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20 julio, 2010

Marie-France Hirigoyen: «Hay que aprender a estar solo con uno mismo»

En esta entrevista, la psicóloga francesa Marie-France Hirigoyen dice que los hombres y las mujeres reaccionan de distinta manera frente a la soledad negativa, pero que todos quieren salir de ella.


Por Santiago Carballeda

París, Francia.– La soledad es, probablemente, una de las enfermedad más silenciosas de esta era moderna y una de las menos conocidas. De acuerdo con un trabajo realizado en Francia, en 2005 había un 13,3% de hombres y un 19,5% de mujeres que vivían solos. A esa cifra habría que agregar otro 7,5% de familias monoparentales. Eso significa que sólo el 60% de la población vive en pareja. Además, se puede agregar que un 8% de los franceses que tienen entre 40 y 90 años –sin distinción de sexos– nunca vivieron en pareja. Y poca gente sabe, incluso, que la tasa de mortalidad de las personas solas es de dos a tres veces más elevada entre las personas de 40 a 50 años.

Esas estadísticas, que se agravaron en los últimos años, corresponden a la situación francesa, pero son relativamente similares en todo el mundo y, en particular, en las grandes ciudades”, dice Marie-France Hirigoyen, doctora en Medicina, especializada en Psiquiatría, Psicoanálisis y Psicoterapia familiar.

A los 61 años, Marie France es considerada la mujer que hizo los aportes más trascendentes al conocimiento de una serie de fenómenos sociales propios de las sociedades modernas. Fue la creadora del concepto de “acoso moral”, una definición que dio la vuelta al mundo como un reguero de pólvora. Su ensayo Acoso moral: la violencia perversa en la vida cotidiana, publicado en 1998, vendió 450.000 ejemplares en Francia y fue traducido a veinticuatro idiomas.

Luego completó el estudio de esa patología con dos nuevos volúmenes sobre el acoso moral en el trabajo y la violencia en la pareja. Sus aportes fueron tan importantes que esos textos fueron utilizados por el Parlamento para introducir la noción de “acoso moral” en el Código de Trabajo. Apasionada por los problemas que surgen en las sociedades modernas, consagró su último libro al estudio de la soledad, un tema del que habló durante una larga entrevista con Sophia en Francia.

–Hay algo que intriga en su libro Las nuevas soledades: ¿por qué utiliza el plural?

–Porque hay numerosas formas de sentirse solo y las formas de la soledad cambian con la edad. Actualmente, las series de televisión, el cine y el periodismo exponen en forma elogiosa el fenómeno de una juventud que tiene una vida profesional exitosa, gana buenos salarios y gasta mucho dinero. Se puede afirmar, incluso, que la sociedad está organizada para responder a esa tendencia.

–Ésa es una soledad efímera y hasta de conveniencia.

–Es la soledad del “soltero”, que rehúsa el compromiso que significa vivir en pareja porque aspira a gozar de la vida. Su actitud se caracteriza por no tener una relación estable, pero vive en medio de ruidos sociales (familia, amigos, colegas, etc). Esta soledad está “de moda” y forma parte de un sector de alto consumo: los solteros son compradores de ropa, automóviles, música, viajes, regalos y productos suntuarios. Casi todos son fashion victims y consumidores compulsivos. Podría decirse que son “solitarios felices”.

Ilustración: Agustina Ballestero.

–Pero usted dice que no es la única soledad.

–Hay otras formas de soledad, que son mucho más dolorosas. Las de las personas que viven aisladas, tanto desde el punto de vista social como profesional o familiar. Incluso cuando tienen una actividad laboral están solas y muchas veces viven lejos de sus familias o han perdido el contacto. Ese tipo de soledad se profundiza a medida que la gente envejece.

–¿Usted nos muestra las dos caras de la moneda?

–Mi intención fue mostrar la soledad positiva y la soledad negativa. Quise mostrar las consecuencias más nefastas de la sociedad narcisista. Al mismo tiempo me propuse rehabilitar el verdadero sentido de la soledad en su más pura expresión: la capacidad de estar solo.

«Hay formas de soledad que son más dolorosas. Las de las personas que viven aisladas, tanto desde el punto de vista social como profesional o familiar (…) Ese tipo de soledad se profundiza a medida que la gente envejece».

–Existe una diferencia entre la decisión de estar solo y la soledad que no se busca.

–La dificultad del idioma francés es que sólo existe un término (solitude) que sirve para definir dos cosas diferentes que en inglés se denominan loneliness y solitude. Por eso, en mi libro, hay una soledad que tiene connotaciones positivas. En los últimos años advertí que existe una gran cantidad de gente que se siente oprimida por las exigencias de la civilización y que busca crearse un espacio de soledad para reencontrarse. Pero, por otro lado, cada vez hay más personas que se quejan de estar solos: solos en su vida afectiva –incluso dentro de una pareja– y solos en el trabajo.

–¿Cuáles son las principales “quejas” de la gente hoy?

–Los dos temas que aparecen con mayor frecuencia son la falta de reconocimiento en el trabajo y la soledad, el aislamiento. Se trata de un fenómeno paradójico, ya que se supone que estamos en una época de comunicación. En realidad, es de falsa comunicación, porque mucha gente cree que por el hecho de pertenecer a redes sociales –como Facebook, Twitter o los llamados “sitios de encuentro”–, tiene miles de amigos, desarrolla una vida social y se siente menos solo. En cambio, yo percibo que este mundo de enorme comunicación –individualista y de resultados– agrava la soledad y crea más gente solitaria. Dentro del trabajo, la comunicación se redujo a los mails; los mensajitos son otra forma de comunicación impersonal.

–De esa forma, ¿las relaciones van perdiendo contenido?

–Es evidente. Cuando uno tiene centenares de amigos en Facebook, no se pueden tener relaciones profundas ni personalizadas. Este tipo de relaciones se caracteriza por un intercambio de información, pero que está desprovisto de comunicación en el sentido amplio de la palabra. Para que haya una buena comunicación, se necesita tiempo y predisposición para escuchar al otro, sentir al otro, mirar al otro…

–Usted dice que la soledad es un fenómeno urbano.

–Es, sobre todo, un fenómeno de las grandes ciudades y, en ese sentido, no hay grandes diferencias entre Europa, Asia, Estados Unidos o América latina, incluso África. En cambio, en el campo –donde la familia y la comunidad conservan su importancia–, la gente está más predispuesta al contacto, a la escucha, al relacionamiento social. Es evidente que el despoblamiento del campo y la urbanización acelerada están acentuando ese fenómeno a un ritmo vertiginoso.

–¿Las mujeres se animan más a estar solas?

–Las mujeres hacen más esa elección. Mi observación, que en mayor escala está avalada por trabajos de sociología, muestra que hay más mujeres que hombres viviendo solas. La proporción cambia por segmento de edad. Uno de los fenómenos más significativos es que los jóvenes –de ambos sexos– comienzan a vivir en pareja cada vez más tarde. Las parejas se crean para tener hijos y duran el tiempo necesario de criar a los hijos. Después de las separaciones, el hombre permanece solo menos tiempo que las mujeres porque tiene menos autonomía. Las mujeres, en cambio, sufren más, pero una vez que descubren la autonomía, demoran más tiempo en volver a vivir en pareja.

«En el campo –donde la familia y la comunidad conservan su importancia–, la gente está más predispuesta al contacto».

–¿A qué se debe?

–Se diría que las mujeres, cuando quedan solas, necesitan “digerir” la pareja precedente, la separación y analizar qué pasó. “Digerir” es la palabra que utilizan con más frecuencia. Cuando vuelven a crear una pareja, tratan de que sea diferente de la anterior: son más exigentes. A veces, son tan exigentes que prefieren permanecer solas. Aceptan una relación, pero con “cama afuera”, para evitar el desgaste cotidiano. Esto ocurre porque la pareja sigue siendo favorable al hombre y perjudica a la mujer.

–¿Las personas solas se comportan de manera diferente según su género?

–Las estadísticas muestran que los hombres solos son, con frecuencia, personas que atraviesan un período difícil en el plano socioprofesional, con un nivel de educación limitado y bajos ingresos. Las mujeres que deciden vivir solas, en cambio, tienen un nivel de educación universitario, son polidiplomadas, con buen salario. Se puede decir incluso que cuanto mejor viven, más difícil les resulta encontrar un compañero y vivir en pareja.

–El cambio parece haber sido grande en los últimos años.

–Para que una mujer pueda vivir una “soledad feliz” debe reunir dos condiciones. Una: debe tener medios de subsistencia suficientes para garantizar su autonomía, lo que marca una diferencia con las generaciones anteriores, en la que era tributaria de los ingresos de un hombre. Dos: deviene cada vez más exigente porque reclama las mismas libertades que, hasta ahora, sólo poseían los hombres.

–¿La mujer es el motor del cambio en la pareja?

–¡Claramente! Ése es el resultado de la creciente independencia femenina: en Francia, el 80% de las mujeres trabajan, aunque reciben un salario menor que los hombres por puestos similares. En la medida en que obtienen igualdad en el exterior [de la pareja], son más exigentes en el interior.

– ¿Por qué una sociedad cae en el narcisismo?

–Porque las exigencias individuales son tan altas que se transforman en egoísmo. Este fenómeno desfavorece las relaciones de pareja y precariza los vínculos sentimentales. Haciendo un juego de palabras con la tradicional fórmula del casamiento religioso, se puede decir que los narcisistas abordan la pareja “para lo mejor y nunca para lo peor”. La gente tiene la sensación de ser un objeto insignificante –en la sociedad, en el trabajo, en la vida– y deposita en las relaciones íntimas la esperanza de ser único en la vida de alguien para cubrir el vacío espiritual y su malestar interior.

–¿Ése no es un camino equivocado?

–Ese comportamiento frente al amor y a la relación de pareja es, en cierto modo, patológico. Mientras se espera un reconocimiento de parte del otro, uno no está dispuesto o preparado para dar lo que el otro espera. El intercambio es desigual. Y el encuentro de dos narcisismos culmina en un desastre. Actualmente, ya nadie da nada gratuitamente ni está dispuesto a invertir a pérdida. Como hay una actitud de desconfianza que limita la “inversión”, cada uno de los protagonistas mantiene abierta desde el comienzo la opción “ruptura”.

–La soledad prolongada, en el caso de los jóvenes, ¿no es una forma de inmadurez?

–Hay un poco de eso. Pero ese fenómeno se limita a una primera fase: un fenómeno relativamente nuevo es que los jóvenes “prolongan” su adolescencia hasta los 30 años e incluso más. Es cada vez más frecuente el caso de hombres y mujeres jóvenes que evolucionan socialmente dentro de un grupo y mantienen relaciones sentimentales precarias o efímeras, pero sin comprometerse en una relación estable. Una característica de nuestra época es la dificultad de comprometerse.

«La gente tiene la sensación de ser un objeto insignificante –en la sociedad, en el trabajo, en la vida– y deposita en las relaciones íntimas la esperanza de ser único en la vida de alguien para cubrir el vacío espiritual y su malestar interior».

–¿Por qué?

–Es acaso una respuesta a la incertidumbre del mundo exterior. En el mundo actual, la gente vive con la sensación de ser “descartable”. Uno puede comprometerse a fondo con su trabajo y, sin embargo, perderlo de un día para otro. En la vida sentimental es lo mismo: mucha gente aborda las relaciones de pareja pensando que si las cosas no funcionan bien, uno puede ser “descartado” o puede “descartar” al otro en cualquier momento. Vivimos una sociedad de zapping.

–Ésa es una actitud general, ¿verdad?

–Sí, y eso se aplica también a la política. Cuando no estamos conformes, queremos cambiar. No estamos dispuestos a hacer esfuerzos para cambiar las cosas y, si los hacemos, no tenemos paciencia para esperar que las cosas evolucionen.

–¿Esa actitud no es un mecanismo de protección para no fracasar y no sufrir?

–Hay cada vez más gente que rehúye las relaciones íntimas por miedo al sufrimiento y por miedo a la dependencia. El compromiso sentimental crea cierta forma de dependencia. Por eso, abordan la pareja protegidos por una coraza para no comprometerse afectivamente.

–¿Cuál es la “mirada” de las sociedad frente a la soledad?

–Cuando se trata de jóvenes, es valorizante vivir solo. Tanto cambió la sociedad que la gente mira con ojo crítico a quienes emprenden una relación de pareja demasiado jóvenes. Eso es nuevo. En cambio, la actitud es diferente para una mujer cuando llega a la edad límite para procrear. En ese momento, si no vive en pareja, empieza a ser estigmatizada. Y también pasa con el hombre. Si un hombre vive solo, la gente piensa que “debe de haber algo raro” o “por algo debe ser”. Cuando se trata de una mujer, se piensa que “debe de ser insoportable”.

–¿La situación es diferente entre los que tienen y los que no tienen hijos?

–Hay una mayor tolerancia o comprensión para quienes tuvieron hijos y ahora viven solos. Hay un precedente de “normalidad”. La nueva norma acepta esa figura. En cambio, la actitud es diferente para quien llega a los 40 o 50 años solo y sin hijos. Suscita una mirada de sospecha.

–Usted dice que quienes más sufren son aquellos que no aprendieron a estar solos durante su infancia. ¿Eso también hay que enseñarles a los chicos?

–Por supuesto. Nuestra educación se basa únicamente en la sociabilidad y la actividad. A nuestros hijos les hacemos frecuentar grupos de amigos, practicar deportes y los mantenemos permanentemente ocupados. Pero no les dejamos espacios libres por temor a que puedan aburrirse. Y eso lo “pagan” cuando son adultos si tienen la mala suerte de quedarse solos. Para la gente que no aprendió a estar sola, que tiene poca autonomía o que presenta dificultades psicológicas, la soledad puede agravar la situación.

–¿Qué hacer para no caer en una soledad dolorosa?

–Hay que aprender a estar solo. Aun cuando vivamos una buena relación de pareja y tengamos una vida profesional intensa e incluso agitada, es necesario crearse espacios de soledad, en primer lugar para “respirar” y también para ejercitar la práctica fértil de la pausa, la serenidad, la reflexión… y aprender a estar solo consigo mismo. Se trata de una práctica que comienza a extenderse progresivamente en la sociedad. La parte visible es la gente que acude a cursos de reflexión en monasterios o centros de meditación para buscar la soledad y la introspección creativa.

–¿Qué es lo que crea el aspecto patológico de la soledad?

–La confusión entre amor y dependencia. En una relación excesivamente fusional, uno se pega al otro para no quedarse solo frente a sí mismo. Cuando uno sale de una relación interdependiente, la soledad es mucho más dolorosa. En cambio, si se trata de una pareja en la que cada uno conserva una relativa autonomía o, por lo menos, un espacio de libertad individual, en ese caso hay menos temor a la soledad y, por lo tanto, un menor riesgo de caer en una soledad dolorosa.

–¿Es posible “curar” la soledad patológica?

–Por supuesto que se puede curar. Mucha gente viene a pedirme que la ayude a “reparar” su problema de soledad. Ése es el término que usan: “reparar”. Es gente que necesita reconstruirse después de una ruptura. Hay que distinguir lo que es el dolor de la separación de lo que representa la dificultad de la soledad. Para salir hay que pasar por un trabajo –de largo aliento– a fin de abrirse al mundo exterior. Ese trabajo pasa por un cambio de orientación de los gestos y actitudes cotidianas para convertirlos en iniciativas de apertura dirigidas hacia el mundo exterior. El aprendizaje de la soledad, incluso en la edad adulta, es una forma de mirar de manera diferente el mundo exterior. Hay que salir del lamento para pasar a una actitud positiva de apertura. 

Esta nota fue publicada en el número 107 de la edición impresa de revista Sophia, en julio de 2010, bajo el título: «Del lamento a la apertura».  

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