Espiritualidad
22 octubre, 2018 | Por María Eugenia Sidoti
Tiempo de acompañar en el adiós
Hablar de la muerte sin eufemismos. Enfrentar la despedida sin negar la realidad de los acontecimientos. La enfermera especializada en acompañar el final de vida, Gloria Miguens, comparte sus herramientas para hacer de esa experiencia una oportunidad para crecer espiritualmente.
“Importas por ser quien eres e importas hasta el último momento de tu vida”
Cicely Saunders
¿Qué es lo que nos impacta acerca de la muerte? ¿Por qué nos cuesta tanto hablar de eso? Y en caso de tener que transitar por la experiencia, ¿cómo despedirse o cómo acompañar a un ser querido en el adiós?
«No es fácil imaginar la vida sin nuestros seres amados, ni pensar que es uno el que ya no estará. Hay gente que tiene miedo a sufrir o a ver sufrir a otros, al deterioro. Es bueno preguntarse a qué le tenemos miedo y hablar del tema, para atenuar el dolor llegado el momento de pasar por eso”, dice Gloria Miguens, quien lleva quince años acompañando enfermos que transitan el final de su vida, con la intención de llevar luz allí donde otros ven oscuridad.
Una misión que, asegura, tocó a su puerta cuando murió su sobrina. “El de arriba me hizo un tackle y vi para dónde tenía que ir: ese dolor marcó el destino de mi profesión«.
Gloria Miguens nació en Buenos Aires en 1959. Es enfermera profesional especializada y acompañante espiritual, especializada en acompañar enfermos al final de su vida. Su trabajo como voluntaria en hospices, hospitales y sanatorios y las profundas experiencias que vivió la llevaron a escribir el libro Acompañando en el adiós, donde comparte vivencias y herramientas. Actualmente trabaja como acompañante espiritual y brinda talleres para quienes estén transitando este camino. Más información: gloriamiguens@gmail.com
A partir de esa vivencia, Gloria sintió que debía ser puente y ser faro.
“Dice Rainer Maria Rilke que el amor y la muerte son grandes regalos que recibimos. El gran error es no querer abrirlos para mirar dentro de ellos”, reflexiona Gloria. Por eso, a través de su trabajo busca quitarle al tema todo velo de misterio, para aprovechar el tiempo previo a la partida y ayudar a sanar. “Tener tiempo para despedirse es un regalo y permite ir arreglando algunas cosas. Se puede alivianar el peso de los que quedan, por ejemplo. Armar una lista con qué dejarle a quién es un buen ejercicio. Eso fue lo que hizo mi mamá cuando supo que le quedaba poco tiempo. También escribió cartas para las personas de las que se había distanciado. Fue maravilloso ver el proceso que hizo”.
–¿De qué manera la muerte de tu sobrina marcó el camino?
–Luisa murió el día que cumplió 18 años, después de sufrir un derrame masivo. De la nada: estaba sana, sintió dolor de cabeza, la operaron. Estuvo en coma tres días en una clínica adventista y la despedida fue muy humana: nos permitieron estar con ella todo el tiempo, abrazarla, cantarle… Cuando murió, todo el personal se arrodilló al costado de su cama a rezar. Fue impresionante. Costó dejarla partir, pero al día siguiente, aunque el cielo estaba negro, las nubes se abrieron y la despedimos bajo un camino de luz. Mi hermana estaba desgarrada, pero yo la tomé del brazo y supe que debía acompañar ese proceso, intentando llevar paz a quienes parten y a quienes quedan.
–¿Qué aprendiste a partir de ahí?
–Que la muerte debe dejar de ser un tabú. La vemos a nuestro alrededor, en la televisión, en nuestras lecturas, pero no queremos hablar de ella. Nos parece fea, triste. Y en la fantasía el enemigo se hace más poderoso.
–¿Es diferente el camino de los que creen y de los que no?
–Sí. Es más fácil para el que sabe que esto no se acaba. Pero mirá: la segunda mujer de mi suegro, que no era creyente, me dijo que se iba en paz porque confiaba en la naturaleza. No tuvo miedo, sentía que su vida había valido la pena y era tiempo de partir. Ella me mostró otra forma de verlo. Pero yo sé que la vida sigue después del final: hay muchas personas que, a punto de morir, tienen experiencias a otros niveles de conciencia y ven a sus seres queridos venir a buscarlos.
–Muchos sienten que esos seres que ya no están igual siguen enviando señales…
–Sí, hay que confiar en eso, porque no es casual. Esa conexión hace que todo sea mucho más liviano, porque nos dice que nada acabó, sino que continúa. Los que se fueron siguen hablando y debemos estar abiertos para escuchar.
–¿Qué es lo que más te importa transmitir?
–Que la gente le pierda el miedo a la muerte y que vea el tiempo previo como un tiempo rico, de encuentro y de sanación de la biografía. Bien llevado y aconsejado, ese tiempo permite resolver los aspectos más dolorosos de la existencia. Claro que es doloroso despedirse, pero también es la oportunidad de tener un buen cierre y dejarle un mejor duelo a los que quedan. Irse sin haberse reconciliado con un hijo, un padre, un hermano o un gran amigo es una mochila muy pesada. En cambio, tener la posibilidad de partir en paz es imponente.
Momento de dejar ir
“Nunca me voy a olvidar de una mamá cuyo hijo había muerto por una bala perdida años antes. Ella estaba muy enferma y todo el tiempo me decía que no podía perdonar a quien había gatillado. Vivió desde entonces con esa tristeza y ese enojo. Hasta que unas horas antes de morirse me miró y con una sonrisa enorme dijo: ‘Ya está, lo pude perdonar’. Y se fue, pudo irse bien”, relata Gloria con emoción.
“Nunca me voy a olvidar de una mamá cuyo hijo había muerto por una bala perdida años antes. Ella estaba muy enferma y todo el tiempo me decía que no podía perdonar a quien había gatillado. Vivió desde entonces con esa tristeza y ese enojo. Hasta que unas horas antes de morirse me miró y con una sonrisa enorme dijo: ‘Ya está, lo pude perdonar’. Y se fue, pudo irse bien”.
–¿Qué pasa con aquellos que no se perdonan a sí mismos?
–Hace poco me pasó con un hombre joven. Estaba tan enojado… Él no se perdonaba, decía que había desperdiciado su vida. Pero tuvimos muchas charlas y ese dolor tan intenso se fue diluyendo. También recuerdo a aquella mujer que lamentaba haberse practicado cinco abortos cuando era joven y todavía lloraba a esos bebés, no podía perdonarse.
–¿Cómo podemos acompañar un proceso tan diferente en cada caso?
–Primero, poniendo el cuerpo: estar físicamente es fundamental. Sentarse a la altura de esa persona, tomarle las manos, hablar despacio, leerle. Los abrazos y las caricias son muy importantes. Y escuchar, sin juzgar. Hay que animarse a preguntar también sobre eso que duele y no transmitir negación ni miedo. Lo mejor es hacer preguntas y, por qué no, saber guardar silencio cuando haga falta.
–¿Y llorar?
–Sí, claro, yo he llorado muchas veces. No seríamos humanos si no nos dejáramos conmover por la trascendencia de lo que está ocurriendo. La cosa distante y fría se está viendo cada vez menos en cuidados paliativos: cuando un paciente muere, el equipo entero se reúne a hablar de cómo lo siente cada uno. A todos nos impacta ver morir a un ser humano, aunque no seamos parte de su familia. Una vez, en una clínica de Pami, propuse orar por un hombre que acababa de partir y aunque el médico siguió de largo, fue hermoso ver con cuánta devoción rezaron las enfermeras. De a poco está floreciendo algo lindo…
–¿Sentís que el hecho de ser mujer te preparó mejor para esta tarea?
–Sin duda. De hecho hubo tres mujeres, en tres continentes, que se ocuparon de pensar cómo hacer para que la gente dejara de morir en soledad. La Madre Teresa de Calcuta en la India, la enfermera Cicely Saunders en Inglaterra y la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross en Estados Unidos. En el mismo momento histórico, después de la Segunda Guerra Mundial, ellas se avocaron al final de la vida. Y no es raro que hayan sido mujeres: ancestralmente, la mujer acompañaba los nacimientos y los cierres.
«La cosa distante y fría se está viendo cada vez menos en cuidados paliativos: cuando un paciente muere, el equipo entero se reúne a hablar de cómo lo siente cada uno. A todos nos impacta ver morir a un ser humano, aunque no seamos parte de su familia».
–Frente a la inexorabilidad de la muerte, ¿qué enseñanza de la vida nunca deberíamos desatender?
–Conviene saber que no siempre hay tiempo para despedirse y por eso uno tiene que tener las cuentas espirituales al día. La vida es sabia y yo creo que todos tenemos la oportunidad de perdonar y perdonarnos para cerrar bien. El cuerpo de todos se va a desgastar, la diferencia está en cómo se construyeron los vínculos y en qué tipo de alimento le dimos a nuestra alma. Si la persona se va bien, puede haber tristeza, pero también queda la alegría de saber que la misión ha sido cumplida.
¿Cómo aprender a decir adiós?
- Estar junto al ser querido todo lo posible y, aunque se asuma el rol de cuidador principal, intentar que los demás familiares o amigos más cercanos también se hagan presentes.
- No juzgar ni acusar a quienes no quieren o no pueden acompañar de igual manera. Es mejor pedirles amablemente que tengan mayor presencia y preguntarles por qué les está costando tanto.
- El cuidador principal debe guardar tiempo para sí y hacer cosas que lo gratifiquen: se trata de una experiencia agotadora y de otro modo corre riesgo de ser víctima del síndrome de burn out.
- En caso de enojo o rabia, buscar ayuda espiritual para que esa persona pueda perdonar, reconciliarse y sanar su biografía.
- Escribir las dificultades que se van presentando y ver de qué manera práctica resolverlas. Lo ideal es que sea un trabajo en red y no en soledad.
- Expresar amor: tocar, abrazar y hablar al oído siempre reconforta a quien está por partir. El ser humano siente, aunque esté en un coma profundo.
- Llegado el momento, buscar la templanza necesaria para respetar la partida.
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