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Sustentabilidad

2 julio, 2021

Cuidar la naturaleza: historia de una mujer guardafauna

Isabel Peinecura estuvo toda su vida en el área protegida Península Valdés, Chubut, conocida por la presencia de ballenas, orcas y colonias de lobos marinos. Un trabajo comprometido y solitario que vale la pena conocer.


Isabel Peinecura tiene 67 años y lleva una vida preservando la biodiversidad del magnífico entorno de Península Valdés.

Por Lola López

Seguro que me criticaron cuando elegí esto, pero yo no me enteré”. Quien dice esta frase, entre risas, es Isabel Peinecura, guardafauna de la provincia de Chubut. A sus 67 años está jubilándose de un trabajo que, veinte años atrás, no era convencional para una mujer y de ahí la respuesta que da el puntapié inicial a esta charla.

No es fácil, pero se puede conciliar la vida familiar con este trabajo. Eso, siempre y cuando el marido o compañero de una entienda que vamos a estar mucho fuera de casa, porque esa es, justamente, nuestra tarea. Y si no lo entiende, capaz que se equivocó de persona”, reflexiona Isabel, que también sabe que no cualquier pareja se aguanta el “10 x 4”, es decir, diez días de trabajo por cuatro de franco. “Aunque la verdad es que no fue mi caso, porque cuando yo me convertí en guardafauna, en el año 2000, ya estaba separada y mis hijos eran grandes, así que era yo sola con mis cosas y, como me llevo muy bien con la soledad, nunca fue un problema”.

Al inicio del Sistema de Área Natral Protegida de Chubut, se creó la Reserva faunística Punta Norte, Isla de los pájaros y Punta Loma, en 1967. Actualmente protege una colonia reproductiva de lobos y elefantes marinos y está ubicada a 80 kilómetros de Puerto Pirámides.

Y sí: para hacer este trabajo es imprescindible no entrar en ansiedad por no tener con quien conversar, por no poder «codearse» con un vecino, o por no tener WhatsApp para entretenerse: ella trabajó muchos años en la Unidad Operativa Punta Norte de Península Valdés, viviendo en una casa sin conexión a Internet ni línea telefónica y en el medio de la nada desde el punto de vista de una persona urbana. “Muchos turistas se asombraban cuando les decía que vivía sola acá. Pero yo amo el campo, conozco el lugar y me gusta lo que hago. Cuando me nombraron guardafauna fue uno de los días más felices de mi vida”, recuerda.

–¿Cómo es un día típico de trabajo en Punta Norte?

–Depende de la época. Como allí hay una lobería de reproducción, a partir de septiembre empiezan a entrar turistas, porque también es temporada de ballenas. Entonces ahí el trabajo es muy intenso con los visitantes: hay que salir a recorrer y fijarse que nadie se quede a dormir en las áreas, o que no molesten a la fauna.

–¿Y hacen caso los turistas?

–Finalmente sí, pero hay que ser firme. Siempre van a tratar de acercarse todo lo que puedan a los animales para obtener «la gran foto» y ahí los guardafaunas estamos para proteger a los animales y explicarle al turista que no debe perturbarlos, que debe respetar su ambiente y que si “la cámara no le da”, como suele argumentar alguno, pues bien, debe sacar las fotos desde donde le dé.

En este lugar mágico ubicado en la provincia de Chubut, ella cuida eso que es de todos: la naturaleza.

Al rescate de la fauna

Isabel habla con un tono muy decidido, como quien sabe lo que hace y conoce el grado de responsabilidad que tiene su tarea. Afirma que tiene un gran compromiso con el ambiente, con la fauna y con toda la naturaleza. “El turista local suele decir: ´yo soy de acá y tengo derecho a sacar fotos´, mientras que el extranjero finge no entender, hasta que se le dice que el próximo paso es que venga la policía y ahí, mágicamente, el idioma se torna comprensible. Algunos se hacen más los bravos cuando les habla una mujer, pero hay que pararse firme y no aflojar. A varios les he hecho borrar fotos para no alentar a que otros hagan lo mismo en zonas donde no se puede transitar”.

“Muchos turistas se asombraban cuando les decía que vivía sola acá. Pero yo amo el campo, conozco el lugar y me gusta lo que hago. Cuando me nombraron guardafauna fue uno de los días más felices de mi vida”.

Pero hay otras cosas de las que suele ocuparse Isabel:También estamos para ayudar en los momentos complicados, como por ejemplo cuando a alguien se le rompe el vehículo, entonces llamamos un auxilio, o lo asistimos. Esta es una situación frecuente y es clave mantener la calma, porque hay gente que se asusta al punto de ponerse a llorar”, señala. ¿A qué le temen tanto los forasteros? Isabel explica: “Le tienen miedo a que algún bicho los agarre y, sobre todo, miedo a la oscuridad. Entonces yo me quedo con ellos o los llevo hasta mi casa hasta que llega el auxilio”.

La fauna marina de la península, uno de los destinos más elegidos por los turistas. Foto: Wikimedia Commons.

Más allá del gusto por la naturaleza, resulta evidente que ser guardafauna no es para cualquiera, porque además de la mencionada soledad también hay trabajo pesado, como cargar los bidones de combustible (que van desde los 25 litros en adelante), saber al menos “algo” de arreglar motores y ser una baqueana del lugar adonde le toque ir. Y, justamente, por todas estas características es, fue, el trabajo justo para Isabel, que se crio en el campo, empezó a trabajar a los 7 años y aprendió a amansar caballos y hasta a alambrar, un oficio tradicionalmente masculino.

Hay trabajo duro, sí: pisás mal, te caes. Una no le da bolilla, pero después el cuerpo te pasa factura; ahora el ciático me tiene bastante quieta y ya estoy por jubilarme, pero extraño la actividad, es lo que me gusta”, explica esta mujer que no gusta del reposo: “Siempre hay algo que hacer en la seccional… Cuando no era época de turistas yo pintaba la casa, reparaba los senderos, juntaba la basura que traía el mar y veía si había animales muertos o enfermos”.

El carácter le viene de una infancia dura, no solo por haber comenzado a trabajar de niña, sino además porque no contó con la presencia de sus padres y porque, con apenas 17 años, de pronto se vio casada y embarazada. Tuvo que salir adelante a fuerza de lucha, inteligencia y trabajo: haciendo picadas en el monte (caminos), hachando leña, cuidando niños, llevando adelante una casa y aprendiendo a manejar “de golpe”, aquella noche de lluvia en la que tuvo que llevar a su hijo enfermo hasta lo del médico. “Yo era muy rústica, no tenía miedo y eso me sirvió, porque yo creo que cuando uno vive con miedo al final no hace nada”.

Siempre atenta, su misión diaria es velar por la integridad de los animales y de su hábitat. Foto: José Luis Lazarte.

–Ser “guarda” tiene mucho que ver con el cuidado: del ambiente, de los animales, del turista. ¿Lo vivís así?

–Claro que sí, sin duda tiene que ver con el cuidado y es algo que demanda mucho, pero da mucho también. Tengo un gran compromiso con el ambiente y con explicarle al turista, para que entienda y valore todo lo que la naturaleza nos da. Hay un desconocimiento enorme sobre ella, pero a la vez mucha curiosidad, muchas ganas de saber y eso es bueno. Ahí uno comparte, para que la gente sepa y también entienda, el por qué de las restricciones. Mi tarea ha sido proteger a los animales andando y cuidando que no los molesten para que puedan desarrollarse con naturalidad.

«Tengo un gran compromiso con el ambiente y con explicarle al turista, para que entienda y valore todo lo que la naturaleza nos da. Hay un desconocimiento enorme sobre ella, pero a la vez mucha curiosidad, muchas ganas de saber y eso es bueno».

–Se sabe que, otro gran tema, son los cazadores furtivos. ¿Hay situaciones de riesgo?

–Nosotros no vamos armados y uno nunca sabe cómo va a reaccionar la persona que está cazando, pero por suerte todas las veces que en patrullaje me he encontrado con cazadores y pescadores, la situación siempre se desarrolló de forma pacífica y hasta han sabido pedir disculpas. La clave es cómo una va a hablarles.

–¿Qué hay que tener para ser una buena guardafauna?

–Ganas de conservar la fauna, el patrimonio natural y, también, cuidar todos los bienes del Estado, por ejemplo un vehículo. A las camionetas viejas yo misma las arreglaba, les cambiaba los platinos y la bomba de nafta. Cuando en 2011 nos dieron una camioneta nueva, yo estaba muy feliz. A esa ya no le arreglaba el motor pero la lustraba y la limpiaba todos los días. La mantuve impecable hasta que me fui.

Hoy reside en su casa de Puerto Pirámides y va a Madryn lo menos posible, porque la ciudad la agota: el amontonamiento, el apuro, el malhumor en la calle porque llueve o porque hay viento. “Eso no es para mí”, asegura. Sobre su tarea, esa que otros consideran difícil o rara, ella destaca: “Es un trabajo normal. Tengo 6 hijos, nietos y bisnietos y ellos siempre me dicen que les hace feliz lo que a mí me haga feliz. El campo es mi lugar y el trabajo no me asusta. No espero que nadie me regale nada, me gusta tener mis cosas por habérmelas ganado”.

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