Sustentabilidad
25 marzo, 2022
Devolverle vida a la vida: llegó la hora de restaurar la naturaleza
Es tiempo de trabajar conjuntamente para lograr ecosistemas completos y funcionales, es decir, tan saludables como lo estaban antes de la intervención humana. ¿Estamos a tiempo de devolverle a nuestra naturaleza todo eso que se ha perdido?

Una imagen del Cañadón Caracoles, ubicado al noroeste de la provincia de Santa Cruz. Foto: Sofía López Mañana.
Por Lola López
Para 2050, 1 de cada 4 especies conocidas habrá desaparecido. Según la ONU, actualmente más de 1 millón de especies de plantas y animales se encuentran en peligro de extinción y 200 de ellas se extinguen por día debido a causas humanas. Además, un 75% de los ecosistemas terrestres y un 66% de los marinos ya está «gravemente alterado» y más de un 85% de los humedales que existían en 1700 se ha perdido. Por eso, el año pasado se declaró el Decenio de la Restauración de los Ecosistemas que va desde 2021 hasta 2030. ¿Qué significa esta consigna? Según la propia Organización de las Naciones Unidas, «es un llamamiento a la protección y la recuperación de los ecosistemas de todo el mundo en beneficio de las personas y de la naturaleza, y su objetivo consiste en detener la degradación de los ecosistemas y restaurarlos».

El aguará guazú, una de las tantas especies de nuestro país que se encuentra en peligro de extinción. Foto: Rafael Abuín
Resulta evidente que urge restaurar la naturaleza, dados los grandes problemas ambientales que enfrenta la Tierra, desde el cambio climático hasta la extinción de especies, que muchas veces es causada por el accionar humano. Sin embargo, no es una tarea sencilla: se requiere del trabajo conjunto entre distintas entidades y personas, homologar puntos de vista y, a la vez, disolver ciertas ideas que circulan en el imaginario, tales como creer que el mero hecho de plantar árboles ya implica «hacerle bien» a un ambiente determinado, cuando no siempre es así. Por ejemplo, para restaurar un pastizal, plantar árboles significaría por el contrario degradar el ambiente, ya que cambiaría su estructura y composición de especies, ¡y hasta se generaría sombra en pastos que requieren sol! Por eso, la responsabilidad compartida es fundamental a la hora de tomar decisiones.
«La actual sexta extinción masiva, a diferencia de las cinco anteriores, que fueron naturales, la está causando nuestra especie que, si bien ostenta el nombre de Homo sapiens, más bien se comporta como un Homo stultus –estúpido, tonto, necio– como alguna vez lo propuso el biólogo e investigador argentino Enrique Balech. Esta sexta extinción ya no es una hipótesis: hay libros enteros dedicados a ella, escritos por reconocidas personalidades de la ciencia, como Edward O. Wilson o Richard Leakey», resume de forma tajante Claudio Bertonatti, naturalista, museólogo, investigador adscripto de la Universidad Maimónides y asesor científico de la Fundación Azara, dedicada a la divulgación científica.

El naturalista, museólogo e investigador Claudio Bertonatti en el Impenetrable. Foto: Lorena E. Pérez.
Bertonatti considera que la declaración de la ONU es muy importante, porque ayuda a difundir el concepto y la necesidad de restaurar ecosistemas silvestres, y estimula investigaciones que esclarezcan con qué tipo de especies conviene trabajar y cuáles son los resultados de las reintroducciones de animales y plantas silvestres. Esto último es fundamental, enfatiza, porque hay algunas tendencias que hay que revisar.
«Por ejemplo, la tentación de reintroducir especies de la fauna espectaculares desde el tamaño o desde lo estético (como grandes mamíferos), en lugar de aquellas que aceleran las etapas de lo que se llama ‘sucesión ecológica’, es decir, la serie de cambios predecibles que experimentan los ecosistemas para llegar a un estado parecido al original o al ideal –alerta el especialista–. Por otra parte, la crisis ambiental y el anhelo de llegar al 30% de la superficie protegida de cada país de acá a 2030 obliga no solo a identificar las áreas naturales mejor conservadas, sino también aquellas propiedades que, por su dominio fiscal, ofrecen más facilidades para ser protegidas por el Estado, aunque estén degradadas, y que luego necesitarán ser restauradas para devolverles su funcionalidad ecológica, sobre todo, en materia de servicios como protección de suelos, de nacientes de cursos de agua, de biodiversidad, entre otros”.
Según Sebastián Di Martino, director de Conservación de Fundación Rewilding Argentina, una organización dedicada a la restauración de ambientes, en la naturaleza es normal que se extingan especies, pero en períodos muy largos, en los cuales no existe una pérdida neta de especies porque se extinguen unas y aparecen otras nuevas. Hoy, el problema es que vivimos una crisis de extinción sin precedentes en la historia de la Tierra, donde miles de especies están desapareciendo demasiado rápidamente.
«En América, el proceso de extinción comenzó con la llegada del humano al continente, hace unos quince mil años y se profundizó con la llegada del europeo hace unos quinientos años –describe Di Martino–. En Argentina el proceso de pérdida de fauna ha sido brutal, desapareciendo casi todos los grandes mamíferos, aves y reptiles de la mayoría de nuestros ambientes naturales, los cuales se degradan. Es por eso que la crisis de extinción se vincula con la crisis climática y la sanitaria: la ausencia de estas especies clave y de sus interacciones ecológicas, impacta en la capacidad de los ecosistemas para secuestrar y mantener el carbono almacenado (uno de los principales gases que contribuye al calentamiento global) y, a la vez, la alteración de ecosistemas por parte del humano ha producido el transporte de virus y bacterias que forman parte de estos ecosistemas a las comunidades y ciudades, con las consecuencias sanitarias que ya todos conocemos».

Sebastián Di Martino alerta que ya han desaparecido especies fundamentales de la mayoría de nuestros ambientes naturales.
El especialista explica que, en Argentina, en los últimos 150 años desaparecieron numerosas especies de aves y mamíferos. El zorro lobo de Malvinas y el chorlo esquimal se extinguieron para siempre de la Tierra, es decir que ya no se los puede traer de vuelta, mientras que la nutria gigante y el guacamayo rojo –entre otras– desaparecieron de la Argentina, pero subsisten en otras regiones de Sudamérica. «Si bien algunas especies aún están presentes en el territorio de nuestro país, lo están en tan bajo número que no cumplen su función y por lo tanto están ecológicamente extintas. El yaguareté es un ejemplo: con una estimación de 200 a 250 individuos silvestres en todo el país, en algunas provincias como Corrientes desapareció por completo mientras que, en otras como Chaco, está presente en tan bajos números que no cumple ningún rol ecológico», recalca.
«La alteración de ecosistemas por parte del humano ha producido el transporte de virus y bacterias que forman parte de estos ecosistemas a las comunidades y ciudades, con las consecuencias sanitarias que ya todos conocemos», explica Sebastián Di Martino.
«Por eso, en Fundación Rewilding Argentina reintroducimos especies extintas y suplementamos especies en bajo número para alcanzar ecosistemas con todo su elenco faunístico, que a la vez son motores para las economías de las comunidades vecinas, que gracias al retorno de la vida silvestre, desarrollan emprendimientos vinculados al turismo de observación de fauna, generando inclusión y arraigo, a la vez que reviven rasgos culturales que estaban dormidos«, destaca Di Martino.
Hasta el momento, entre otras especies, la fundación ha introducido el venado de las pampas, el oso hormiguero gigante, el pecarí de collar y el yaguareté en Iberá, Corrientes; el chinchillón anaranjado y el coipo en el Parque Patagonia, Santa Cruz. Y actualmente trabaja para traer de vuelta al yaguareté, al ciervo de los pantanos y a la tortuga yabotí en el Impenetrable, Chaco. Días atrás, el domingo 20 de marzo, se presentó su libro Rewilding en Argentina, donde la fundación explica cómo se realiza el trabajo de restauración de ambientes y qué se necesita.

El libro que la Fundación Rewilding Argentina presentó días atrás para explicar por qué es tan necesaria esta reconversión y qué debemos hacer para lograrlo.
Restaurar para vivir mejor
Gustavo Aparicio es naturalista y director de Conservación de la Fundación Hábitat & Desarrollo, dedicada a la conservación voluntaria de la naturaleza e impulsora de reservas privadas, y define la restauración ambiental de forma simple: consiste en ayudar a recuperar la riqueza de especies, la estructura y la funcionalidad de un ecosistema que se ha degradado. «La palabra clave es ayudar y eso está más cerca de acompañar que de imponer –señala–. El público, y sobre todo los políticos, creen que restaurar un ambiente es ‘plantar árboles’ pero eso puede ser contraproducente, porque no se respeta la composición de especies originaria ni se tiene el recaudo de utilizar plantas de genética local».
«La naturaleza posee una gran capacidad de volver al estado anterior por sus propios medios, por eso la idea es acompañar el proceso, lo cual, en el caso de las plantas, generalmente tiene que ver con realizar el control de las especies exóticas invasoras, dar luz y espacio a renovales de plantas autóctonas para que crezcan en el lugar y, si se quiere, agregar individuos, cosechar y sembrar semillas de plantas nativas que estén creciendo en ese sitio», agrega Aparicio.

El naturalista Gustavo Aparicio cree que, antes que imponer, se debe invitar a la gente a ayudar.
«La naturaleza posee una gran capacidad de volver al estado anterior por sus propios medios, por eso la idea es acompañar el proceso, lo cual, en el caso de las plantas, generalmente tiene que ver con realizar el control de las especies exóticas invasoras, dar luz y espacio a renovales de plantas autóctonas para que crezcan en el lugar, y si se quiere agregar individuos, cosechar y sembrar semillas de plantas nativas que estén creciendo en ese sitio», subraya Gustavo Aparicio.
La reciente pérdida de bosques debido a los cambios en el uso del suelo y al aumento de incendios, hizo que en la última Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) en Glasgow, 141 países firmaron un acuerdo para detener la deforestación para el año 2030, compromiso al que se sumó la Argentina.
En este contexto, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en Argentina, en alianza con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación, apunta a lograr un impacto transformador que beneficie a los bosques y a las personas que de ellos dependen, para contribuir en el cumplimiento de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
«Gracias a esta colaboración fue posible obtener financiamiento del Fondo Verde para el Clima, para implementar un Proyecto por un total de 82 millones de dólares, debido a que se demostró que Argentina logró disminuir sus emisiones de gases de efecto invernadero entre 2014 y 2016”, destaca Tito Efraín Díaz, representante de FAO en Argentina y Uruguay. En ese período, el país alcanzó una reducción de 165 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) a partir de la deforestación evitada en las regiones del Parque Chaqueño, en la Selva Tucumano Boliviana, en el Espinal y en la Selva Misionera.

Tito Efraín Díaz, representante de FAO, nos invita a ser parte de la gran restauración de nuestro ecosistema.
El proyecto, cuyo nombre formal es «Pagos por Resultados de REDD+», tendrá una duración de seis años, contribuirá a promover la integración intersectorial e impulsará el establecimiento de siete cuencas forestales sostenibles, alcanzando a 7.000 familias de productores, comunidades y trabajadores y trabajadoras de la madera y servicios forestales, y 92 planes de manejo de bosques con ganadería integrada que beneficiarán en forma directa a 2.900 familias.
«La salud de los ecosistemas está directamente relacionada con la producción de alimentos de forma sostenible y con la salud humana. Por eso, el Decenio de Restauración de los Ecosistemas pretende ser una fuente de inspiración y prestar apoyo a gobiernos, sociedad civil, sector privado, jóvenes, mujeres, pueblos indígenas, agricultores, comunidades locales y personas de todo el mundo para que elaboren y apoyen iniciativas de restauración», concluye el representante de la FAO. No hay tiempo que perder: hagamos que sea, por fin, la hora del planeta.

Una de las integrantes de Cocineros del Iberá que, junto a otras comunidades, se beneficiará con el impulso de las cuencas forestales sostenibles. Foto: Matías Rebak
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