Alex Rovira
Es escritor, economista y uno de los pensadores más importantes de hoy. Para el académico español, vivimos en un entorno de crisis que está dando lugar a mayores índices de corrupción y falta de confianza en los que nos rodean. En una entrevista exclusiva desde España, nos invita a sostener la esperanza como un imperativo moral. Por: Isabel Martinez de Campos.
Merecemos una vida distinta, donde haya una mejor redistribución de la riqueza, donde se acaben los paraísos fiscales, donde el respeto por la naturaleza garantice la calidad del entorno de la vida futura, donde la cultura y la educación sean la siembra de los verdaderos brotes del porvenir; donde la solidaridad, la justicia y la transparencia sean realidades y no conceptos que se proclaman en discursos”. Esa es la tesis del último libro de Alex Rovira, La vida que mereces, publicado este año en España y escrito junto al empresario español Pascual Olmos.
Rovira es escritor, economista y emprendedor. Reconocido a nivel internacional por las conferencias que dicta a emprendedores y empresarios de todo el mundo, es autor de libros de gran éxito como La buena suerte, El mapa del tesoro y La buena vida, que han sido traducidos a cuarenta y dos idiomas. Le gusta presentarse como “psiconomista”, mezcla de psicólogo y economista. Asegura negarse a renunciar a la utopía, y afirma, convencido: “Hoy, más que nunca, son necesarios los idealistas sumamente prácticos, lo que tocan el suelo con los pies, pero anhelan las estrellas”.
–En la Argentina estamos viviendo una crisis moral muy grande, hay corrupción y es difícil confiar en las instituciones. En su último libro, La vida que mereces, vincula la crisis moral a la crisis económica…
–Sí. La crisis moral que estamos viviendo es el resultado de la miseria moral. Y el antídoto contra esto es la transparencia, la integridad, los principios. La transparencia es mostrar las cuentas tal cual son, decir adónde ha ido a parar el dinero, quién ha hecho qué y con qué objetivo. Normalmente, la crisis económica es el resultado de la falta de integridad y transparencia. Cuando estos principios están ausentes, aparecen “elites” que se enquistan en el gobierno y estructuran las reglas de juego para favorecer a su oligarquía, a su clan, a su grupo. Así, a la larga, se perpetúan en el poder las mediocridades representadas por personas que no saben gestionar, que desconocen cómo redistribuir la riqueza y generarla, y que, para colmo, no admiten la crítica ni el cuestionamiento. Este tipo de gobiernos se vuelven opacos y su única defensa es atacar a aquellos que los cuestionan.
–¿Qué podemos hacer para salir de este sistema tan tóxico y disfuncional?
–Se necesita un cambio profundo. Nuestro desafío es humanizar la humanidad. El remedio y la solución para nuestro mundo se centran en tres ejes: la educación y la cultura, la transparencia y la ética, y, por último, el compromiso y la visión. Muchos gobiernos fallan porque no apuestan a estos valores ni los transmiten.
–Empezando por la educación, ¿qué tiene que cambiar?
–La educación abre las puertas a la cultura. Tenemos que educar a nuestros hijos en las múltiples inteligencias, no solo en las dos tradicionales, que son la lógica y la racional. Debemos también incorporar la inteligencia emocional y social, basada en la empatía, en la compasión y en las buenas actitudes; la inteligencia práctica, que se basa en sa ber hacer bien las cosas; la creativa, que permite la innovación; la inteligencia espiritual, que no se refiere a ninguna religión o dogma, sino a la capacidad de encontrar un sentido a la vida y trabajar con un propósito que busque el bien común; y, por último, la inteligencia moral o ética, cuyo fin es inculcar a nuestros hijos que las cosas no se hacen pensando solo en el bien propio, sino también en los demás. Hoy la pregunta que debemos hacernos no es ya qué mundo dejaremos a nuestros hijos, sino qué hijos dejaremos al mundo.
–¿Qué papel cumple la esperanza cuando hay una crisis?
–La esperanza es un imperativo moral. Un padre no puede llegar a casa y decir :“Hijos, estamos acabados” hasta que sepa que ha hecho todo lo posible para que esa afirmación no se cumpla. La esperanza y la confianza no suelen nacer de la constatación de la realidad. Y la esperanza nunca ha sido el triunfo del sentido común, sino el triunfo de la voluntad. Las personas que han cambiado el mundo lo han hecho en entornos y circunstancias donde todos decían: “Es imposible hacer algo”. Ellos también veían la realidad adversa y compleja, pero decidieron no rendirse. Por eso, insisto en que la esperanza es un imperativo moral para que la vida siga adelante y para conquistar la dignidad.
–¿Cómo nos damos cuenta de que estamos ante una crisis?
–A veces, confundimos los términos. Una crisis no es lo mismo que una catástrofe o una tragedia. Estas últimas son irreversibles y suceden cuando, por ejemplo, pierde la vida un ser amado. La crisis, por definición, admite reversibilidad. En griego clásico, la palabra “crisis” quiere decir “mutación, inflexión”; algo cambia súbitamente hacia el bien o hacia el mal. También hay crisis malas. Son aquellas que se gestionan mal y pueden convertirse en tragedia o desgracia. “Crisis” comparte raíz etimológica con “crisálida”, que es el lugar en el que el gusano se transforma en mariposa, o con “crisol”, que es el recipiente que utilizan los alquimistas para la depuración. La etimología de las palabras nos ayuda a conocer la verdad; por eso, pongo tanto el acento en ella.
–¿Cómo salimos de una crisis?
–Santo Tomás decía que a toda crisis se llega desde el vicio y se sale desde la virtud. Supongamos que tenemos una crisis de salud porque estamos fumando tres paquetes de cigarrillos por día. El médico nos aconseja dejar de fumar porque en tres años podemos tener un cáncer de pulmón. Si, a pesar de este consejo, seguimos fumando los tres atados diarios y luego viene el cáncer, no hubo mala suerte, sino que optamos por un suicidio lento. Si en una relación de pareja, uno le dice al otro que está en crisis, que necesita más cariño, un mayor diálogo, haremos todo lo posible, si amamos a la persona, para que nuestra pareja vaya para adelante. Con estos ejemplos, intento demostrar que una crisis es una llamada a la conciencia, a la autocrítica, al diálogo, a la denuncia necesaria. Es muy importante saber que hay cosas que tienen que cambiar porque toda crisis implica un cambio. Si no hacemos nada y consideramos que la culpa es siempre del otro, la crisis puede acabar en desgracia.
–Desde lo cotidiano, ¿qué podemos hacer para no culpar siempre al otro y hacer nuestro aporte?
–Pienso que no somos conscientes del poder que tenemos y que ese poder se estructura en las pequeñas decisiones que tomamos. ¿Qué medios de comunicación miramos y escuchamos? ¿Esos medios hacen un ejercicio de rigor? ¿Están defendiendo una ideología a capa y espada o son justos y equilibrados? ¿Intentan hacer una aproximación ecuánime a la realidad? ¿Qué estamos comprando? ¿A qué destinamos nuestro dinero? ¿En qué banco estamos poniendo el dinero? ¿Dónde va a parar ese dinero? ¿A quién votamos? ¿Somos capaces de vender nuestro voto por unos cuantos dólares o pesos? ¿Estamos perpetuando la miseria o estamos apostando a la justicia? En las pequeñas decisiones que tomamos cada día, que son muchas, se modela la realidad. A veces, decimos que un partido político tiene la responsabilidad, pero ¿quién votó a ese partido y qué leyes promulgó? Tenemos que ser mucho más autocríticos, sin dejar de exigir responsabilidad a los incompetentes. Ya lo decía Nelson Mandela: “Cambiar una sociedad es relativamente fácil, lo difícil es cambiarte a ti mismo”.
–¿Cómo hacemos para ser emprendedores en medio de circunstancias adversas?
–Hoy por hoy, el emprendedor es consciente de que su mercado es el mundo. Cuando uno no cuenta con las circunstancias adecuadas para salir adelante, puede emigrar, pero eso no siempre es posible. Para emprender hace falta coraje, que no significa ausencia de miedo, sino la conciencia de que existe algo por lo que vale la pena arriesgarse.
–En sus libros usted afirma que un emprendedor siempre es optimista.
–Claro, siempre doy el ejemplo de los astronautas. Imaginemos a una persona que va en una misión espacial de alto riesgo. Su primera característica es el optimismo. Es imposible imaginarse a un astronauta pesimista que dice: “No vamos a llegar, nos vamos a morir todos”. Para subir al cohete hay que estar muy preparado, no solo intelectual y operativamente; hay que tener también una buena predisposición para el trabajo en equipo, una gran tranquilidad ante la incertidumbre, una capacidad para, más allá del miedo, saber tomar decisiones en momentos clave. Así son los emprendedores. Las personas que transforman el mundo tienen coraje, ganas y una visión muy comprometida con los demás y con la vida.
–¿Cuál es el papel que desempeñan las mujeres en la sociedad actual?
–Hace un tiempo, escribí un artículo que hizo mucho ruido en España, cuyo título era “El futuro es ella”, y estoy convencido de que es así. Día a día las investigaciones demuestran que la mujer, debido a su capacidad para albergar la vida, tiene un sentimiento y una emoción mucho más expandidos. Posee un sentimiento de alteridad mayor, una inmensa capacidad para el diálogo. El hombre está más orientado a la acción, y esa acción puede ser a veces precipitada. El rol de la mujer va a ser clave en el futuro que se avecina. Además, las mujeres pueden hacer varias cosas a la vez y relacionar un hecho con otro, ver las implicancias y los miles de redes que se tejen a partir de una acción. El hombre es mucho más lineal en su concepción cerebral. Eso hace que la mujer juegue un papel fundamental porque, en definitiva, es más humana, y, como dije antes, el reto que se viene es humanizar la humanidad.
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