Sophia - Despliega el Alma

Vivir bien

12 diciembre, 2022

Del barro al alma: meditación, alfarería y celebración del desapego

Maestro ceramista y practicante de aikido, Maxi Abbiati encontró un método de enseñanza que combina ambas prácticas en la búsqueda de una conexión física y espiritual muy profunda.


Profesor de cerámica y experimentado practicante de aikido, Maxi Abbiati decidió unir en sus clases ambas prácticas.

Por Luz Martí

Hace un tiempo, en una charla relajada de domingo, una amiga me contó la experiencia de su exprofesor de alfarería. Me dijo que había revolucionado tanto la oferta de su taller que, al principio, se había quedado casi sin alumnos. Me habló un poco acerca de qué se trataba, por encima, junto a mil temas distintos, como se habla esos días de sol fuerte, tiradas a la sombra de un árbol gigante.

Pero el relato me quedó dando vueltas en la cabeza y la llamé para saber más. «Acompañame el miércoles al Tigre que voy a visitarlo. Vive en una isla sobre el arroyo Caraguatá», dijo.

Quiero advertirles, ante todo, que yo soy un poco fantasiosa, y que, sólo escuchar la palabra “Caraguatá” me transportó a una aventura guaranítica, a internarme en los laberintos de un arroyo bordeado por follaje espeso, a la experiencia tropical de navegar deltas desconocidos con sus habitantes de vidas anfibias, parajes desconcertantes y construcciones isleñas. La palabra me traía el clima de los cuentos de Horacio Quiroga, del “Zama” de Lucrecia Martel, y la imagen de los terrenos atemorizantes y extraños donde viven los niños salvajes de las fotos de Sally Mann.

Partimos temprano y tomamos la lancha. Iba a conocer a un hombre que es feliz durmiendo bajo las estrellas, acampando al borde de un lago o al pie de una montaña, que hoy vive con su familia, rodeado por un río verde y misterioso. Se llama Maximiliano Abbiati, es profesor de cerámica y un experimentado practicante de aikido.

Hacía tiempo que Maxi venía preguntándose dónde estaba el corazón de la práctica de la cerámica y qué quedaba en nosotros después del trabajo silencioso e hipnótico con la arcilla, el amasado y el torno. No era sólo la pieza, que desde luego podía ser un corolario bello, capaz de llenarnos de satisfacción. Sentía que algo mucho más profundo se iba modificando para moldear —valga el mensaje oculto de las palabras— suavemente nuestro espíritu.

Ahí había que buscar.  

Conectado desde hacía tiempo con el Aikido, entendió las similitudes entre el proceso de la práctica de ese arte marcial y el de la cerámica. Y, tímidamente, fue gestando una idea de trabajo basada en eso. Se animó a presentarla en Villa Gesell, en un encuentro de ceramistas, ante un público receptivo a la experimentación y a las nuevas propuestas que lo recibió con entusiasmo. La bautizó «alfarkido».

«Yo pensaba que no podía trasladar eso a mi taller, que funcionaba como una máquina con cerca de cien personas aprendiendo y produciendo piezas y objetos. Creía que, si frenaba la pelota, todo se iba a desmoronar y me quedaría sin alumnos. La llegada de la pandemia puso las cosas en blanco y negro: tuve que cerrar el taller y dejar de dar clases. Me di cuenta de que se puede cambiar y no por eso se cae todo. Esa instancia me daba oportunidad de proponer una idea que estaba más en consonancia con lo que pensaba y sentía en ese momento, y lo hice. Cuando retomé el taller, efectivamente, muchos de los alumnos desertaron, pero vinieron otros. Gente distinta, que buscaba otra cosa, se interesaba en la propuesta y la aceptaba. Desde ya no tengo el mismo caudal de alumnos, pero es una forma de trabajar que concuerda más con mi filosofía de vida».

El maestro guía la experimentación y una conexión profunda durante el trabajo con la arcilla.

A esa altura, Maxi llevaba siete años coqueteando con la idea de irse a vivir a una isla en el Tigre. Estaba construyendo su casa y sus necesidades pasaban por temas que consideraba más básicos y centrales: el contacto con el silencio, la naturaleza y el respeto de sus tiempos y ciclos.

Los cambios se dieron casi simultáneamente, en un perfecto alinearse del deseo y la concreción. Después de pasar en Buenos Aires el primer período de pandemia, pudieron mudarse a su casa de Tigre, desde donde da algunas clases, sumadas a las que conserva de su taller habitual de Colegiales. Allí los nuevos asistentes encontraron una posibilidad inédita de crecimiento, un espacio de investigación del propio ser, algo que va mucho más allá de la simple creación de piezas.

El trabajo en el torno es una meditación en sí misma, un aprendizaje lento que va imprimiéndole desafíos a nuestra personalidad, transformándola.

Como en las prácticas de aikido, aplicó la idea de “firmeza sin fuerza”. Llegar a la destreza que permita modelar en equilibrio y sin esfuerzo, practicar y practicar como un músico con su instrumento, vaciar la mente y concentrarse sólo en los movimientos para terminar por convertir esa ese jarrón o vasija recién hecho, nuevamente en una bola de arcilla. El resultado no es tangible. El material vuelve a ser eso, un material. El premio es una forma de paz: queda en al alma, no se rompe, no se pierde. Es eterno. Algo sutilmente emparentado con los intrincados mandalas budistas de arena que se deshacen al ser terminados, enseñándonos a practicar el desapego frente a la duración efímera en los ciclos del tiempo.

«Proponemos una práctica. Una conexión con nuestro cuerpo, con nuestra respiración y con nuestro espíritu, desde un hacer en el torno. Porque lo que importa, va más allá del objeto. El torno acompaña a la humanidad desde hace miles de años, podemos pensarlo como algo más que un medio de producción. Veo al torno alfarero como una herramienta increíble para el crecimiento personal. El tomar conciencia del cuerpo es fundamental porque, de alguna manera, nuestro cuerpo es el molde del objeto», cuenta desde una terraza rodeada por sauces.

En el contacto con la naturaleza está la oportunidad de encontrar aquello que nos conmueve y nos motiva.

La idea me interesa, pero tengo que verla. (Después me dirán que “una cosa es ver, y otra es lo que se siente al contacto con el barro” y lo entiendo, pero, por ahora, no estoy para tanto). Para eso me acerco a su taller en Colegiales. Los alumnos llegan a horario. Son diez. Se saludan en voz baja. Dos gatos dan vueltas mientras los recién llegados se ubican frente a sus tornos con la masa de arcilla lista para trabajar.

Primero hay una relajación, un contactar con las partes del cuerpo que se van a poner en movimiento en esta actividad tan sorprendentemente física: músculos cuello, hombros, manos, cintura, dedos, brazos.
Hay concentración y silencio. Las instrucciones son precisas y lentas. Nadie habla. Los gatos, que hasta hacía unos minutos deambulaban por el taller, vuelven, como si supieran, a descansar quietos en su cucha, arrullados por el ruido hipnótico de los tornos y la voz pausada de Maxi.

En su taller de Colegiales los alumnos experimentan un presente único a través del trabajo manual.

Al saber que la pieza se desechará, los alumnos experimentan un presente único. Un goce en la concentración. Aprender el uso del torno. Ser arcillas modificables. La pieza, esa que en minutos van a deshacer, se cuida: se ponen en práctica la paciencia, la atención y la firmeza al mismo tiempo. Se busca constantemente armonía y equilibrio en la forma del objeto trabajado, y en uno mismo.

Maxi observa atento, muestra y corrige con pocas palabras. La práctica obliga a usar ambas manos y brazos, habilita a que la izquierda sienta y conecte (aprendemos a dominar lo que nos cuesta). Corrige los movimientos, que deben ser precisos para trabajar con firmeza y esmero, pero sin esfuerzo, sin que nada duela. Las palabras suenan a instrucciones de un arte marcial, de una danza. Centrarse en el cuerpo para hacer otra cosa.

Miro la arcilla girar y cambiar de forma. Me pregunto cuánto hay de arcilla en nosotros, cuánto de maleabilidad y qué podemos lograr usando las técnicas adecuadas. Algo de los oficios ancestrales aparece cuando trabajan y parece conectarlos con un pasado remoto: las formas de las vasijas, los cuencos, son los mismos de la prehistoria, una memoria que el hombre lleva inscripta en su ADN y sólo debe dejarse aflorar. Un contacto profundo con la esencia eterna.

«¿Cuánto hay de arcilla en nosotros», se pregunta la autora de esta nota al presenciar una de las clases.

La clase termina y las piezas vuelven a ser arcilla. Los alumnos limpian prolijamente los tornos, dejan cada uno su lugar listo para quien venga a practicar después. Y entonces me cuentan sus experiencias:

César: «Lo importante es aprender a darle el tiempo a la pieza para que reaccione a lo que vos le pedís. Aquí no hay apuros, los tiempos son los de la pieza, no los nuestros. Venimos a aprender a conectar con la arcilla».

Ana: «Viéndolo de afuera, como es tu caso, lo ves como una práctica de meditación, pero probablemente estés intelectualizándolo. Cuando metés las manos en el barro la cosa cambia por completo y sentís de otra manera. La conexión con la arcilla te lleva a otros lugares».

Caro: «Al saber que la pieza va a desecharse nos sentimos más libres, perdemos el miedo. Es un aprender, no habrá juicios ni presiones, y a esta voluntad de aprender y de experimentar cada uno puede darle la profundidad que le interese y extenderlo hacia otros campos de la vida».

Queda una cosa pendiente. Me entero que hace poco tiempo Maxi aceptó la invitación de Tackleando muros, una ONG de Misiones que ayuda a los internos del Penal de El Dorado a recomponer sus vidas para reinsertarse en la sociedad a través del rugby y de otros aprendizajes, para dar un taller virtual de alfarería. Alma inquieta y solidaria, el ceramista enseguida se comprometió con la tarea. Durante sus clases, los jóvenes del penal trabajan entusiasmados, aprenden y muestran sus piezas con orgullo a través de la pantalla del Zoom. Reconforta pensar que la alfarería pueda resultar, para alguno de estos hombres encerrados, una salida laboral digna, tanto de fabricación como de enseñanza a terceros, a la hora de recuperar la libertad.

Podés ver más sobre el trabajo de Maxi en @maxi_abbiati

ETIQUETAS arte cultura espiritualidad meditación sociedad

¿Te gustaría recibir notas como esta en tu e-mail?

Suscribite aquí y te las enviaremos a tu casilla todos los meses

No está conectado a MailChimp. Deberá introducir una clave válida de la API de MailChimp.

Comentarios ()

Más de Vivir bien

Despertar el entusiasmo, un camino al cambio

¿Sentís que te gustaría avanzar, pero te quedás inmóvil? ¿Tenés ganas de dar un giro en tu vida, pero no sabés cómo lograrlo? ¡Nada mejor que encender la llama del entusiasmo!

Animarse al ballet después de los 60 

Participamos de una clase de danza clásica para alumnas de entre 60 y 90 años, y compartimos con ellas los movimientos, las charlas y las ganas de recuperar la magia y la belleza de vivir bailando. Te contamos todo sobre una experiencia transformadora.

Lisboa: ciudad de los mil encuentros

De ríos, calles de piedra y edificios de azulejos, va este andar en primera persona por una de las ciudades más bellas del mundo. Allí donde termina el mar y empieza la tierra y resuenan los versos del gran Fernando Pessoa.