Magdalena Fleitas – Compositora, docente y musicoterapeuta
Magdalena Fleitas viajó por Latinoamérica buscando canciones y así forjó un estilo musical que rescata tradiciones en una mezcla divina de folclore y urbanidad que ahora reflejan sus discos. En Buenos Aires, Fleitas dirige un jardín de infantes y desde allí afirma para quien quiera escuchar: “Música podemos hacer todos”. Por Agustina Rabaini. Fotos: Eliana Moscovich.
Magdalena Fleitas es una voz autorizada a la hora de hablar sobre el mundo de los chicos y sus romances con la música. Consiguió algo casi imposible: que los chicos de ciudades como Buenos Aires, poco familiarizados con el folclore, se entusiasmaran con esa música. A los 36 años, lleva tiempo viajando con su banda a cuestas por la Argentina y otros países de Latinoamérica, y en el camino grabó los discos Risas de la tierra y Risas del viento, donde fusiona lo folclórico y lo urbano en canciones como para no parar de cantar y de bailar. En una casona de Palermo, Magdalena también dirige un jardín de infantes, “El jardín de Magda”, que propone un innovador proyecto educativo y en ese marco conversó con Sophia acerca del desafío de acompañar a los chicos a sentirse mejor escuchados en una etapa inicial y fundante de la infancia.
–¿Siempre supiste que querías dedicarte a esto?
–Sí, la música estuvo siempre y sabía que quería trabajar con chicos. Al principio, me especialicé en estimulación temprana y en trabajos con chicos que presentaban trastornos en el desarrollo. Con el tiempo, todo se fue encaminando: estudié musicoterapia, me convertí en docente y viajé incansablemente. Fue un camino solitario, pero también pude tejer redes con pares y así fui haciendo camino al andar. Fui trabajando, no paré de moverme, y ahora miro para atrás y digo: “Uy, mirá la banda que armamos”.
–¿Y el folclore?
–Escuchaba música folclórica desde chica. Mis padres tenían un fuerte compromiso social y viajaban a provincias del interior a misionar. Cuando empecé a viajar sola, visitaba escuelas y llevaba mi grabadorcito para hacer intercambios con los maestros y registrar las voces de los chicos. Así pude grabar los cantos de los chicos de la comunidad yamuní en el lago Titicaca. Fue tan maravilloso escucharlos… los chiquitos bolivianos cantan a grito pelado. Los ves tranquilitos, de alguna manera sumisos, y cuando cantan sale un huracán de adentro de la panza que te hace reír por la vitalidad que tienen. Pasan de a uno, hacen una circulación extraña de poesías y cuando terminan gritan: “¡Gracias!”.
–¿Tenés hijos o ganas de tenerlos?
–No todavía, pero después de tantos años de trabajar con bebés y niños, con mi pareja empezamos a pensar en esa posibilidad. Estoy en pareja con el compositor y escritor Luis Pescetti, y tener un hijo es parte de nuestro proyecto familiar. Con Luis hicimos un recorrido parecido: estuvimos muy volcados hacia afuera y ahora nos gustaría traer todo lo que conocemos del mundo de los niños a nuestra vida personal. Después de muchos años de trabajar con chicos, conozco las carencias de los bebés y a las mamás que se van desgarradas a trabajar porque no tienen otra opción. Si quedara embarazada, estaría dispuesta a delegar parte del trabajo. Magdalena, que cumplió 36 años, creció en una familia donde las melodías flotaban en el aire: su bisabuelo era músico, y con sus cinco hermanos, primos y tíos cantan hasta el día de hoy en fiestas familiares. Se formó con los planteos de artistas que proponían la música desde un lugar muy expresivo y está convencida de que “música podemos hacer todos”.
–¿Todos?
–La música fue sufriendo de ese mito que dice que para poder vivir estas experiencias, tenés que ser un dotado o un virtuoso, pero todos podemos cantar. Todos los niños escuchan la voz de la mamá, lo que canta la abuela, y esos sonidos terminan conformando un lenguaje muy afectivo. El que no canta en la ducha, canta en el auto, y los chicos van de la sala al patio cantando. La represión social hace que los adultos dejemos de cantar, pero cantar es muy liberador. A los papás les pido que se sienten a cantar, que pongan música y bailen con sus hijos.
–¿Qué opina de los concursos musicales de la tele?
–Algunos estandarizan la expresión musical: hay que cantar y bailar como la chica de High School Musical, y entre todos arman una especie de carrera de concursos. Lo positivo es que ahora muchos chicos andan con sus guitarras, van a talleres y realizan actividades musicales como parte de su currícula escolar. El crecimiento de la expresión musical en los últimos diez años es llamativo. No ocurre en todos los países.
–¿Qué aprendés vos de los chicos?
–Me asombra la relación directa que tienen con las cosas. Los grandes somos mentales, nos agotamos pensando y enojándonos. Los chicos tienen otro manejo de la energía; pasan angustias, miedos e inseguridades, pero las viven desde lo emocional. Esta relación con el mundo tan conectada con las emociones y los deseos permite aprender mucho. Los grandes estamos sobreadaptados, nos olvidamos de lo que queremos. Para los chicos todo es nuevo; miran debajo de la mesa y desde allí sacan fotos de un mundo que nosotros ya no miramos.
–¿De qué manera los ayudás como musicoterapeuta?
–La musicoterapia es un abordaje terapéutico riquísimo, con muchos recursos para abrir puertas. Al crear, sacás afuera tus emociones, y eso que te dolía y enfermaba se hace música. Mediante las canciones, los chicos se vinculan directamente a lo afectivo, sacan sus tristezas, celos, miedos, dificultades y comparten su alegría. Es importante dejar que los chicos se detengan un instante a escuchar lo que les pasa y nombrarlo.
–¿Hay música para chicos?
–Sí, pero ese concepto a veces se infantiliza. La mirada de los chicos está tan llena de contradicciones como la nuestra. En general, se pinta el mundo de los chicos más rosa de lo que es, y ése es un prejuicio de los grandes. No vemos lo difícil que es crecer, cómo duele la panza, cómo incomoda asumir consignas y tener que compartir cuando no se está preparado. El mundo de los chicos es intenso y contradictorio, y las canciones tienen que abordar eso. Es importante que haya algunas que generen un clima íntimo e incluso triste. Una canción así puede ayudarlos a ver que a sus pares les pasan cosas parecidas.
Canción con todos
“En Buenos Aires, todos tenemos una sed de folclore muy grande. Yo no pensaba definir mi trabajo como folclórico, pero se fue definiendo por la respuesta de la gente. No me da para hacer rap, pero soy urbana; no me da para cantar una vidala, pero me encantan las vidalas. Y me gusta el candombe, que es uruguayo. Entonces, hice todo mi recorrido para unir tradiciones. Siempre intento hablar de la tierra y de los animales. En la ciudad, los chicos están desconectados de la naturaleza”.
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