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Reflexiones

29 septiembre, 2023

El machismo libertario

Una radiografía de ese peligro que avanza: la violencia disfrazada de libertad, en un escenario político donde se exacerba el modelo tóxico de las eternas luchas de poder ligadas a las conquistas del "macho alfa".


Un muñeco que caricaturiza a Javier Milei blandiendo la motosierra se comercializa por Mercado Libre.

Por Sergio Sinay

El 16 de noviembre de 1831 moría en Breslavia, Prusia, el militar Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz. Tenía 51 años, había participado en batallas contra Napoleón y ya era célebre por sus estudios históricos, tácticos, estratégicos y filosóficos sobre la guerra. Los ocho volúmenes de su obra titulada precisamente De la guerra se terminaron de publicar después de su muerte, y su nombre quedó asociado a una de sus afirmaciones, repetida una y mil veces desde entonces: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”.

Como a las guerras las declaran y las protagonizan hombres (aunque mujeres, niños y ancianos suelen ser sus víctimas mayoritarias fuera de los campos de batalla), puede afirmarse que son un fenómeno esencialmente masculino. Una manera brutal de dirimir conflictos, disensos, desacuerdos a través del sometimiento de aquel a quien se declara como enemigo. Y siguiendo la idea de Von Clausewitz podría decirse que la política, tal como se ejerce, como la conocemos y como la padecemos, es la continuación del machismo por otros medios.

Política es una palabra que deviene de polis, las ciudades-estado de la antigua Grecia, y definía el ejercicio mediante el cual los ciudadanos debatían la resolución de los asuntos que los afectaban, buscando el bien común. Articular la diversidad natural de las comunidades humanas teniendo como fin ese bien es lo que la filósofa alemana Hannah Arendt llamaba la promesa de la política. Promesa generalmente incumplida a la luz de los hechos, en los que la política aparece como un reñidero en el que, buscando el poder y los beneficios que se derivan de él, hombres de éticas dudosas luchan por el trono de macho alfa, y no admiten lo femenino a menos que las mujeres que apuesten al poder estén dispuestas a actuar como ellos. Sobran los ejemplos y muchos son cercanos a nuestra experiencia.

El economista y candidato a presidente por el Partido Libertario Javier Milei. Foto: Ilan Berkenwald (Flickr).

Algo más que pintoresco

Javier Milei, un showman de la economía estimulado por comunicadores y medios oportunistas que lo creyeron solo un personaje pintoresco, fue el sorprendente ganador de las elecciones primarias en nuestro país y según las encuestas, siempre dudosas y manipuladas según quién las encarga, asoma como posible candidato con más votos en los comicios del próximo 22 de octubre. Sus promesas, sus declaraciones, sus conductas, su vocabulario, características todas atravesadas por la violencia y la intemperancia, dibujan una muestra grotesca y temible del machismo expresado a través de la política.

Los hombres golpeadores (esa peste social y vincular que los varones deberíamos ser los primeros en denunciar y combatir, porque a causa de ellos se nos suele involucrar a todos), ejercen la violencia porque son analfabetos emocionales y no pueden expresar de manera comprensible sentimientos como la ira, el miedo, la tristeza o la frustración. Carentes de palabras y argumentos, apelan al golpe. Detrás del puño hay una ausencia de modelos masculinos nutricios, compasivos, espiritualmente fuertes y amorosos, transmitidos por otros hombres, principalmente el padre. Detrás del puño hay temor a no ser considerado suficientemente macho, a que se le note la duda, el desconcierto.

«Detrás del puño hay una ausencia de modelos masculinos nutricios, compasivos, espiritualmente fuertes y amorosos, transmitidos por otros hombres, principalmente el padre. Detrás del puño hay temor a no ser considerado suficientemente macho, a que se le note la duda, el desconcierto».

El machismo, en sus formas más violentas, rústicas, groseras y brutales es la máscara que, a través de una sobreactuación, procura esconder debilidades, sentimientos de inferioridad, vergüenzas ocultas y calladas, impotencias que van desde la sexualidad a la racionalidad y la emocionalidad. Y esto no excusa a nadie, porque el machismo en nuestras sociedades es pandémico, toma diferentes formas (muchas de ellas engañosas) y se expresa en la familia, los negocios, el deporte, la cultura, la ciencia, las relaciones de pareja y también en los ámbitos familiares.

Machismo al desnudo

El escenario político deja ver constantemente la veta machista: los principales ministerios, las gobernaciones, los cargos decisivos en dependencias oficiales están ocupados en abrumadora mayoría por hombres. Los aspirantes a candidaturas desarman sus matrimonios y se proveen de mujeres jóvenes con aspectos de Barbies que les luzcan en las fotos y transmitan la idea de su potencial económico y sexual. La compasión y la empatía se consideran debilidad, el lenguaje que se usa no admite ni suavidad ni horizontalidad, es verticalista e impositivo. Solo hay que prestar atención, porque está lo suficientemente naturalizado para que no reparemos en ello.

Javier Milei no es el más machista de los políticos, pero sin duda es el más desfachatado y sincero en ese aspecto. Y su emergencia puede verse como una reacción emocional (e irracional) al surgimiento de diferentes modelos de feminismo que, de manera irreversible, vinieron a decir basta al machismo tóxico. Milei actúa como el golpeador de la política: por lo que se ve, no puede ni sabe discutir, teme que ceder ante la argumentación de otro, o escuchar hospitalariamente, equivalga a perder testosterona, a carecer de atributos viriles o a tenerlos pequeños, el sentimiento ajeno le es extraño, no lo considera, ve a las personas como objetos y a las relaciones humanas como transacciones de compra-venta, que incluyen cuerpos y órganos y la libertad de portar armas y resolver conflictos con ellas a costa de vidas. Sus actitudes ante las mujeres son confusas, prepotentes y utilitarias y, como suele ocurrir con tantos machistas, siempre hay necesidad de una mujer-madre (esa que, como en el tango, es la intocable, la que siempre perdona y amamanta y es asexuada), papel que puede ser cumplido por una hermana, una novia, una esposa o, dado el caso, una compañera de fórmula en la boleta electoral.

El momento más «arriba» de su campaña, decidido a mostrarse amenazante. Foto: Facebook Javier Milei.

«Javier Milei no es el más machista de los políticos, pero sin duda es el más desfachatado y sincero en ese aspecto. Y su emergencia puede verse como una reacción emocional (e irracional) al surgimiento de diferentes modelos de feminismo que, de manera irreversible, vinieron a decir basta al machismo tóxico».

Un modelo tóxico

No es casual que, según los análisis, la mayoría de los votantes de Milei sean varones y que resulten menores de 22 años y mayores de 55. En la primera de esas franjas (donde hoy se encuentran los índices más altos de victimarios y víctimas de hechos violentos, desde homicidios hasta accidentes), abundan los varones que carecieron de presencias masculinas orientadoras en cuanto a lo emocional, lo vincular y lo moral. En la segunda de las franjas preponderan hombres cuya masculinidad se forjó con los mandatos y modelos del machismo tradicional.

Los varones que hoy se cuestionan estos modelos y exploran posibilidades de unir testosterona física y testosterona espiritual en experiencias que enriquezcan sus vidas, sus vínculos y sus maneras de transitar la existencia mejorando el mundo, se encuentran en la franja intermedia entre aquellas dos. No son mayoría, pero son muchos más de los que se sabe y se cree. Y están muy lejos del chusco, violento y caricaturesco modelo de masculinidad que ofrece Javier Milei. Un modelo peligroso porque, si se lo habilita, puede resultar altamente tóxico para la sociedad en su conjunto, incluidos quienes, con espíritu de barra brava, creen que las cosas mejoran a las patadas, a las trompadas y con motosierra. Es decir, a lo macho.

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