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23 junio, 2023 | Por

Adriana Lestido: «Entrar en mis zonas desconocidas fue un regalo»

En el documental Errante: la conquista del hogar, su primera película como realizadora, la fotógrafa y cineasta argentina sube al espectador a un viaje metafísico por distintos puntos del Polo Norte, donde supo registrar las fabulosas auroras boreales, las cuatro estaciones y donde volvió a bucear en uno de sus temas recurrentes: el tiempo.


La fotógrafa y cineasta Adriana Lestido, retratada por la lente de Freddy Heer. 

Por Agustina Rabaini

«Viajar sola, sin compañía, como en un viaje interior hacia mis propios confines», dice Adriana Lestido en referencia a su última aventura: un viaje por el círculo polar ártico y por las islas Svalbard, una inhóspita región que comparten Noruega e Islandia. En ese desierto blanco, entre enero de 2019 y mayo de 2020, la reconocida fotógrafa argentina capturó imágenes que pueden verse en el film Errante: la conquista del hogar, su primer largometraje como realizadora, que se proyecta los sábados a las 18 en Malba. 

Del realismo de las primeras épocas, cuando fotografió las recordadas series de “Mujeres presas” y “Madres e hijas”, a una zona de mayor abstracción y de imágenes casi pictóricas, la artista ofrece una experiencia casi mística e inmersiva en la naturaleza en estado puro; una invitación a la contemplación y a la exploración. 

Ver Errante en un momento del mundo como este, sabiendo que fue filmada en tiempos de aislamiento por Covid, interpela, emociona e invita a adentrarnos en un mundo silencioso, matizado solo de vez en cuando por la música de Ketil Bjornstad, Nick Cave y Gabo Ferro, y por textos bellísimos de Liliana Bodoc, Haruki Murakami, Luis Alberto Spinetta y Doris Dörrie, entre otros.

La fotógrafa, cineasta y maestra de fotógrafos viajó a Islandia en enero de 2019 para permanecer allí un tiempo, y su estadía se extendió, quedando demorada, los ojos bien abiertos, en una cabaña en medio de “la nada”. En ese lapso de tiempo llevó adelante un registro, día tras día y estación tras estación, de los cambios de luz, las texturas y la maravilla, logrando imágenes que logran un viaje metafísico, profundo y desafiante. ¿El tiempo? Ese tema vuelve a ser uno de sus motivos más grandes de exploración, esa obsesión, percepción, abstracción, dimensión desconocida.  

“El tiempo me interesa sobre todo desde la presencia, desde aprender a estar presente, poder tener la conciencia en el presente”, detalla ahora, en una sala de cine del barrio porteño de Villa Crespo, en una conversación que mantuvimos luego de ver el film. Y quisimos saber, para empezar, en qué momento decidió hacer esta (primera) película, luego de su último registro fotográfico en otro destino increíble, al sur del sur, en la Antártida, una experiencia que dio lugar a otras dos bellísimas puestas: una exposición y el libro Antártida negra (Tusquets).

La fotógrafa argentina detrás de su cámara, en comunión con el entorno. Foto: Valeria Bellusci.

—Adriana, ¿cómo se dio el tránsito de la cámara de fotos al registro cinematográfico, en Errante…?

—Se fue gestando de a poco, pasito a pasito, como todo en mi vida. Empecé estudiando cine, en 1979. Enseguida descubrí la fotografía y dediqué mis mejores energías a este hermoso medio. Pero siempre quedó latente la posibilidad de volver al cine, un medio que amo. En algún momento sentí a la serie que hice en la Antártida como mi límite —al menos en este momento— con la fotografía, y la fuerte necesidad de incorporar el movimiento y el sonido en la imagen. Así, después de la Antártida me compré una cámara de video y comencé a hacer pequeños cortos como forma de aprendizaje. Me gustó mucho, por otra parte, la sensación de volver a ser aprendiz. Además, hacía tiempo que quería ver y registrar las auroras, no sólo por su mágica belleza sino también por lo que significan simbólicamente, la victoria de la luz sobre las tinieblas. Quería registrar sus danzas en el cielo, cómo se mueven, cómo aparecen y se esfuman, expresar sus cambios y su fugacidad.

“Las auroras simbolizan la victoria de la luz sobre las tinieblas”, dice Adriana sobre la belleza de esta forma de luminiscencia. 

«A fines de diciembre de 2018 viajé a Berlín invitada a exhibir la serie de la Antártida, y entonces saqué un pasaje por mi cuenta a Tromso, pequeña ciudad al norte de Noruega donde es más probable llegar a verlas. Alquilé una cabaña chiquita al borde del mar, y allí me instalé. Fue tan fuerte lo que sentí, tan cerca del Polo Norte, el imán de la Tierra, que la auroras pasaron a un segundo plano. Me quedé un mes y allí decidí volver y viajar sola alrededor del círculo polar ártico en las cuatro estaciones. Quería grabar la experiencia con imagen en movimiento y sonido, sin producción ni equipo técnico de apoyo. Yo sola con mi cámara. Abismarme en tierras extremas, desconocidas, como forma de llegar al límite de mi vulnerabilidad, de lo que me hace humana. Poder comprender algo más de la complejidad de la vida a través de lo más básico: la naturaleza, los elementos, el aire, el agua, la lluvia, el viento, la tierra, el fuego, los animales», cuenta Adriana sobre la travesía. 

—¿Cómo fue permanecer meses enteros en esa cabaña, día tras día?

—Fue hermoso y también muy duro y difícil, por momentos. Pero salir de la rutina, conectar con la naturaleza, comprender algo más de mi vida, entrar en mis propias zonas desconocidas, fue un regalo. Me sentí muy plena todo ese tiempo. Haciendo lo que debía hacer, estando donde tenía que estar. La magia sucede con la presencia, con la entrega al aquí y ahora, eso que me ayuda a ser consciente del sentido de mi vida, lo único que me permite evolucionar como ser humano y expresar algo sustancial.

«La magia sucede con la presencia, con la entrega al aquí y ahora, eso que me ayuda a ser consciente del sentido de mi vida, lo único que me permite evolucionar como ser humano y expresar algo sustancial».

—¿Por qué el título Errante: La conquista del hogar?

—La conquista del hogar es, creo, el largo viaje de la vida hasta llegar al lugar que nos pertenece, a nuestra morada interior. Llegar a ser lo que somos. Creo que se conquista errando, soltando las raíces del pasado que nos condicionan. Abismándonos. Siendo cada vez más libres. Es difícil, pero para mí es el sentido de estar viva en la Tierra. 

—¿Dónde encuentra el “hogar” una fotógrafa con tanta pasión por los viajes, ese andar que busca profundizar, ahondar más abajo, más adentro, y este interés  por el tiempo, el devenir, la observación?

—Mi pasión es básicamente por los viajes interiores. He viajado mucho y espero seguir haciéndolo, pero nunca con un interés turístico, de conocer nuevos lugares, sino como herramienta para llegar a mis propias zonas desconocidas. Como forma de salir de mi rutina y de los automatismos de la vida diaria y descubrir cosas nuevas, que en realidad siempre estuvieron, pero poder sacarles la cubierta y ver un poco más. Comprender algo más. Encuentro el hogar en la errancia, en el contacto con la naturaleza, con los animales. Es mi mayor felicidad. Ver los amaneceres, la llegada de la luz, cómo se hace el día. Ser conciente de los cambios, de la impermanencia. 

—Guillermo Saccomano habló de Errante… como de un “ejercicio de meditación extremo, un refinamiento agreste y delicado, que nos induce a pensar la relación entre nosotros y los otros, el lugar donde vivimos”. Y dijo que el hecho de que “no veamos ningún ser humano en el film es lo que más pone en alerta, estructura en abismo que obliga a comprometernos con la naturaleza que somos”. ¿Qué le responderías?

—Para mí se trataba en cierto sentido de poder captar nuestra forma de existir. Este comentario me hace pensar en (Andrei) Tarkovsky (un director que amo por sobretodos, y que Saccomanno cita en la nota), y en su película Sacrificio. Esa película, que habla de un milagro y de su poder transformador, es en sí misma un milagro. El reencuentro con la propia responsabilidad interior, dirigida hacia uno mismo y hacia los demás. Ante la amenaza apocalíptica de la película y que está tan en sintonía con este presente, la respuesta la da la imagen del árbol seco, que Alexander (el protagonista) riega con su hijo todos los días, según la vieja leyenda del monje que contra toda razón, año tras año, subía los cubos de agua a la cima del monte creyendo en los milagros de Dios, y que una noche ve finalmente que el árbol florece. Se trata de eso, de nuestra responsabilidad interior, ahondar en eso. De entregarse y tener fe.

El silencio del atardecer, un momento de conexión profunda. Foto: Vala Ísleifsdóttir. 

—Es interesante la diferenciación entre documental de exploración, y no solo “de observación”, a la hora de transitar la película. Hay una frase del fotógrafo Minor White, que dice: “No importa el rol en el que estemos, fotógrafo, observador, crítico: induciendo el silencio para ver dentro de nosotros mismos, se nos da la posibilidad de ver desde un lugar sagrado. Desde ese lugar se puede ver lo sagrado que hay en todo». ¿Qué autores te han acompañado a lo largo del tiempo?

—Ay, ¡Minor White! Pasé mucho los textos de su libro Ritos y pasajes (donde está este hermoso párrafo) en mis talleres. Y sus fotos también, claro. Todo, textos y fotos, son una maravilla. Ese libro es un poco un homenaje a Recuerdos, Sueños y Pensamientos, de C. G. Jung, un libro, para mí, de cabecera. Junto con Esculpir en el tiempo, de Tarkovsky. También los libros de Castaneda. Y los de John Berger. Son libros a los que siempre vuelvo, entre otros autores que siempre me acompañan.  En cuanto al silencio, es la base de la creación. Y de la vida. Es lo que permite hacer espacio para que se manifieste lo desconocido. El silencio interior, parar la cabeza. Einstein decía: “Pienso 99 veces y no encuentro nada. Dejo de pensar, nado en silencio, y la verdad viene a mí”. 

—¿Podrías elegir un objeto, o dos entre todos, uno de esos que te llevarías?

—Siempre un cuaderno, una lapicera a pluma, cartuchos de tinta y un buen parlante para escuchar música. Puedo prescindir de otras cosas pero jamás me muevo sin los elementos para escribir y escuchar música.

—¿Un director o película favorita?

—Un director, por sobre todos, Andrei Tarkovsky. Una película, además de Sacrificio y Stalker (de Tarkovsky), podría ser Los años luz, también llamada A años luz, de Alain Tanner.

—¿Un/a músico/a, disco o canción?

—Billie Holiday, siempre. Y entre los contemporáneos, Nick Cave y Cat Power.

—¿Qué otros significados tiene la palabra «viajar» para Adriana Lestido?

—Salir de la rutina, que adormece y condiciona, y en la que se nos va la vida. Despabilarse. No importa lo mal o bien que la pase en un viaje, siempre me ayudan a dar un pasito más.

Una postal de Islandia, donde capturó imágenes que pueden verse en el film Errante: la conquista del hogar. 

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