Sophia - Despliega el Alma

Vínculos

25 septiembre, 2023

Duelar una amistad, ese sentimiento de pérdida del que poco se habla

Frente al final de una relación de amistad necesitamos transitar por los sentimientos de pérdida y de dolor, para atravesar un duelo que nos permita sanar la desilusión por el vínculo que se ha roto.


Fotos: Pexels.

Por Luz Martí

Cuando yo era apenas una adolescente, mi madre se distanció de su mejor amiga de toda la vida. Su relación representaba para mí todos los mejores matices de la amistad: comprensión, apoyo, amor, diversión, complicidad.

Advertir que podía disolverse (y, en consecuencia, descubrir que mis propias amistades podían terminar), me llenó de angustia. Mamá me explicó que su gran dolor se basaba en que su amiga se burlaba constantemente de su religiosidad y que, para ella, donde exista burla o desprecio por las creencias del otro, del tipo que sean, no puede haber una verdadera amistad. Con el tiempo, entendí que mi zozobra se basaba en una concepción infantil e idealizada de la amistad, donde daba por sentado que el otro no cambiaría nunca, que me querría y me apoyaría incondicionalmente.

El duelo por la pérdida de amistades, no referido a muertes sino a peleas, distanciamientos o abandonos, es un tema importante para nuestro bienestar emocional y mental, que cobra cada vez mayor importancia y del que no se ha escrito demasiado. De repente, perdemos ese lugar de seguridad y refugio que teníamos en el otro, donde nos sentíamos queridos y especiales, aceptados por aquello que creíamos ser. Entonces nos invade una sensación parecida a la orfandad y necesitamos revisar mucho más que ese distanciamiento de una persona a la que habíamos considerado nuestra amiga.

Posiblemente no exista ningún tipo de relación humana como la amistad: recíproca y desinteresada, completamente al margen de cualquier forma de reglamentación existente —salvo las elegidas por convicción mutua— y, según el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, signada por la desposesión, lo que la convierte en una de las formas de amor más bellas.

Sabiendo que los vínculos son dinámicos, ese no-protocolo de libertad que tiene la amistad puede jugarnos en contra, si no consideramos que los seres humanos cambian y suponemos que nuestros roles como amigos quedarán inalterables, cristalizados en una época que, probablemente con el tiempo, ya no nos represente.

En la amistad buscamos crecer y completarnos. De allí que, muchas veces, el amigo elegido funcione como un espejo de nosotros mismos. Así y todo, podemos tener un espectro amplio de personas en nuestro abanico de amistades, incluidos aquellos de temperamentos opuestos a los nuestros, siempre que exista respeto sincero.

Para la licenciada Bárbara Schmitz, “un caso particular es el de la vieja amiga: ella está allí antes que tu pareja y, en el caso de quienes hayan compartido el colegio, aparece una característica muy especial y única, que es el haberse constituido psíquicamente juntas, lo que la diferenciará de todo el resto de las amistades, porque existe un “Yo sé quién sos” bilateral que, de alguna forma, las hermana, más allá del grado de amistad que mantengan a lo largo del tiempo”.

Los distanciamientos entre buenos amigos en los que la relación se rompe pueden deberse a distintos motivos, conocidos por ambas partes, como engaños, fraudes o traiciones. La reparación es casi imposible y el dolor y el desencanto perduran un tiempo. Una vez confirmado el deseo de no querer continuar la relación, el duelo termina.

Existe también un enfriamiento de la amistad donde nadie es “culpable”, sino que la vida y sus cambios han ido moldeando esas personalidades de distinta manera. El interés por el otro ha decaído de forma simétrica y, si bien se provoca un alejamiento, la amistad no se quiebra, no da lugar a duelo, sino que cambia de status a través de una comprensión adulta de los ciclos de la vida, que reconoce distintos tipos de amistad, distintas profundidades y estilos.

Después de investigar acerca de las rupturas entre amistades, las más problemáticas y causantes de mayor dolor, aparecen las que hoy entrarían en la categoría de ghosting, donde una de las partes anula unilateralmente la relación convirtiendo al otro en un fantasma invisible, sin dar motivos ni explicaciones.

Esto, que provoca no sólo pena sino un inmenso desconcierto en el amigo abandonado, es una forma de abuso emocional que, con la aparición de las redes, se torna mucho más evidente y explícito. Dentro de una relación de amistad fluida e íntima, alguien cambia diametralmente su actitud abandonando al otro sin siquiera una explicación ni una respuesta a sus llamados y mensajes.

Ante este tipo de distanciamiento nos sumimos en una enorme desilusión y surgen cantidad de preguntas, reproches y sentimientos de culpa para los que no encontramos respuesta. Es el momento de reflexionar acerca de qué hicimos para llegar a ese punto, para que la relación tuviera semejante desenlace. ¿En qué lugar nos pusimos? ¿Cuál fue nuestro rol dentro de ese vínculo?

Una ruptura unilateral, dolorosa y desconcertante debe llamarnos a la acción, a involucrarnos para entender y ayudarnos a encontrar nuestra parte en esa ecuación, y así lograr alguna solución saludable. Preguntarnos qué parte de ese problema es nuestra responsabilidad, para no correr el riesgo —común y nefasto— de convertir a nuestra amiga o nuestro amigo en el único depositario del fracaso.

«En la mayoría de los casos, la persona que abandona la relación lo hace de esa manera porque no se siente preparada para enfrentar esa charla, para hacerse cargo de lo que pasó, ni para deslindar de qué parte es responsable cada una en el asunto», explica la mentora en desarrollo personal Carolina Romero Álvarez.

La amistad tiene códigos y límites tácitos, y es bueno reconocerlos. Aunque, en un principio uno no se de cuenta cabalmente de que alguno de esos límites ha sido vulnerado, existe una molestia subyacente que produce algún tipo de reacción adversa frente a ese hecho, que valdría la pena descubrir (que alguien haya tratado de adueñarse de tus amigas anteriores, es, por ejemplo, uno de esos límites a tener en cuenta).

Lo cierto es que, cuando el amigo nos deja, es necesario duelar esa “ausencia en presencia”.

El duelo se sostiene hasta que entendemos que el otro no quiere estar con nosotros y que nosotros, a esa altura, tampoco queremos reanudar un vínculo de costados tóxicos que ya no nos interesan. En ese momento, el duelo toca a su fin. Hay una comprensión clara de que la amistad sana es algo que se construye día a día, sin caer en la trampa de que el otro va a estar incondicionalmente para nosotros.

Dejar al otro la libertad de, justamente, ser OTRO, es necesario en la construcción del vínculo para no resbalar hacia algo simbiótico, estancado, asfixiante. El otro es distinto, singular y privado. Sólo tenemos con él una parte común que son los sueños, los ideales, los deseos, las identificaciones, y cada parte de un vínculo toma la suya y juega su rol.

¿Deberíamos intentar hablar de este problema con la amiga sin provocarle dolor? —se pregunta al respecto la mentora en desarrollo personal Carolina Romero Álvarez—. Sería bueno, siempre que la situación lo permita. Pero en la mayoría de los casos, la persona que abandona la relación lo hace de esa manera porque no se siente preparada para enfrentar esa charla, para hacerse cargo de lo que pasó, ni para deslindar de qué parte es responsable cada una en el asunto. Es interesante tener en cuenta, también, que no todo el mundo tiene la misma capacidad para relacionarse con el otro o de construir vínculos y reconocer en sus amigos —y en nosotros mismos— esas falencias».

A lo largo de la vida algunos amigos desaparecen. O bien esas amistades se modifican, mientras abrimos la puerta a nuevos, que comparten cosas que hoy nos son más afines.

Al hablar de nuestros amigos, de esos “livianamente hermanos del destino”, como los llamaba el escritor Julio Cortázar, sabemos que un amigo no se reemplaza con otro: por lo general tenemos cuatro o cinco amigos íntimos. Si alguno de ellos deja de pertenecer a nuestro círculo, ese lugar quedará vacío. Se puede crear un nuevo espacio de amistad, pero no se llenará el vacío con otro.

El duelo por la pérdida de un hijo o un padre es una cicatriz profunda que se reedita y aparecerá todo el tiempo, mientras que el duelo por una amistad perdida se elabora y termina cuando se constata que ya no queremos volver a contar con esa persona entre nuestros amigos.

Finalmente, más allá del dolor de las pérdidas, podemos rescatar la suerte de que el final de una amistad no se borran las experiencias positivas vividas, sino que se suman saberes emocionales: muy probablemente habremos aprendido a manejar nuestras relaciones con mayor apertura e inteligencia para aprender, día a día, a ser mejores amigos.

¿Te gustaría recibir notas como esta en tu e-mail?

Suscribite aquí y te las enviaremos a tu casilla todos los meses

No está conectado a MailChimp. Deberá introducir una clave válida de la API de MailChimp.

Comentarios ()

Más de Vínculos

Las muchas (y creativas) formas de ser abuelos y...

La relación con los nietos es una de las más privilegiadas y libres que existen. Quienes buscan vivirla amorosamente, echan mano de diversos recursos. La imaginación y la escucha amplían las posibilidades.

El amor, en una pregunta

Solo basta deterner la agenda por un rato para formular interrogantes muy simples, que pueden cambiarlo todo. ¿Cuánto hace que no le preguntás a alguien querido, con genuino interés, cómo se siente, qué necesita, cómo están yendo sus cosas?

Perdonar antes de que sea tarde: la conmovedora...

Una de las poquísimas caricias que Andy Anderson recibió de su madre fue a los cuarenta y seis años, cuando ella empezaba a transitar la enfermedad. Y esa caricia fue la bisagra que le permitió animarse al inmenso trabajo de reparar tantos años de distancia y dolor.