Se visten de grandes cuando son chiquitas, llegan a la adolescencia y juegan a ver quién consume más alcohol o se “transa” más chicos. ¿Qué están viviendo nuestras hijas? ¿Cómo ayudarlas para que confíen en ellas mismas y construyan una firme identidad de mujer? Por Isabel Martinez de Campos y Gabriela Guerra. Ilustración: María Elina Méndez.
Mamá: me gustaría ser varón. Los varones son más libres, pueden decir malas palabras, hacen lo que quieren, no tienen que ser delicados ni estar siempre prolijitos”. Las palabras de esta chica de 6 años suenan como un cuchillo en María, su madre que tanto luchó para que su hija tuviera todas las libertades que quizás ella no pudo tener. ¿Qué pasa, por qué mi hija sigue viviendo su ser mujer como un impedimento? ¿Qué sucede para que en pleno siglo XXI y después de tanto camino recorrido nuestras hijas sigan considerando lo masculino como un símbolo de libertad?
Se les dice que deben ser fuertes, inteligentes y poderosas; que para triunfar y ser aceptadas, tienen que ser sexys y delicadas. Pero, a la vez, que deben ser complacientes, cautelosas y “femeninas”.
Las chicas pueden ser ingenieras, médicas, científicas nucleares, pero “¿No sería mejor que elijas una carrera corta y práctica que puedas acomodar el día que te cases?”.
Hoy, como nunca antes, nuestras hijas reciben un torbellino de mensajes contradictorios sobre sus cuerpos, habilidades, derechos y sobre ellas mismas. Atractivas, flacas, buenas, exitosas, alegres, generosas, amorosas, independientes… se espera que lo sean todo o casi todo a la vez, perfectas en un mundo imperfecto, que aún no les otorga el estatus que se merecen.
Están confundidas y amenazadas por una sociedad que en muchos sentidos les envía señales cada vez más extremas, donde el prototipo de la mujer fuerte y la mujer objeto viene muchas veces en el mismo envase y donde sus destinatarias son presas cada vez más jóvenes e inmaduras.
Radiografía de las chicas de hoy
Juana, de 3 años, no quiere ponerse el vestido de fiesta para ir al cumpleaños de su amiga. Quiere calzas negras y remera flúo, como el resto de sus congéneres.
Martina terminó de darle un último toquecito al rouge, se acomodó la pollerita y ensayó la pose una vez más en el espejo. Puso los labios como conejito mientras arqueaba la espalda con una mano de uñas carmesí recién pintadas apoyada con fuerza sobre la cintura. Con la otra, tomó su celular para sacar la instantánea. En segundos, todos sus amiguitos de Facebook enviaron sus comentarios: “¡Potra!”, “Diosa”, “Sexy girl”. Apenas 10 años recién cumplidos, y Martina ya sabe lo que es necesario para que una chica sea popular: maquillarse, vestirse y actuar como las chicas de la tele.
En el colegio, una alumna de tercer grado ya no juega al elástico ni a la soga, sino que intercambia con sus amigas fotos de Justin Bieber, el ídolo de turno, o se lo pasa hablando de Violetta, la tira furor del momento que tiene atrapadas a chicas de 4 a 12 años y cuya protagonista, la argentina Martina Stoessel, tiene 15 años y parece de 20.
Eloísa ya tiene 12 y juega con su amiguita a ver quién se transa más “pibes”. La que suma más aprietes gana el trofeo de ser la más canchera.
Las chicas siempre fueron más dóciles a la hora de la crianza. Los chicos eran los que traían más problemas. Una década atrás, la mayoría de los estudios psicológicos y la bibliografía afín estaban orientados a resolver el desconcierto que existía sobre la crianza de los varones, que generaban preocupación por su bajo rendimiento escolar, el alto consumo de alcohol o la escalada de violencia.
Sin embargo, hoy son las chicas las que están en el ojo de la tormenta. “Están más ansiosas, más feroces, más enojadas y, a la vez, más deprimidas y estresadas de lo que nunca antes han estado. El bullying se ha vuelto algo habitual y cada vez más violento entre ellas, beben en exceso y muestran un comportamiento sexual cada vez más precoz y promiscuo. Una de cada cinco experimentará algún desorden psicológico grave antes de llegar a la adultez”, confirma Steve Biddulph, el psicólogo australiano y autor de los libros Raising Boys (Criar varones) y Raising Girls (Criar mujeres). Nuestra confusión a la hora de criarlas es que no hemos entendido que su infancia no es como fue la nuestra, sino que está acelerada temporalmente. “Nuestros 18 son sus 14 y nuestros 14 son lo que ellas ahora viven a los 10”, aclara el especialista.
¿Cuál es la causa de este adelantamiento actitudinal?
“Las chicas de hoy están creciendo demasiado rápido. La influencia de los medios es más aplastante de la que vivieron sus madres y sus abuelas. Este mandato de ser grandes antes de tiempo arroja a las chicas a la adolescencia a edades tempranas, lo que genera en ellas una presión insostenible”, asegura James Dobson, autor del libro Cómo criar a las hijas, que lleva vendidos más de dos millones de ejemplares en el mundo.
La cultura del consumo infantil se ha convertido en “el” gran negocio. Las ventas orientadas a niños de entre 4 y 12 años alcanzaron los 6100 millones de dólares en 1989 y en la actualidad superan los 30000 millones, lo que supone un incremento del 400%.
“Hoy en día las corporaciones gastan fortunas para convencer a hijas y padres de comprar esto o aquello, más allá de que no sea acorde con la edad. Es tal la influencia, que muchas veces los padres, aunque no estén de acuerdo, dicen sí para que sus hijas no estén fuera de sintonía con sus amigas o incluso del mercado”, asegura la psicóloga Maritchu Seitún de Chas, autora del libro Capacitación emocional para la familia, de reciente aparición.
En Estados Unidos, la hija de Madonna, Lourdes León, acaba de lanzar una línea de maquillaje, Material Girl Beauty, cuyo target son las chicas de 8 años en adelante. Los colores del lápiz labial tienen nombres tan sensuales como “Esfumado y sexy”, “Ciruela pasión” o “Coqueteo frutal”.
El marketing las sigue
La ropa para chicas de esta edad no se queda atrás. Animal print, hombros al aire, remeritas cortas que muestran el ombligo, calzas negras por doquier componen una fiesta de sensualidad. “La moda para las más chiquitas enfatiza o muestra partes del cuerpo que algún día van a ser sexuales. Esto transforma en algo común la idea de ser sexy en la niñez. Y termina definiendo el ser mujer sobre la base de la apariencia y la sensualidad”, apunta Peggy Orenstein, autora del libro Cinderella Ate My Daughter (Cinderella se comió a mi hija).
Mientras nuestras hijas crecen, hay un aparato publicitario que invierte millones. “Son la presa perfecta, ya que las chicas jóvenes están muy atentas a lo social, buscan estar en sintonía con las tendencias del mundo que las rodea y quieren pertenecer, por lo es fácil hacerlas sentir ansiosas o inseguras, empujarlas y persuadirlas de cuáles son los objetos que necesitan para pertenecer y para ser alguien”, asegura el psicólogo austríaco Steve Biddulph. Rápidamente surge la desesperación por ser cool, por estar a la moda, por parecerse a sus nuevas heroínas que intentan conjugar en un solo cuerpo lo mejor –o lo peor– de los dos géneros: el masculino (se muestran fuertes, toman lo quieren y hacen lo que quieren) y el femenino (extralimitan su seducción y sus formas). “Cada mañana hay una niñita de 10 años que en vez de preguntarse: ‘¿Qué tengo que hacer hoy?’, piensa: ‘¿Cómo debo lucir hoy, qué me pongo?’”, dice el autor.
Hoy la cultura mediática nos está diciendo que es más importante el envase que el contenido y así aparecen síntomas como problemas alimentarios y encuestas como la de Dove que hablan por sí mismas: el 92% de las chicas quieren cambiar al menos un aspecto de su apariencia física, y el peso corporal aparece como la opción que ocupa el primer lugar.
¿Qué hacemos con esta realidad? ¿Cuál es el mensaje –más allá del bombardeo mediático que puedan recibir– que les estamos dando como padres? ¿Qué es lo que está generando que nuestras chicas jueguen a ser Britney Spears, Paris Hilton o Lindsay Lohan desde que tienen 5 años? ¿Por qué a veces incluso nos divierte y lo fomentamos?
El papel de la madre
Cada vez más, vemos en las revistas a madres e hijas que no se sabemos si son hermanas, amigas o qué. Las madres intercambian la ropa con sus hijas y no dan espacio a que ellas sean las protagonistas. “Cuando en las madres se pierde el valor del crecer, pareciera que la edad ansiada para todas es 25 años; las chicas se quieren agrandar y las grandes se quieren achicar”, reflexiona Maritchu Seitún de Chas.
Esta necesidad de las madres de parecer en muchas ocasiones de la misma edad que sus hijas jóvenes borra los bordes y los límites, que siempre sostienen y encuadran a nuestras hijas para que se sientan seguras.
Aceptar el paso del tiempo y darnos cuenta de que a medida que perdemos el cuerpo de la juventud ganamos en confianza, sabiduría y plenitud, nos ayudaría como madres a protegerlas y darles el espacio que se merecen. Nuestras hijas nos necesitan como guía, no como compinches.
Según la consultora psicológica María Elsa Belardi de Olivero: “A la hora de preguntarnos cómo ayudar a nuestras hijas a formar su identidad femenina, sería bueno preguntarnos como madres cuál es nuestra propia identidad femenina. El trabajo de introspección que nos brinda una terapia, los grupos de desarrollo personal, los acompañamientos psicológicos y el coaching pueden contribuir, hoy en día, a generar este espacio de escucha profunda de nosotros mismos”.
Vale la pena darnos el espacio para saber qué queremos, que sentimos y dónde estamos paradas en la vida. “Si le huimos a ese encuentro, ¿cómo vamos a estar preparadas para encontrarnos con nuestras hijas en su camino de crecimiento, aconsejándolas sanamente pero, por sobre todo, escuchando lo que les pasa en el mundo que les toca vivir?”, se pregunta la consultora.
“En el contexto donde viven las chicas hoy, que ya de por sí es difícil y más estresante que en nuestra época, los padres tenemos que involucrarnos y estar atentos. Además, debemos ayudarlas a que se afirmen diciéndoles que valen por lo que son y no por lo que parecen. Si no las amamos y no se lo transmitimos con claridad, van a mirar para otro lado. Y en este entorno actual, van a pensar que el único material que tienen para comerciar es la sexualidad y la apariencia”, opina James Dobson, autor de Cómo criar a las hijas. Y qué mejor material de defensa y manifestación de bronca y desconcierto, en esos casos, que comprar los modelos masculinos. En otras palabras, transar con diez chicos en una noche, practicar sexo oral a cambio de dinero, alcoholizarse hasta quedar en coma; síntomas que hoy estamos viendo y a veces no entendemos de dónde vienen.
Como padres, hoy más que nunca, es aconsejable estar en alerta. Seguirlas, saber qué consumen y conocer el entorno que las rodea, en una Argentina llena de estrés, algo que ya de por sí es difícil.
Comprar estereotipos masculinos
“En los últimos años y quizá por una mala interpretación del feminismo, las chicas están imitando a los varones y a los más depredadores. Son peleadoras y sexualmente agresivas. Son ellas las que suelen hacer el avance hacia los varones”, declara Dobson.
Según la escritora Marilén Stengel, estamos en un tiempo bisagra y muchas mujeres de más de 35 años, algunas madres de estas chicas, están comprando los modelos masculinos. “En esta masculinización, hay una desafectivización. Esto puede verse en que las chicas practican sexo exprés, lo que antes era solo patrimonio masculino, o no se permiten llorar porque sus amigas les dicen que no sean mariconas. Esto sucede porque vivimos en una sociedad donde lo que vale es lo masculino. Así, perdemos todo lo femenino y lo peor es que seguimos dependiendo del varón. Prueba de esto es el programa de Tinelli, donde las mujeres bailan en el caño muy agresivas y zarpadas, pero en definitiva hacen todo para atraer la mirada del varón. Así, seguimos dependiendo de nuestra capacidad para atraer la mirada masculina. Pareciera que somos valiosas en la medida en que ellos nos miran”, afirma Stengel, escritora, directora social de Stengel-Batista Desarrollo Humano.
Hoy en día, muchas chicas ya a los 13 practican sexo oral o compiten para ver quién se transa a más chicos, y, de hecho, lejos de estar liberadas, se encuentran presas otra vez. Viven el sexo como un simple programa o como una competencia.
“Algunas jóvenes practican sexo oral y cobran. Con ese dinero se compran ropa para estar lindas y seguir agradando al varón, y cuando creen que se liberan, quedan presas en un ciclo tristísimo de humillación”, dice Stengel con cierto enojo.
En definitiva, nuestras hijas necesitan de nuestro ejemplo y nuestra firmeza para que podamos transmitirles el valor de la identidad femenina, empezando por cuestionar los modelos que nos imponen los medios y algunas marcas publicitarias.
“Varones y mujeres vamos a vivir mejor si, ante todo, no perdemos nuestros atributos humanos que se expresan de manera distinta. Es importante que no nos deshumanicemos. Que las mujeres no neguemos nuestras emociones, nuestra horizontalidad, nuestra capacidad para el diálogo, el trabajo en equipo y la solidaridad”, concluye Marilén Stengel.
Juguemos en el mundo
Un cortometraje filmado por María Luisa Bemberg en 1978 mostraba cómo a través de los juguetes, a las mujeres y los varones se los condicionaba en sus roles futuros. Como refleja el film, por entonces a las mujeres se les regalaban muñecas y objetos propios del hogar, en miniatura, y a los varones, los objetos del mundo: trenes, autos, aviones y armas, también en miniatura. El cortometraje mostraba cómo ya desde los cuentos infantiles aparece la Cenicienta sumisa, destinada a salvarse solo si un varón la rescata, y niñas de cuento que ayudan a la mamá en la casa, encerradas entre cuatro paredes mientras los personajes masculinos salen al mundo o hacen actividades más interesantes o variadas.
Pasaron treinta y cinco años y, aunque las mujeres logramos un acceso a ese mundo que antes estaba reservado solo a los varones, todavía estamos viendo cómo manejarnos en un espacio cuyas reglas y leyes, en buena medida, son ajenas a nosotras. Habitarlo, conquistar espacios propios y desarrollarnos plenamente en este mundo sigue siendo un enorme desafío para las mujeres. Los estereotipos pueden haber cambiado un poco, pero no la subordinación a los deseos masculinos: antes, las niñas querían ser amas de casa perfectas, siempre dispuestas a atender al varón; ahora, quieren convertirse en modelos sexys, llenas de botox y siliconas, que siguen complaciendo a sus hombres, aunque no quieran reconocerlo.
Solo si tomamos conciencia de esto, vamos a poder aportar lo mejor de nuestra verdadera identidad femenina para lograr que este mundo sea más humano.
Vale la pena entrar a ver el corto de Bemberg en www.marialuisabemberg.com/cortos-juguetes.php
Hambre de padre
Muchos padres siguen sin relacionarse con sus hijas y las ponderan solo con un adjetivo: “¡Qué linda que sos!”. Nuestras hijas necesitan que sus padres se interesen por lo que hacen, por las películas que ven y por lo que piensan. Recordemos que la relación con el padre marca para siempre el vínculo que van a tener nuestras hijas con el sexo opuesto.
Existen oportunidades para que los padres conozcan el mundo de las chicas y se acerquen más a ellas. Por ejemplo:
- Llevarlas a fiestas o al colegio en el auto con las amigas.
- Interesarse en sus actividades. Los estudios afirman que cuando los padres demuestran un interés activo y practican deportes con sus hijas, ellas tienden a alejarse de las relaciones abusivas y poco sanas.
- Escuchar sin juzgar ni resolver. Los padres tienden a solucionar los problemas de sus hijas y ellas no siempre necesitan soluciones, sino poder hablar de sus sentimientos sintiendo que papá no se espantará por lo que digan.
- Hablarles del peligro del cambio de peso, de la importancia de comer sano y no hacer caso a los estereotipos que muestran los medios.
- Compartir sus experiencias. Las hijas se benefician al saber que sus padres también pasaron por el mismo proceso y las mismas inseguridades
- Hacer actividades o pasar tiempo especial solo con ellas.
Consejos para una autoestima fuerte
“En el mundo, no existen mejores expertos sobre lo que significa ser chicas que ellas mismas”, asegura el psicólogo estadounidense Lawrence Cohen. Por eso, si uno desea guiarlas y ayudarlas mientras luchan con su imagen corporal, su autoestima, su crecimiento intelectual y emocional, y la presión de sus pares, lo mejor es siempre escuchar antes de hablar. Esa es la primera lección. Escuchar y luego preguntar. Preguntarles lo que piensan, más que asumir que uno lo sabe de antemano. “Cuando somos nosotros quienes siempre hablamos, no solo dejan de escucharnos, sino que también dejan de pensar y reflexionar. Pero cuando somos nosotros quienes las escuchamos, ellas tienen que pensar sobre lo que están diciendo y, entonces, comienzan a reflexionar más. Es necesario mantener un diálogo abierto. No podemos ignorar o menospreciar algunos comentarios, o considerar que sus charlas sobre sus idas y vueltas con sus amigas son superficiales y poco interesantes, y después esperar que nos cuenten las cosas importantes que les pasan, sus temores o sus sueños”, aclara Cohen.
En un mundo donde siempre parecen tomar la dirección equivocada y crecen sobre un suelo cambiante y movedizo, lo esencial es brindarles seguridad. Seguridad para aprender a hacer elecciones positivas sobre sus propias vidas y para poder pensar con actitud crítica acerca del mundo que las rodea. Hay que ayudarlas a que les resulte más fácil expresar sus sentimientos y aceptar los de los demás. Ayudarlas a sentirse bien consigo mismas, con una actitud proactiva, que incluye la escucha como una parte del proceso.
Rachel Simmons, la autora de La maldición de la niña buena y creadora del Girls Leadership Institute, asegura que es vital alentarlas a buscar una pasión. “Ayudarlas a encontrar algo que amen hacer es una forma de que puedan enfrentar desafíos, elevar su autoestima y resiliencia, de modo que sean capaces de apoyarse en sus valores intrínsecos más que en su apariencia”. De igual forma, es importante que tengan su propia voz a la hora de tomar decisiones y que puedan resolver sus problemas en lugar de buscar que sus padres siempre se los resuelvan. “Cuando sea posible, hay que permitirles que tomen decisiones constructivas sobre su vida. Dejar que elijan su propia ropa, dentro de límites apropiados, o permitirles decidir sobre cómo resolver algunos conflictos, para que tengan cierto sentimiento de control sobre sus vidas, y asuman la responsabilidad de sus decisiones. También, hay que dejarlas elegir las actividades extraescolares. De esta forma, podrán probar distintas cosas y descubrirán lo que no le gusta hacer y ser, y lo que les encanta”, recomienda Simmons.
Pero hay más. Animarlas a asumir riesgos físicos y a salirse de su zona de confort hará que en cierta forma aumente su autoestima. “Es importante que aun las chicas poco atléticas desarrollen cierta habilidad física cuando son pequeñas porque eso las ayudará a tener una relación con su cuerpo que les dará mayor confianza”, agrega las psicóloga Joann Deak, autora de Girls Will Be Girls.
Es necesario hablar con nuestras hijas para que comprendan las diferencias entre los mensajes de los medios y la vida real. Es fundamental conversar con ellas sobre sexo y sexualidad de una manera apropiada a su edad y a sus valores. A medida que ellas crecen, es esencial ayudarlas a entender la diferencia que existe entre las imágenes sexualizadas que muestran los medios de comunicación y una sexualidad saludable. Es importante que hablemos con ellas no solo acerca de cómo el sexo suele presentarse en los medios como algo separado del amor, sino también acerca de la intimidad.
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