Sophia - Despliega el Alma

Reflexiones

11 mayo, 2020

De la pobreza material a la riqueza espiritual

Así como un cuerpo no puede funcionar a través de cada órgano por separado, los seres humanos necesitamos de los otros para ejercer plenamente nuestra función vital. Un llamado al trabajo conjunto de la mano de la cooperación.


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Por Sergio Sinay

Estamos vivos al final de cada día gracias a una formidable experiencia de cooperación de la que apenas somos conscientes, si es que lo somos. Cada uno de los órganos de nuestro cuerpo ha estado cumpliendo su función durante esas 24 horas. Tales funciones son específicas e irremplazables. Los riñones filtran, el hígado metaboliza, el corazón irriga, el cerebro procesa información, los pulmones oxigenan, y así con cada parte de esta maravillosa y perfecta máquina de vivir que es el organismo humano. Ninguno de sus componentes puede cumplir la función de otro y son, en ese aspecto, insustituibles además de diferentes entre sí. Sin embargo, los convoca un objetivo común, que trasciende a la función propia de cada uno. El objetivo de mantener la salud y, más aún, la vida del cuerpo, esa totalidad de la que cada órgano es una parte.

Si cualquier órgano decidiera imponerse sobre los otros atribuyéndose a sí mismo una importancia superior y, por lo tanto, prerrogativas especiales, el cuerpo entero, su salud y su supervivencia, entrarían en crisis. Más allá de su función, su tamaño y su ubicación, ningún órgano es más importante que otro a los fines de una vida saludable. Separado de la totalidad, cualquier órgano es una víscera, un conjunto de células sin función específica, a lo sumo un pedazo de carne. Su identidad se manifiesta en el conjunto. El hígado es hígado cuando está integrado al organismo, internamente relacionado con los demás órganos, dándole a ellos lo que necesitan de él y tomando a su vez lo que necesita de cada uno de ellos. Cuando uno de los órganos enferma no es solo su salud la que está en juego, sino la del organismo entero. Un organismo se define como el conjunto de órganos, valga la redundancia, que conforman un ser vivo. Si la enfermedad de una de esas partes es terminal, será el organismo en su totalidad el que perezca, aunque las demás estén sanas. La salud del organismo no es cuestión de una sola de sus partes, sino que involucra a todas.

Cooperar para vivir

«La metáfora del organismo como un ente cooperativo merecería ser incorporada a nuestra conciencia y mantenida siempre a mano, porque ocurre demasiado a menudo que, convertidos nosotros en órganos de un cuerpo que puede llamarse pareja, familia, vecindad, consorcio, equipo de trabajo, ciudadanía, nación o humanidad tendemos a actuar como si pudiéramos existir sin necesidad de los demás, de esos órganos que, en la comunidad humana, se llaman prójimos».

La cooperación es, como se ve, la base de la vida de cada ser. Una vez garantizada su existencia gracias a la labor conjunta de todos sus órganos, cada ser desarrollará su vida, seguirá su derrotero, tomará sus decisiones, hará sus elecciones, se consagrará como la criatura única que es. La metáfora del organismo como un ente cooperativo merecería ser incorporada a nuestra conciencia y mantenida siempre a mano, porque ocurre demasiado a menudo que, convertidos nosotros en órganos de un cuerpo que puede llamarse pareja, familia, vecindad, consorcio, equipo de trabajo, ciudadanía, nación o humanidad tendemos a actuar como si pudiéramos existir sin necesidad de los demás, de esos órganos que, en la comunidad humana, se llaman prójimos.

Los tiempos raros, inéditos y críticos que atravesamos desde que el Covid-19 entró en nuestras vidas con su secuela de cuarentenas, miedos, aislamiento, postergaciones, cancelaciones, incertidumbre y tantas otras consecuencias sociales, económicas, laborales, psíquicas, vinculares, emocionales y hasta ecológicas, pone en foco la necesidad de esto que podemos llamar conciencia de parte (cuando nos reconocemos como fragmento de una totalidad), opuesta a la conciencia de todo (cuando creemos ser la totalidad y pretendemos prescindir de las demás partes).

En cierto modo el virus operó como una cámara fotográfica que congeló la imagen del modo de vida que se había ido naturalizando en la humanidad. Un modo de vida competitivo, hedonista, hiper conectado y pobremente comunicado, de seres cada vez más encapsulados y desentendidos entre sí, abrumados por miles de deseos que hacen desatender necesidades, refugiados en lo material, carenciados en lo espiritual. Cuando la imagen se descongele y adquiera nuevamente movimiento, las cosas habrán cambiado. Acaso viviremos en un mundo material y económicamente más pobre. Habrá que preguntarse, entonces, cómo reconstruir un mundo que sea emocional, afectiva, compasiva, empática y espiritualmente más rico. Un mundo que evolucione de la competencia a la cooperación, en el que los campos de confrontación se conviertan en campos de colaboración.

La alquimia del trabajo conjunto

En los comienzos de la historia humana nuestra especie pudo sobrevivir pese a su vulnerabilidad y fragilidad ante fenómenos naturales, enfermedades y la presencia de predadores más fuertes, gracias a la cooperación. Cooperar era sobrevivir. Miles de años después, súbitamente despertados de un estupefaciente sueño de poderío tecnológico, de dominio sobre la Naturaleza, de superioridad sobre otras especies, de narcisismo pandémico, de presunta invulnerabilidad, nos encontramos conque acaso debamos reaprender (o aprender) la vida cooperativa.

«Cooperar es trabajar para un fin común aportando cada uno aquello que le es propio. La cooperación requiere humildad, porque ya no se trata de sobresalir (como en la vida competitiva) ni de imponerse a nadie, sino de integrarse a otros. Ser cooperativo es mucho más (e incluso es diferente) de ser solidario».

Cooperar es trabajar para un fin común aportando cada uno aquello que le es propio. La cooperación requiere humildad, porque ya no se trata de sobresalir (como en la vida competitiva) ni de imponerse a nadie, sino de integrarse a otros. Ser cooperativo es mucho más (e incluso es diferente) de ser solidario. Como explica muy bien el filósofo francés André Comte-Sponville, la palabra solidario deviene del latín solidus y define a un cuerpo pétreo, cuyas partes no pueden ser separadas, por lo cual al actuar sobre una se actúa sobre las demás. Las partes de lo sólido no eligen estar unidas y son solidarias por necesidad, pensando antes en sí mismas que en el todo.

En la cooperación, como en la generosidad, hay elección, responsabilidad, compromiso. En la solidaridad, dice Comte-Sponville, hay conveniencia e interés. Por ejemplo, concurro a un festival solidario aportando un alimento no perecedero porque a cambio veré a mi artista favorito. O una medida del gobierno me obliga por ley a ser solidario, aunque yo no lo elija ni tenga opción. En la generosidad, doy de mi algo que otro necesita, aunque no comparta con él ningún interés. O más aún, como pedía Aristóteles, doy al otro algo que yo necesito, pero priorizo a ese prójimo. En la cooperación el interés y la visión común se anteponen a las prioridades de las partes. El trabajo cooperativo semeja un proceso alquímico por el cual a partir de la colaboración de los distintos protagonistas en un propósito común habrá una transformación de la materia sobre la que se trabaja y esa transformación será positiva para todos.

Aprender a vivir cooperativamente y a ser más generosos que solidarios son tareas esenciales que nos esperan en el mundo que vendrá. Un mundo en el que ya estamos instalados. Por lo tanto, el aprendizaje empieza hoy.

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