14 junio, 2014
«El padre es quien instala al hijo en el mundo externo»
En una charla a fondo, el psiquiatra y psicoanalista José Eduardo Abadi reflexiona acerca de cómo ejercer el rol de padre en los tiempos que corren. La importancia de incentivar a nuestros hijos a vivir con una mayor seguridad y autoestima. Por Isabel Martinez de Campos.
José Eduardo Abadi – Médico, psiquiatra y psicoanalista. Profesor adjunto de Psicopatología de la UBA. Docente de Educación para la salud en el Colegio Nacional Buenos Aires. Entre sus trabajos más destacados en simposios internacionales figuran “Función y lugar del hijo”, “La resistencia”, “Apuntes en torno a la felicidad posible”. Conduce el programa de radio Secretos del espejo por LA RED AM 910.
Llega el Día del Padre y la ocasión se convierte en una oportunidad para reflexionar acerca del rol de un padre en la vida de una familia y en el vínculo con sus hijos. Pareciera que en la naturaleza masculina, la relación con un hijo varón fluye debido a la afinidad en los juegos y también por empatizar en un mismo tipo de lenguaje emocional. Sin embargo, hoy más que nunca, la presencia de los padres en la vida de sus hijas es fundamental, para que se relacionen bien con su femineidad y para que caminen seguras y autónomas por la vida. ¿Cómo debe ser una relación ideal entre un padre y una hija? ¿Qué lugar le dan los padres a ese vínculo que sus hijas tanto necesitan para crecer sanas y con autoestima? El reconocido médico, psiquiatra y psicoanalista José Eduardo Abadi ha estudiado en profundidad esta temática y responde a estas preguntas y muchas más, para que el Día del Padre no sea solo una fiesta de regalos, sino para que padres e hijas se den mutuamente el mejor de todos los regalos: un vínculo saludable que genere, a la larga, una vida más feliz.
–En el mundo en que vivimos, donde los roles muchas veces se mezclan, ¿cuál es el rol de un padre dentro de la familia?
–Si bien no existen roles rígidos ni inamovibles, el rol del padre está asociado al mundo externo. La función del padre (y siempre en complementariedad con la madre) es recibir a ese hijo e incorporarlo en el mundo exogámico, social y cultural, aquel que alude a la norma, a la convivencia y a una ley. Hay un hijo que nace y hay padres que lo reciben para que juntos le enseñen a caminar por la vida. El padre le da a su hijo amor y valoración, pero también protección para que se anime y ensaye, sabiendo que si hay algo que no está en el lugar adecuado, estará presente su sostén para asistirlo, y retomar ese aprendizaje o entrenamiento para la vida.
–¿Qué pasa cuando nace un bebé, en esa época de tanta simbiosis con la madre? ¿Cuál es la función del padre en ese momento inicial?
–Cuando un bebé nace, hay un período de dependencia simbiótica con la madre que es natural. Si bien hay una relación dual donde muchas veces el padre se siente celoso o afuera, esto no es permanente. La madre siempre tiene como referencia a ese otro con quien tuvo ese hijo. Con el tiempo, el padre le permite romper la simbiosis y, así, al hijo ser el hijo y a ella ser ella. Es decir, cuando hablamos del padre como aquel que instala al niño en el mundo externo, en el trípode de amor, valoración, protección, y lo entrena en el beneficio de ser él mismo y autónomo, estamos diciendo que el padre también tiene como función romper ese vínculo simbiótico que, aunque en un inicio es correcto, coherente y necesario, si se prolonga indebidamente, estamos frente a una relación poco saludable. El padre es el tercero –que forma el triángulo– y permite a cada uno ser autónomo, tener la función que le corresponde y salir de la fusión, pero a la vez estar muy unidos. No olvidemos que para estar muy unidos hay que diferenciarse y ser cada uno quién es.
–En ese sentido, entonces, también es importante que la madre deje entrar al padre…
–La madre reclama que intervenga el padre, que cumpla con esa función. Además, hoy en día, le sugiere nuevas funciones. Cuando el hombre ingresa en esta nueva calidad de relación con los hijos –que no está ligada solo a lo normativo y direccional–, donde aparece toda esa nueva atmósfera que antes era exclusiva de la madre, se genera un vínculo mucho mejor entre los padres y, además, disminuye la violencia en la estructura psíquica del hijo.
–A su entender, ¿los varones están con una conexión emocional más amplia que años atrás, o las mujeres seguimos siendo sus “traductoras” en relación con el mundo de las emociones?
–Hay un sector masculino que está incorporándose de manera entusiasta y gratificante a nuevas variables de relación, a nuevas funciones con los hijos, y que disfruta de un intercambio con la madre mucho más rico. Aun así, también hay grupos que se resisten al cambio por temor a la emergencia de todo lo femenino que hay dentro de ellos y lo rechazan y se encierran en una rigidez extrema.
–¿Cuál es la diferencia entre el rol de un padre con un hijo varón y con una hija mujer?
– Hay una base necesaria para ambos, que es el amor, la valoración y la protección. Tanto varones como mujeres necesitan de un padre disponible, que juegue con ellos y se meta en su mundo. A través de la recreación lúdica, nace la intimidad entre padres e hijos, y todos crecen. Sin embargo, el varón tiende más a la identificación y a la rivalidad edípica, a la competencia por ver quién es el elegido de la madre. Más tarde, a medida que el chico crece, renuncia a esa rivalidad, y tarde o temprano se identifica con el padre. Es en ese momento en el que buscará a otra mujer que no sea la madre. En cuanto a la hija, esta tiene un vínculo preedípico con la madre y luego hace un desplazamiento: tendrá la fantasía de ser deseada por su papá. Así irá adquiriendo su propia femineidad hasta sentir la seguridad suficiente para salir al mundo.
–Entonces, la mirada del padre es fundamental para que la hija tenga una autoestima alta…
–La hija necesita ser mirada, valorada y apreciada por el padre. El papá debe jugar con ella, acercarse a su mundo y aceptarla tal cual es; reconocerla en su lugar femenino y darse cuenta de cuando ella lo llama y lo necesita. Las hijas necesitan sentir que sus padres se interesan por ellas y que están atentas a su mundo. Esto es fundamental para su valoración.
–Muchos padres, cuando ponderan a sus hijas les dicen: “¡Qué linda que sos!”, algo que no sucede tanto con los varones. Pareciera que a veces sus hijas son como muñequitas más que seres inteligentes, con otras cualidades para ponderar. ¿Qué piensa sobre este tipo de valoración?
–Vivimos en una sociedad que da mucha importancia a la imagen y existen muchos clichés que señalan a la belleza como propiedad de lo femenino. De hecho, antes la mujer tenía que ser linda para ser importante. Sin embargo, considerar que el hombre tiene que ser feo e inteligente, y la mujer linda y tonta es caer en una variable machista. El hombre que dice eso es estúpido. Estamos en un mundo donde se trata todo el tiempo de estereotipar, y donde lo femenino se asocia a la belleza corporal y lo masculino a la fuerza, a la producción, al dominio. Gracias a Dios, todas estas cosas se están cuestionando y van cambiando. Ojalá para siempre y de un modo irreversible.
–¿Qué pasa con los padres machistas, aquellos que solo pueden jugar con sus hijos varones, pero no juegan con las hijas por no sentir afinidad en ningún aspecto?
–Esos padres tienen temor a ver su lado femenino y, por lo tanto, se sienten inhibidos a jugar con la hija por una incapacidad para manejar sus propios impulsos y recibir el mundo femenino. El problema es que la hija percibe esta incapacidad del padre como un desinterés y, a la larga, como una desvalorización o como un conflicto con su propia femineidad y su relación con los hombres. Un padre machista debería ver de qué se trata ese machismo, enriquecerse como persona y salir de esa forma rígida y estereotipada de personalidad; darse cuenta y aceptar todo aquello que le brindan sus propios condimentos femeninos y poder, además, acercarse y valorar sin miedo ese mundo que le trae la hija.
–¿Por qué una hija necesita al padre?
–Es difícil dudar de la necesidad que tiene toda hija de un padre. La hija necesita un papá que la quiera para sentirse persona, un padre que la valore para tener una autoestima fuerte y le permita ensayar proyectos; un papá disponible para que, a través del juego, le pueda demostrar que es interesante y valiosa, y que la proteja.
–Supongamos que una chica se quiere trepar a un árbol y su mamá tiene miedo y duda. El padre le dice: “Trepá que yo te miro. Animate”. ¿Podría ser este un ejemplo para definir el papel del padre en una familia?
–Claro. Subir al árbol está relacionado con despegarse. El padre la ayuda a poder vencer el propio miedo y la propia fantasía de pérdida en el desprendimiento. En el ejemplo, aparece el miedo de la madre a que le pase algo a la chiquita. Muchas veces, detrás de ese temor hay un miedo a que los chicos sean ellos mismos. En algunos casos, el miedo a que los chicos caminen por su cuenta es envuelto con cuidados excesivos y sobreprotección. Frente a eso –que, aclaro, puede estar presente en ambos padres– aparece la función paterna que dice: “Yo te ayudo, intentalo, probá; me quedo cerca porque, si tenés algún resbalón, estoy para cuidarte y te ayudo a que sigas intentando. Se trata de un acompañamiento sano hacia la formación de la hija o el hijo como sujeto autónomo con su propio deseo y su propio argumento.
–Este mes se celebra el Día del Padre. ¿Qué reflexión les dejaría a esos hombres?
–Lo interesante es asumir plenamente el lugar de padre para poder ejercerlo. Esto implica la dicha de amar a los hijos, la responsabilidad de hacerlos crecer sanamente con las ofertas y los límites propios del mundo, y la estimulación del cuestionamiento, el conocimiento y la curiosidad. Los chicos nos hacen preguntas y eso es sano y estimulante. Ese cuestionamiento debe ser aceptado por nosotros, y para eso es necesario que como padres desarticulemos aquello que creemos inamovible. Solo así los chicos construirán su propia versión y visión del mundo. Tenemos que ayudarlos a que sean ellos mismos. Uno es padre cuando un hijo no es una extensión suya. Si un hijo es una imitación o prolongación de uno, ese hijo no es persona, y uno, más que un padre, es un titiritero.
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