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8 marzo, 2016 | Por

ALMUDENA HERNANDO: Las mujeres y el poder

Almudena Hernando es española y, como etnoarqueóloga, ha recorrido comunidades indígenas de distintas partes del mundo. Con un desafío: demostrar que las “verdades universales” que rigen nuestra sociedad se asocian a relaciones de poder desiguales. Por eso, tiene mucho para decir acerca del lugar que hemos ocupado y ocuparemos las mujeres de aquí en más.


almudena

Hay algo en la charla de Almudena Hernando que llama enseguida la atención y no es solo su exquisito hablar, en ese español madrileño. Es algo más sutil, la pasión con la que se refiere a la humanidad, su objeto de estudio. O, mejor, la energía que emplea para reflexionar, mientras habla, acerca de la construcción de una torre edificada sobre sistemas de valores que determinaron las conductas y formas de la vida modernas. Enormes moles que usaron al orden patriarcal como su “cemento social”, tal como describe en el libro ¿Desean las mujeres el poder?, donde plantea que la relación basada en las diferencias entre opresores y oprimidos encontraron su engranaje en un mecanismo difícil de detectar, que supo operar a través de un método certero: la constitución de una identidad diferencial, donde los varones se entregaron a la razón, replegando a las mujeres a una vida centrada en las emociones y los vínculos.

“¿Por qué elegí la arqueología? Porque me interesa conocer el origen de lo que somos, el comienzo de la trayectoria que nos trajo hasta aquí”, dice en esta charla que transcurre durante sus últimas vacaciones en la Argentina. Y eso la llevó a interesarse por la construcción de la identidad en las sociedades orales, a entender las diferencias entre la individualidad y la identidad comunitaria o relacional. Pero en su libro La fantasía de la individualidad (Katz Editores), Almudena describe ese punto de partida desde un lugar más personal: “Tal vez fue porque a mi madre le gustaba vestirnos igual a mi hermana melliza y a mí, aunque no nos parecíamos nada, e incluso a nuestra tercera hermana, y a la cuarta… Tal vez fue por eso, pienso, que nunca acabé de confiar en las apariencias”. En su trabajo, como en un viaje por el laberinto de preguntas, la autora responde por qué no tuvo lugar el futuro brillante y emancipador que prometía la Ilustración, construyéndose en su lugar un orden social desigual.

¿Desean las mujeres el poder?

Almudena lleva adelante una carrera impresionante y su recorrido fue moldeando su forma de ver, no solo a la cultura, sino también a las mujeres. “Siempre estaba interesada en la identidad de género. Y a través del tiempo, ambos intereses se fusionaron. Así fue como enfoqué mi investigación en dos temas aparentemente diferentes: los estudios etnoarqueológicos de las sociedades orales (principalmente sociedades de cazadores-recolectores) y la construcción sociohistórica de las identidades masculina y femenina”, explica.

–¿Cómo llegaste a vivir en una comunidad?

–Me dedicaba a estudiar el origen de la agricultura y, paralelamente, fui con una ONG a trabajar a Guatemala con los Q’eqchí, un pueblo maya de agricultores de palo cavador, que abren un agujero en el suelo y cultivan maíz. Quedé impactada tras ese contacto; me di cuenta de que ellos tenían una manera de entender el mundo completamente diferente a la nuestra. Yo ya era profesora, había publicado artículos de arqueología. Pero, a partir de ahí, lo que me interesó fue ver cómo entendía el mundo la gente que no tenía escritura, bucear en su manera de entender la realidad.

–¿Cuál fue el gran dato que encontraste?

Que la escritura es fundamental para entender cómo los seres humanos entendemos lo que somos y lo que es el mundo. Los Q’eqchí, al pertenecer a una cultura oral, pensaban de otra manera, dando mucha más importancia a la comunidad que al individuo, a los vínculos y a la comprensión mítica del mundo que a la racionalidad. Entonces, mi interés y mi investigación cambiaron radicalmente. Comencé a viajar, a buscar otras comunidades. En el Brasil, en Tailandia, ahora en Etiopía… El contacto con otra cultura te cambia para siempre, porque confirma que lo que piensas en tu cultura no es universal como crees, sino apenas una manera particular de ver las cosas.

–¿Por qué partir de las diferencias?

–Porque al comprenderlas se entiende qué es lo que hay de común en los grupos y qué es lo que los va diferenciando. Llegué a concluir que las diferencias son construidas; que históricamente se han hecho trayectorias distintas para construir culturas distintas, pero no hay ninguna diferencia esencial en el ser humano: todos tenemos las mismas capacidades emocionales y racionales. Pero no todos las hemos aplicado a las mismas cosas ni las hemos desarrollado en el mismo grado. Pienso que las diferencias fueron construidas culturalmente, que no hay diferencia biológica que determine desigualdades sociales.

–¿Qué pasa con la realidad biológica de que solo nosotras podemos ser madres?

–Esa diferencia existe pero, en mi opinión, no determina diferencias en la construcción de la identidad entre varones y mujeres. No constituye la causa, sino la condición que explica que, en el inicio de las relaciones prehistóricas, el desarrollo de las actividades fueran diferentes. Podemos suponer que, como ocurre entre los cazadores-recolectores actuales, los varones habrían asumido las actividades que más movilidad o riesgo implicaban. Y cuando no se tiene escritura (ni por tanto mapas) esta diferencia es fundamental, porque las dimensiones del mundo son solo las que pueden recorrer. Por eso, cuanta más movilidad se tiene, más grande y más variado es el mundo, y hay que tomar más decisiones. Esto habría hecho que los machos tuvieran un poquito más de asertividad, lo que podría haber marcado un ligerísimo mayor grado de individualización. Y eso disparó un largo proceso histórico.

–¿De qué manera podemos pensar los fragmentos que nos ha dejado ese proceso?

–Fue un proceso muy gradual, en el que los hombres asumieron actividades que implicaron un poco más de riesgo y, por ende, de mayor decisión y prestigio social. Entonces, cuando llegó el momento de seguir tomando decisiones, fue más fácil que las siguieran tomando ellos. Así que lo que empezó a pasar es que, a medida que los varones desarrollaban la razón, la individualidad y el poder, empezaron a impedir que las mujeres hicieran lo mismo para que ellas les garantizaran a ellos (y al grupo) el sostenimiento de los vínculos y del sentido de pertenencia. Cuanto menos cultivaban ellos esos vínculos y emociones, más necesitaban a esas mujeres, aunque paradójicamente menos reconocían la importancia de su contribución. El orden patriarcal se ha servido de mujeres cuya función no se reconocía como importante, pero era imprescindible.

–Cimiento para conductas peligrosas…

–Sí. Los maltratadores matan a sus mujeres cuando se quieren ir, porque ellos no pueden concebir la vida sin ese apoyo emocional. Les es imprescindible, es la base que precisan para que no se les desmorone todo lo construido afuera. Hemos ido desarrollando una ideología en la que se les da importancia a la razón, a la individualidad, al yo y al triunfo personal, y no se valoran en los mismos términos la comunidad, los vínculos, las emociones, aunque son constitucionales de ser humano.

–¿Y qué nos ha pasado a las mujeres?

–Se nos ha mantenido subordinadas, pero al llegar a la modernidad empezamos a leer y a escribir y eso hizo que nos individualizáramos. Pero nosotras no hemos podido y no hemos querido reproducir la trampa de ellos: no olvidamos el lado emocional y comunitario de la vida, porque ha sido nuestra especialidad histórica y además porque sabemos que es lo que da sentido a la vida. Por otro lado, no tenemos a nadie que nos garantice los vínculos y la pertenencia a la comunidad si nosotras no nos ocupamos de eso. Desarrollamos un tipo de individualidad distinta, mientras que el varón (el hegemónico tradicional patriarcal, que es el mayoritario) solamente da importancia a lo individual y necesita un complemento, esa mujer que le garantice lo emocional.

–En el libro ¿Desean las mujeres el poder? planteás que la subordinación de la mujer obedece a una cuestión de identidad. ¿Y aquellas que ocupan puestos de mando?

–Muchas mujeres inmersas en el orden patriarcal no reflexionan acerca de en qué consiste la desigualdad. Consideran que la igualdad se consigue cuando se accede a esos puestos en los que están los varones y se respeta la ideología que los sostiene, que es la de idealizar la razón, negando la importancia de las emociones y los vínculos si se quiere construir una sociedad sana e igualitaria. Entonces, cuando llegan, reproducen ese orden. Pero hay otras mujeres que al llegar al poder mantienen la conciencia de la importancia de lo comunitario, y son justamente ellas quienes pueden desarrollar otro tipo de poder y contribuir a construir una sociedad distinta.

–Entonces, ¿realmente nos interesa a las mujeres ocupar lugares de poder?

–Si estamos individualizadas, nos puede interesar tanto como a los varones. Pero nosotras solemos dedicar mucha más energía que ellos a cultivar las relaciones y los vínculos, lo que explica el llamado “techo de cristal” en nuestras carreras profesionales. Es fácil que llegue un momento en que no compense mantener la carrera por el poder porque no podemos, ni queremos, dejar de atender a otros aspectos de la vida (hijos, parejas, amigos, tiempo de ocio…), de los que los varones no se ocupan en la misma medida.

–¿Y qué pasa con los varones sensibles?

–Cada vez hay más, como también hay cada vez más mujeres individualizadas que les dan mucha importancia a su trabajo y a sus propios deseos. Cuando estas mujeres forman pareja y tienen hijos varones, van influyendo para que cambie esa mentalidad. Hay muchos varones que les dan importancia a las emociones y están dispuestos a cambiar, pero se encuentran con el rechazo de sus pares que los tildan de “flojitos”, de “calzonazos”, como se dice en España (N. de la R.: En la Argentina su equivalente es “pollerudo”). Ellos también tienen que aguantar mucha presión social y, si quieren cambiar, deben luchar también.

–¿Por qué no encuentran el espacio?

–Porque muchas veces se trata de un espacio de renuncia, de dejar de lado el poder y una posición de privilegio. No es fácil hacerlo. Nosotras, que venimos de una posición subordinada, solo tenemos cosas que ganar con la lucha por la igualdad, pero ellos pierden esas ventajas de las que han gozado hasta ahora, lo que explica su mayor resistencia.

–Si es verdad que soplan vientos de cambio, ¿por qué esta escalada de violencia contra las mujeres?

–Porque las mujeres quieren salir de su posición de subordinadas, pero los varones patriarcales no pueden prescindir de ellas. Las necesitan tanto como las desprecian. Solamente cuando los varones cultivan sus propias emociones, empiezan a relacionarse en términos de igualdad con las mujeres, porque las respetan y las reconocen, y pueden ofrecerles a ellas cuidados y atención emocional. Sin embargo, al no saber cultivar sus emociones y sus vínculos, los varones patriarcales no pueden sostenerse solos, y entonces se vuelven contra las mujeres cuando ellas quieren abandonarlos.

–En el último encuentro de ONU Mujer se dijo que en ochenta años se logrará la igualdad entre varones y mujeres. ¿Estás de acuerdo?

–No lo creo tan pronto, la verdad. Ahora hay una sociedad más igualitaria, pero el orden patriarcal se disfraza y sigue reproduciéndose. Estamos en una trayectoria de mejoras, pero el orden se sostiene en discursos menos visibles. La idea de que las mujeres tienen que ser madres, lucir jóvenes y estar guapas, además de llegar a puestos de poder, se mantiene. Mientras respondamos a eso, no estaremos yendo por fuera de las pautas patriarcales.

–¿Cómo lo haremos, entonces?

–Abandonando el lugar tradicional de objeto en el que nos han puesto, porque nos quita derecho de estar a la par de un varón. Va a costar mucho y se va a lograr solo si las mujeres que están individualizadas y son independientes transforman sus propias relaciones de pareja y sus pequeños ámbitos. Es un cambio que parte de lo local, de lo privado y se irá extendiendo poco a poco. En una utopía, eso llegará a cambiar la sociedad…

–¿De qué manera tus dos objetos de estudio, las comunidades prehistóricas y las diferencias de género, se unieron?

–Me di cuenta de que la diferencia entre la manera de construir la identidad y la idea del mundo entre el mundo occidental y las comunidades indígenas otorgaba el poder al primero sobre las segundas. Del mismo modo, comprendí en mi propia vida que varones y mujeres poníamos énfasis en cosas muy distintas y asumíamos formas de identidad diferentes. Y que esa diferencia hacía que el poder siempre estuviera del lado de ellos. Conecté la relación del género con la relación de identidad entre el mundo individualizado y el comunitario. Me pareció que eso es lo que estaba pasando entre los varones y las mujeres. Creo que existe una conexión estructural y profunda ahí.

–¿Qué debemos enseñar a nuestros hijos de lo que has aprendido en las comunidades indígenas?

–Que la individualidad es la identidad que “empodera” para no aceptar la subordinación, pero no se puede sostener sin la identidad comunitaria y vincular. Que no es verdad (como sostuvo la Ilustración) que el individuo sustituyó a la comunidad sino que, a medida que se desarrollaba la individualidad, se ocultó su importancia. Pero que esta es esencial, porque sin la comunidad el yo no puede existir.

Por María Eugenia Sidoti. Foto Martín Pisotti.

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