Sophia - Despliega el Alma

Sabiduría

30 agosto, 2021

Edith Eger, sobreviviente del Holocausto: «Auschwitz me dio la oportunidad de descubrir mis recursos internos»

A punto de cumplir 94 años, la psicóloga y autora del bestseller La bailarina de Auschwitz y de En Auschwitz no había Prozac, habló con Sophia y sostuvo que, aunque aún lidia con el horror, cree en la esperanza y en la capacidad de elegir cómo vivimos.


Foto: Jordan Engle, Gentileza Edith Eger.

Por: Carolina Cattaneo. Traducción: Virginia Noto Llana.

Era primavera en Hungría. Ella tenía 16 años, una familia compuesta por sus padres y dos hermanas, Magda y Klara, y un primer novio, Eric, con quien experimentaba qué era vivir el amor a los 16. Atlética, inquieta, Edith integraba el equipo olímpico de gimnasia y asistía a clases de ballet. Hasta entonces, todo consistía en mirar hacia adelante con curiosidad y hambre de vida. Pero una noche de esa primavera de 1944, ella, sus padres y su hermana Magda fueron capturados por el regimen nazi y llevados prisioneros a Auschwitz, Polonia. A sus padres los asesinaron ese mismo día, mientras que Edith y su hermana soportaron un año de abusos, violencia, inanición y maltrato. En el amanecer de su existencia, a Edith Eger le tocó atravesar una de las etapas más oscuras de la historia mundial y mirar a los ojos a la versión más siniestra de la humanidad. 

En la Argentina aún es invierno, la pandemia de coronavirus no terminó y el Zoom ya está instalado en el mundo como un medio de comunicación popular y masivo. Desde una calurosa California, aparece en pantalla una mujer de mediana edad que saluda en inglés y se la ve acomodar la silla y hacer ajustes en la posición de la cámara. Es Katie Anderson, que está preparando todo para que su jefa pueda comunicarse bien a través de la computadora. Detrás de Katie, con pasos lentos pero vivaces, se acerca la doctora Edith Eger, psicóloga, madre de tres hijos, abuela y bisabuela, sobreviviente de Auschwitz, que con 93 años y una sonrisa adorable de dientes separados, peinado de peluquería, maquillaje impecable, aros dorados y un pañuelo de colores en el cuello, saluda y aplaude en gesto de festejo al ver que, quien la va a entrevistar, tiene en las manos su segundo libro repleto de fragmentos marcados en resaltador amarillo.  

Su obra En Auschwitz no había prozac, 12 consejos de una sobreviviente para curar tus heridas y vivir en libertad (Planeta, 2020), apareció después de La bailarina de Auschwitz, un libro publicado en 2017 que enseguida se convirtió en uno de los más vendidos de los Estados Unidos, según la lista de bestsellers de The New York Times. En aquel primer libro, Edith Eger narraba su vida, el horror del campo de concentración y la lucha por la supervivencia, durante y después de la prisión. En En Auschwitz no había prozac repasa casos de pacientes, de familiares y algunos episodios personales y describe el abordaje terapéutico que realizó o simplemente su mirada sobre lo sucedido en cada caso. Fue escrito, dice, en una secuencia que refleja el arco de su propio camino hacia la libertad

Página tras página, entre los relatos aparecen algunas constantes. Que el dolor es universal, que el sufrimiento es temporal y que la libertad, la esperanza y el amor provienen de la capacidad individual de elegir. “Para mí -escribe- la capacidad de elegir, incluso en medio de todo ese sufrimiento e impotencia, es el verdadero regalo que me llevé de mi paso por Auschwitz”. 

La bailarina de Auschwitz y En Auschwitz no había Prozac, las dos obras que Edith Eger publicó después de sus 90 años.

El nombre original en inglés de su segundo libro es The Gift, que en español significa eso: “regalo”, “obsequio”, palabras difíciles de asociar con otras como «Holocausto» o “campo de concentración” o “crimen sistemático”, y sin embargo ella logra hacerlo. Esta mujer que perdió a sus padres el mismo día en que fue encarcelada, sin poder despedirse; que cada día durante muchos meses, cada vez que la obligaban a irse a duchar, no sabía si de la ducha saldría agua o gas; que caminó entre cadáveres y sufrió heridas permanentes en su espalda por los golpes constantes que recibió; que primero tuvo que huir de los nazis y luego del comunismo, emigrando hacia Estados Unidos; que allí debió superar la pobreza; atravesar un divorcio (y luego una feliz reconciliación); criar a tres hijos, uno de ellos con discapacidad, y que, según cuenta, 75 años después de la liberación aún tiene pesadillas y el horror todavía la acompaña, es capaz de escribir: “Auschwitz me brindó la capacidad de descubrir mi fuerza interior y el poder de elegir. Aprendí a confiar en partes de mí misma que nunca habría sabido que estaban ahí. Todo el mundo tiene esta capacidad de elegir. Cuando no nos llega nada provechoso o positivo del exterior, es precisamente el momento en que podemos descubrir quiénes somos en realidad. No es lo que nos sucede lo que más importa, sino lo que hacemos con nuestras experiencias”.

–Su libro incluye el subtítulo 12 consejos de una sobreviviente para curar tus heridas y vivir en libertad, pero resulta que hallé unas cuantas lecciones más.

–Gracias, gracias. Yo trabajaba con un médico que se automedicaba. Un día me dijo: “En Auschwitz no existía Prozac”. Lo cual es verdad. Nada llegaba del exterior, tenías que arreglarte por tus propios medios, buscar en tu interior. Eso es lo importante, encontrar en medio del infierno el poder que todavía tenemos, que los nazis no pudieron quitarnos. Nunca pudieron aniquilar nuestro espíritu ni nuestra alma.

–¿Cree que todos tenemos un espíritu tan poderoso dentro nuestro?

–Sí, la vida surge del interior. Nadie te hace feliz. Si esperas a algo que provenga del exterior, vas a ser dependiente, y la dependencia trae depresión. Por eso no debes esperar que alguien te haga feliz. Vas a ser feliz cuando decidas vivir una vida productiva y llena de alegría. Creo que la felicidad tiene que ver con tener alegría y pasión en la vida.

–Hablamos por última vez hace tres años y muchas cosas han sucedido en el mundo desde entonces, como la pandemia. ¿Cómo enfrentó el distanciamiento social y el aislamiento? 

–Yo digo lo siguiente: “No me gusta, es molesto, pero es temporal y puedo sobrevivir a ello”. Me gusta decir: “Sí, lo soy”. “Sí, puedo”. “Sí, lo haré”. Me gusta creer en lo que sucederá en el futuro y nunca perder las esperanzas. Creo que existe la esperanza y la desesperanza. Creo que existe un obsequio en todo y que es muy importante tener en cuenta nuestros pensamientos, porque lo que pensamos es lo que luego creamos.

–El miedo es un tema que usted trata mucho en el libro. ¿Sintió miedo de contagiarse el virus o de que sus seres queridos se contagien?

–Me niego a vivir con miedo. Pienso que el miedo nunca produce amor. Me gusta vivir con esperanza y abogar por algo, en lugar de oponerme. Eso es lo que elijo y así es como guío a las personas, para que nunca pierdan las esperanzas.

–La esperanza es otro tema del que habla mucho en el libro, algo sobre lo que le voy a preguntar más adelante. La pandemia aún no terminó y existe también una pandemia de miedo. ¿Cuál es su consejo terapéutico para lidiar con el miedo? 

–No nacemos con miedo, nos lo enseñan y lo aprendemos. Y vivimos con aquello que hemos aprendido, por eso pienso que es muy importante cuestionar las cosas y prestar atención a aquello en lo que ponemos nuestro foco, porque el comportamiento en el que ponemos foco es el que consolidamos. Por eso es mejor deshacerse del “Sí, pero” y cambiarlo por “Sí, y además”. “Es temporal y puedo sobrevivir”. “Puedo encontrar una manera de superar el pasado y volver a comenzar”. Es como si estuvieras embarazada y dieras luz a tu verdadero vos: lleno de esperanza, sueños y enfocado en el futuro. Y Auschwitz, por supuesto, me dio la oportunidad de dejar de esperar que las cosas vinieran del exterior y descubrir mis recursos internos. La vida surge desde el interior hacia el exterior y nacemos con amor, nacemos con la capacidad de tener alegría y pasión por la vida.

(Foto: Jordan Engle, Gentileza Edith Eger)

Foto: Jordan Engle, Gentileza Edith Eger.

Usted sostiene que el sufrimiento es universal, que todos atravesaremos dolor durante nuestra vida pero que podemos elegir no convertirnos en víctimas. ¿Es así en cualquier tipo de situación, por ejemplo, para las personas que padecen una enfermedad seria, una depresión o que viven en sitios que, por ejemplo, están guerra?

–La actitud, la manera de pensar, es lo fundamental. No lo que sucede, sino las oportunidades que surgen de ello. No es cuestión de recuperarse, sino de descubrir. La vida es difícil. El certificado de nacimiento no dice que la vida será fácil. No existe garantía ni seguridad, sólo existen las probabilidades. Puedo contarte lo que yo hice y viví cuando estuve en Auschwitz y todavía sigo aquí. Todos los días me decían que no iba a salir de allí con vida, pero no permití que eso transformara mi espíritu. Creo que nuestra actitud y nuestra forma de pensar puede con seguridad cambiar nuestros sentimientos también. Podés cambiar tu manera de pensar y así cambiar tu vida.

Una de las citas que marqué en el libro es que el sufrimiento, sin importar lo terrible que sea, es temporal y que la esperanza es lo que nos permite vivir el presente en lugar del pasado. ¿Podemos aprender o entrenar la esperanza?

–Si querés. Tenés que quererlo. No puedo enseñarle nada a nadie que no quiera aprender. Algunas personas simplemente no saben cómo deshacerse de esa forma de pensar que no los deja lograr sus objetivos. Hay que fijar un objetivo. Yo lo llamo “flecha”. Se debe encontrar una flecha para seguir. Eso es lo importante. Cuando somos niños, nos sentamos en el asiento trasero del auto y jugamos y nos movemos porque alguien más conduce el auto. Ahora pregunto: ¿querés ser el conductor o querés que te conduzcan? Porque si dependés de alguien que conduzca, entonces estás cediendo tu poder y luego esa dependencia no te va a gustar. Eso es lo que sucede, la dependencia muchas veces lleva a la depresión.

–En el libro dice: “… aquello que interrumpe nuestras vidas, que nos frena en nuestro camino, también puede ser catalizador para el yo emergente. Entretanto, el tránsito es doloroso”. ¿Cómo podemos recordar a diario que el alivio llegará algún día?

–Es más fácil morir que vivir. En Auschwitz yo sabía quién iba a morir. Lo veía en sus rostros, en sus ojos. Las personas se daban por vencidas, específicamente aquellas que habían sido niños malcriados porque nunca hicieron nada por su cuenta. Esperaban que alguien los viniera a liberar. Y no es bueno poner tu vida en las manos de otro. Escucho tu pregunta y luego pienso antes de contestar si mi respuesta muestra el verdadero yo que quiero que conozcas. Eso es un estilo de vida. Algunas personas tienen un “estilo de muerte”, porque comienzan su día bebiendo y fumando. O fumando marihuana durante la adolescencia, eso interfiere con tu pensamiento. Entonces, si querés vivir la vida y llegar a los 93 años como yo, prestá atención a eso que le estás prestando atención.

Edith, junto a cinco de sus siete bisnietos. Foto: Jordan Engle, Gentileza Edith Eger.

–En el libro, usted cita una frase de Jesús: “Al poner la otra mejilla, podés mirar el problema desde una nueva perspectiva”. ¿Si mis sentimientos fueron lastimados, debo poner la otra mejilla?

–Te digo lo que sé sobre Jesús. Jesús nos dijo: “Ama a tu prójimo como te amás a vos mismo”. Jesús sabía cómo conocer a la gente. Y eso es lo que yo hago, tratarlos como yo quisiera que fueran. Nunca trato a la gente como es, sino que los trato como son capaces de ser. Al hablar de poner la otra mejilla, te pido que mires a ese aspecto pero desde una perspectiva diferente. Moverse hacia el cambio, no contra él, sino teniendo un objetivo. El día anterior a ser liberada, me dijeron que mis padres no sobrevivieron y que mi novio había sido asesinado. Y Dios me habló, estoy segura de ello. Me dijo que era más fácil morir. Y que es mejor tener un objetivo en lugar de oponerse a las cosas. Luego llegó el perdón. Y fue un regalo. No un regalo que di por lo que me hicieron, no tengo esos poderes divinos, pero aprendí que el significado del perdón es dejar de odiar, dejar de vivir en el odio y en la culpa. Si así lo hiciera, todavía sería una prisionera. Por eso, soy egoísta: quiero ser libre, quiero darme una oportunidad de celebrar cada momento de mi vida (sonríe).

–Usted dice que se necesita coraje para ser común, “standard”, para decir “soy feliz con quien soy”. 

–No sé bien qué hacer con la palabra “feliz”. ¿Quién es feliz? ¿Crees que soy feliz sabiendo que los niños están en la frontera separados de sus padres? No soy feliz. Soy jovial, espero ser realista pero no voy por la vida siendo feliz, feliz, feliz. Esa no es mi manera de expresarme. Espero ser realista. En este momento estamos separados completamente. No sabemos lo que sucederá mañana. Lo que me ayudó a sobrevivir a Auschwitz es la curiosidad. Debes encontrar al niño curioso dentro tuyo y así serás fabulosamente feliz al mirar todo desde una nueva perspectiva. 

Amar la vida

Edith Eger cuenta, en su libro y durante la entrevista, que cocina y le gusta hacerlo,  -especialmente recetas de su país natal-, que el último sábado hizo pollo con páprika y que invitó gente a comer. Que hace ejercicio físico a diario, aunque le cuesta respirar por las lesiones de la espalda. 

Hoy pasa sus días escribiendo un libro de comida húngara con su hija, bailando cada día con un atuendo al que llama “todoterreno”, dando entrevistas y conferencias. A cada charla que da en público la cierra con una acrobacia, una especie de patada al aire. ¿Si ese gesto es una metáfora de algo más? “Cualquier cosa que practiques -responde-, te saldrá mejor. Puedes practicar el amor a uno mismo y no es algo egoísta”. 

Dice que ahora que está tan cerca de  alcanzar los 94 va a ser “cronológicamente más vieja”, pero que se siente más joven: “Creo que se debe ser viejo para sentirse joven y deshacerse de la necesidad de aprobación de otras personas. Pienso que nacemos solos y debemos amarnos a nosotros mismos”, sigue.

–¿Cómo planifica el resto de su vida?

–Cada momento es precioso. No apreciamos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Cuando me levanto por la mañana, me siento muy lista para comenzar el día y cada momento es muy preciado para mí. Cuando voy a un restaurante, nunca dejo sobras. Amo cada momento de la vida, incluyendo haberte conocido. 

La despedida no es con su clásica acrobacia de patada al aire, esta vez. En cambio, junta sus manos en actitud de rezo, y en español dice: “Muchas gracias”. Y al ver que del otro lado de la pantalla le arrojan un beso con la mano, ella imita el gesto y sonríe, alegre, alegre. 

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