, básicamente, una mujer a quien su cuerpo, su deseo y su sexualidad llevó a la maternidad. Antes de todo éramos, simplemente, mujeres. Históricamente, la sociedad y las publicidades han mostrado una imagen de madre que compraba el caldito y cocinaba el guiso para toda la familia; una mujer que solo estaba para cuidar, proteger, alimentar. Desde la obra quisimos rescatar la fuerza femenina y a la mujer que hay en toda madre.

«Por supuesto que hay oportunidad. Hasta el último momento, hasta el último respiro, hay una oportunidad de cambio, de reflexión, de toma de conciencia, de amar, de elegir, de hacerse cargo de quién es uno».

—Okasan refleja esa compleja transición, para una madre, de pasar de ser imprescindible a correrse, al punto de volverse casi invisible…

—Sí, yo digo siempre que la maternidad es un camino que puede ser arduo y difícil, y esto de pasar de ser absolutamente imprescindible a tener que hacerte casi invisible sería común a todas, en el sentido real de la maternidad. Está la madre que queda atrapada, la madre devoradora que no puede dejar de ser “imprescindible”, impidiendo que el hijo no pueda independizarse de ella. Y está esa otra madre que uno aspira ser, con hijos e hijas independientes, que puedan valerse por sí mismos y elegir su propio rumbo. Una madre que tiene que poder dar todo el amor, las herramientas y también, alas; saber correrse para que esas alas puedan batirse y que ese hijo o hija pueda volar. De una manera u otra, los chicos te lo hacen sentir con el “dejame”, “correte”, “ahora no me vengas a buscar” o “no me quiero abrigar”. Creo que uno tiene que dejar claro que está presente en el cuidado, la protección y en lo que puedan necesitar, pero también poder correrse, hacer espacio. La maternidad no tiene un lugar fijo, la vida no lo tiene.  

—¿La madre de Okasan no somos, entonces, un poco todas?

—Bueno, sobre eso no sabría bien qué decir, pero sí que Okasan habla de la vida misma y que ahí estamos todos… El libro termina diciendo: “Nacemos, crecemos, un día nos morimos y los milagros existen”, y eso habla del tránsito por la vida. Creo que este viaje que emprende el hijo a Japón y el viaje de la madre, metafóricamente hablando, hacia su propio camino, aceptación o búsqueda de libertad, es algo universal. Están quienes lo reconocen más o menos, quienes lo niegan más o menos, y a quienes les duele más o menos, pero me parece que es un tránsito bastante general. El paso por la vida es común a todos y así también el hecho de que nuestras madres o nuestros padres crecen y, en un momento, quedan a nuestro cuidado. Pasamos a ser madres de nuestras madres y a veces, también, hijas de nuestros hijos. Tal vez sea por eso que Okasan pega en el corazón de tantos y se sienten reflejados. En el viaje o tránsito de la obra está el paso por la vida. 

—¿Cómo está siendo el viaje después de unos meses a través de las funciones?

—Es alucinante, porque es un proyecto que nació del deseo y entre amigas. Cuando estoy en escena, por momentos me siento una chamana que, de alguna manera, ejecuta una magia, eso de poder de contar un cuento y que los que escuchan se dejen contar. Mientras estoy ahí, siento muy presente al público, como si fueran adultos en pijama a punto de irse a dormir y me dijeran “contame, contame”. Los siento así de entregados y es una alegría que puedan recibir algo con lo que puedan identificarse. Estamos hablando de un tema tan universal como la vida, el crecimiento, el cómo estamos en este mundo, dónde nos ponemos, cómo nos coloca la vida y cómo nos cambia de lugar todo el tiempo. En este momento creo que la inteligencia pasa por saber acomodarse a los cambios. Por otro lado, es un momento particular para los jóvenes, porque el mundo se ha vuelto más cercano, más a mano. Los jóvenes se mueven como se mueven estos tiempos. Están los hijos que viven lejos y también se dan otros movimientos como puede ser que un hijo o hija se vaya de casa… La obra también resuena por esos lados. 

«El deseo fue el motor total, nunca se especuló, el camino ya era la meta. Empezamos a jugar y lo que aparecía era tan alucinante y jugoso que estábamos felices. Okasan fue fruto del deseo y después apareció la magia».

—¿Viajar y tomar distancia permite ver más o, incluso, por primera vez? 

—Los viajes te ponen en el presente: al modificar la rutina todo se presenta como nuevo o diferente y eso hace que uno esté más en el momento a momento. “Dónde paro, qué voy a comer, adónde voy…”, todo el tiempo estás eligiendo o decidiendo algo, no estás tan adormecido. Por eso, los viajes pueden ser maravillosos y también angustiantes; pueden ponerte algo importante frente de los ojos. Cualquier mambo importante en un viaje se puede acrecentar y uno puede también descansar un poco de uno mismo y reflexionar más profundamente. Por eso hay algo del diario de viaje que es tan interesante, es lindo poder escribir mientras estás viajando, algo fluye o aflora y lo podés ver…

—Es precioso cómo juegan los objetos en la obra, cómo cobran nuevos sentidos…  

—Lo de los objetos es relindo. Paula Herrera Nóbile, la directora nos decía que anotáramos los objetos que están en el libro, los que nos llamaban la atención de Japón y hubo otros objetos que fueron apareciendo en el juego, todo se dio de una manera intuitiva y fácil, entre amigas.

—¿Qué papel jugó el deseo?

—El deseo fue el motor total, nunca se especuló, el camino ya era la meta. Empezamos a jugar y lo que aparecía era tan alucinante y jugoso que estábamos felices. Okasan fue fruto del deseo y después apareció la magia. 

—¿Hay algo más que quieras compartirnos?

—Sí, quisiera decir que cuando uno elige desde el corazón, las cosas se van armando de una manera maravillosa. No es que sea fácil, que no haya esfuerzo, pero vas poniendo el corazón y algo se vuelve armonioso, verdadero, no especulativo. Me parece que está haciendo falta hacer cosas, ya no desde el marketing, el testeo y “lo que hace falta para”, sino desde del deseo de hacer, desde lo más genuino. Las cosas chiquitas que nacen de un lugar auténtico, pegan y llegan muy hondo. Así que ahí seguimos, vamos por ahí.

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