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9 junio, 2023 | Por María Eugenia Sidoti
Cuando un sticker lo dice todo
¿Te sentís así, con el pelo revuelto y ganas de gritar pidiendo socorro? ¿Querés salir corriendo, aferrarte a una ilusión (la que sea), largarte a llorar? No te preocupes: pase lo que pase, siempre nos podemos hermanar por WhatsApp gracias a la magia de los stickers.

Adoré el sticker en el mismo instante en que lo recibí. Lástima el timing: me lo envió por WhatsApp una amiga que estaba pasando por un momento de verdad difícil. Sé que fue la única salida que encontró a mis bien intencionados (aunque insistentes) “Hola, ¿cómo estás hoy?”. Frente al más intrusivo de los amores, ese que intenta tapar los agujeros ajenos a fuerza de preguntas, presencia y palabras de consuelo, mandarme a la Barbie descuajeringada resultó, intuyo, su acto de coraje y rebeldía. Su manera de decirme que no le quedaba más remedio que asumir que un transatlántico le había pasado por encima.
Por eso me pareció hermoso. Porque tratando de mantenerse a flote en medio del dolor, mi amiga pudo ponerse el salvavidas del humor para alcanzar la superficie victoriosa. Y así, de a poco, empezar a nadar contra la corriente del desasosiego.
Como ella, soy una creyente practicante de que la sonrisa es la mano invisible que detiene nuestra caída cada vez que desbarrancamos. Que la imagen haya sido de esa muñeca, y no de otra, me pareció además un generoso gesto de su creador. Una “rubia, tarada, bronceada, aburrida” (las palabras son de una canción de Luca Prodan, pero el prejuicio alguna vez también fue mío) al borde del precipicio, me hizo sentir hermanada secretamente con la Barbie en su estado de caos interior. Sin poses, con el maquillaje corrido y sin pudor de hacer visible la vulnerabilidad que todos llevamos dentro, pero que en nuestros actos cotidianos muchas veces tratamos de ocultar.
Yo también me había sentido así de rota infinidad de veces. Y también opté por responder “¡Estoy bien!” cada vez que alguien me preguntaba cómo estaba, cuando en verdad tenía los pelos revueltos, la mirada llorosa y unas ojeras capaces de tapar el sol. Cuando, en serio, hubiera sido mucho más útil decirle al mundo: “¡Basta, no doy más, que alguien me ayude por favor!”.
Y vos… ¿estás bien?
La paradoja rige nuestra vida. Parece carecer de todo sentido reírnos de nuestros dolores, pero lo luminoso del asunto reside en el poder de aprender a encontrar algo brillante entre los escombros. Eso que sobrevive aun en los procesos más difíciles y que, solo si agudizamos la vista, alcanzaremos a descubrir a lo lejos. Como cuando éramos chicos y, de pronto, mientras los adultos caminaban absortos en sus conversaciones y pensamientos, nosotros nos convertíamos en los únicos testigos capaces de reconocer que el camino podía estar sembrado de maravillas: una moneda caída, el trozo de una carta de amor hecha pedazos, un botón roto, la cadenita extraviada y cargada de significado que algún nostálgico seguiría buscando para siempre…
Aquella vez del sticker, le respondí a mi amiga con tres emojis lagrimeando de la risa. “Al final eso es lo que somos, hermosa, muñequitas del destino. Claro que estás bien. Estamos juntas. Te quiero”, le dije después. Pero ya no me respondió. Tanto hubiera querido —con toda la fuerza del universo— hacerla sentir mejor. Haber encontrado otro sticker gracioso y que se riera con todas sus fuerzas. Sin embargo, tenía claro que en ese momento, para acompañarla, no había nada mejor que respetar su silencio. Y así lo hice.
Como suele pasar cada vez que creemos que la tristeza no terminará jamás, un día todo pasa y esta vez no fue la excepción: cierta mañana los mensajes volvieron a ser los de antes, la risa estuvo de regreso. Conversaciones casuales, alegres, audios eternos y selfies sacadas en situaciones insólitas volvieron a ser nuestros intercambios del día a día. Y el sticker de Barbie, claro, como una insignia para ese gran mérito que es el ejercicio de la supervivencia. Mi amiga había nadado hasta el agotamiento para alcanzar, por fin, tierra firme. Y lo logró.
Por eso, cada vez que puedo, les envío la Barbie colapsada a otras personas. Es, siento, un acto de resistencia amable frente a las complicaciones de la vida. Todos tenemos problemas. Todos nos hundimos a veces. Todos queremos gritar que no estamos bien. Pero una vez que salimos a flote y volvemos a apreciar la belleza que existe a nuestro alrededor se convierte en un ejercicio sorprendente y a la vez mágico.
Me sigue divirtiendo ver a Barbie cada vez que la busco en el teléfono: el maquillaje diluido, la blonda melena derrapada y esa cara de psycho killer que ponemos tantas veces, mezcla de indignación, drama y agotamiento. ¿Acaso no es mucho más hermosa así? Agobiada, discontinua, imperfecta. Humana por donde se la mire. “Estoy bien”, dice la muñeca de Mattel y habla por vos, por mi amiga y por mí. Porque, aunque no sea cierto ahora mismo que lo estamos, algún día lo será.
Ah, la gran noticia es que, mientras tanto, existen los stickers. ¿No?
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