Solidaridad
26 agosto, 2021 | Por María Eugenia Sidoti
¿Cómo nos transforma la decisión de ser solidarios?
En el Día de la Solidaridad te invitamos a sumarte a un movimiento que crece: cada vez más personas eligen darse al otro. ¿Sentís el llamado a tener un mayor compromiso? Para inspirarte, te compartimos la historia de Diego Bustamante, fundador de la ONG Pata Pila.

Diego Bustamante, fundador y director general de una ONG que lucha contra la desnutrición infantil. Fotos: Pata Pila.
Dicen que es en los momentos difíciles cuando aflora, como nunca, nuestra humanidad. Y que al ver el dolor en el rostro ajeno la mayoría de los seres humanos no elegimos desviar la mirada sino, por el contrario, detenernos a tender una mano. Que brindarnos es parte de nuestra esencia y, a veces, solo es cuestión de sentirnos llamados por una causa que nos movilice internamente y nos impulse a asumir un compromiso con el otro. Porque ser solidarios es, antes que nada, comprobar que, aunque todos somos iguales, no siempre tenemos las mismas posibilidades. Y, sobre todo, es saber que no estamos solos. Es franquear los límites, las diferencias y las distancias para emprender un viaje para lograr un encuentro que ya no tiene vuelta atrás.
En la Argentina existen entre 105.000 y 150.000 organizaciones sociales y hay en el mundo más de 970 millones de personas que se dedican a actividades relacionadas con el voluntariado. A su vez, según Naciones Unidas, más de 4 de cada 10 personas aseguran haber ayudado a un extraño en su vida. Estos datos se desprenden de una investigación realizada por Eugenia Etkin, Magister en Dirección en Comunicación Institucional y autora de diversos libros sobre organizaciones sociales, quien señala que «si todos los voluntarios coexistieran en un mismo territorio, constituirían el noveno país en cantidad poblacional con 140 millones de habitantes».
Cada 26 de agosto, fecha de nacimiento de la Madre Teresa de Calcuta, se celebra en nuestro país el Día Nacional de la Solidaridad, para hacer llegar el testimonio de una vida dedicada a acompañar el dolor y el sufrimiento de los excluidos. Su ejemplo de entrega y amor solidario nos interpela individual y colectivamente.
Entonces, si hay tantas personas solidarias en el mundo, ¿por qué muchas otras están pasándola tan mal?
La respuesta es compleja y reviste aristas sociales, políticas, económicas y forma parte de un entramado histórico donde las desigualdades han prevalecido por sobre todas las cosas. Sin embargo, al ser la realidad una construcción dinámica y colectiva, la obra siempre sigue en marcha y necesita una base sólida, erigida con el esfuerzo de todos. No es casual que la etimología de la palabra solidaridad venga del adjetivo latino solidus, que significa sólido, consistente, entero. Una totalidad más fuerte y más grande que cada una de las partes que la componen.

El 100% recaudado a través de las donaciones a Pata Pila es destinado al desarrollo de comunidades vulnerables.
Siempre hay una buena razón para ayudar
La irrupción del Covid-19 puso de manifiesto la necesidad de unirse para multiplicar. Grandes apuestas como Seamos Uno lo deja en evidencia: la iniciativa nació del encuentro de un sacerdote y un empresario con el propósito de alimentar a millones de argentinos durante la cuarentena y con el aporte de todos logró entregar 1 millón de cajas con alimentos a familias de barrios vulnerables. De hecho, un estudio de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE) realizado entre habitantes del área metropolitana de Buenos Aires comprobó que la solidaridad creció durante la pandemia: 2 de cada 3 personas encuestadas afirmaron haber brindado algún tipo de ayuda desde marzo del año pasado, lo que deja en claro que, ante la adversidad, el alma siempre se abre paso para salir al mundo a abrazar.
Eso es justamente o que le ocurrió al emprendedor social Diego Bustamante en 2014, cuando partió desde Buenos Aires con rumbo a Santiago del Estero para trabajar con familias vulnerables y donde se encontró con la dura realidad de la desnutrición infantil y las necesidades impostergables de las comunidades originarias. «Fui escuchando el dolor de las personas, dejándolas entrar y viendo con mis propios ojos la injusticia social que existe y que se lleva puesto la vida de muchos, aún hoy», destaca Diego y jura que, una vez que estuvo ahí, ya nunca más volvió a ser el mismo. Tampoco volvió a estar solo: cuando conoció a los Jerez, siete hermanitos –seis varones y una nena– que estaban destinados a un hogar, supo que quería cuidarlos toda la vida y desde 2018 vive junto a ellos como su tutor legal, ocupado en que no les falte nada. Para que tengan la oportunidad de soñar, estudiar, trabajar y salir adelante; el futuro que deberían tener todos los chicos de nuestro país.

La dura realidad del norte del país moviliza a un equipo multidisciplinario compuesto por más de 70 profesionales.
Pata Pila existe desde 2015 para combatir la desnutrición infantil e integrar a las familias y comunidades en situación de pobreza extrema de la Argentina al sistema público-privado, generando oportunidades de desarrollo económico y trabajando activamente en la restitución del derecho a la salud, la identidad, la vivienda digna y al acceso al agua potable. Más información: patapila.org
«¿Cómo puede ser que algunos tengamos tanto y otros tan poco? ¿Cómo es vivir con tan pocas oportunidades? ¿Cómo es la vida sin agua potable, sin luz, sin conectividad ni buena señal, con muy poco acceso a cosas tan básicas como la salud, el trabajo, la educación?», fue la pregunta que operó como disparador para una gran obra: la creación de Pata Pila, la asociación civil que Diego fundó y que dirige, en la que un equipo multidisciplinario vive y trabaja en más de 66 comunidades de las provincias de Salta, Mendoza, Entre Ríos y Buenos Aires para brindar respuestas urgentes frente a la pobreza extrema y la desnutrición infantil.
Con él hablamos para saber cómo podemos tomar la gran decisión de ser cada día más solidarios y saber por dónde empezar.
–Diego, ¿qué significado tiene para vos la palabra solidaridad?
–Para mí es una palabra muy trascendente. Creo que todo ser humano tiene una fibra y una tendencia natural a darse al otro, a brindarse a los demás. Me parece, también, que es un ejercicio: no se trata de ver si uno es o no solidario; la solidaridad se ejerce. Tiene mucho de entrega –tiempo, escucha– y de incondicionalidad, esa idea de dar sin esperar nada a cambio, de darse sin condiciones. La palabra después se fue atando y tejiendo con otras palabras: justicia social, entrega de la propia vida, proyecto de vida que esté en clave de las necesidades que hay… A veces siento que está desvalorizada, porque parece que es excluyente de los que hacen las cosas por bondad. Porque se trata de poner el cuerpo –la cabeza y el corazón–, la profesión, los propios recursos, los contactos. La solidaridad te invita a detenerte frente a una realidad que está experimentando una persona y saber que ese frenar por el otro te va a pedir algo: tiempo, ayuda, compromiso. Se trata de involucrarse. Es una decisión cotidiana y todos estamos llamados, porque la vida se trata de eso, de darse al otro.

1 de cada 3 niños de la Argentina está desnutrido y, frente a esa dura realidad, siempre se puede tomar acción.
–Hay personas que están mal con todo lo que pasa, pero solo consiguen transformar eso en malestar o queja. ¿Cómo comprometernos más y, sobre todo, cómo arrancar?
–Es que la solidaridad es la respuesta a todos esos enojos o impotencias que uno siente cuando se encuentra con situaciones de tanto dolor, de tanta injusticia, de tanta marginalidad. ¿Por qué uno se vuelve solidario? Porque se transforma en referencia al otro, se involucra y no se queda solo en la queja, en un sentarse a despotricar contra el Estado o el gobierno de turno. Claro, entonces nadie hace nada, pero vos tampoco. De alguna manera, ser solidario es hacer que la impotencia se vuelva potencia, que el dolor se vuelva generosidad, que la justicia se vuelva oportunidad de hacer justicia. La solidaridad es la transformación de eso que pasa en algo mejor.
–¿Qué sentís al ver el enorme recorrido de Pata Pila? ¿Y qué te pasa cuando, a pesar de hacer muchísimo, todavía queda tanto trecho por recorrer para mejorar la calidad de vida de los chicos y sus familias?
–Es algo muy importante para mí. A veces, alejarse y tomar perspectiva del proyecto, te da una pauta de todo lo que estás haciendo: empezamos en una comunidad y hoy estamos en más de 66 con una presencia sostenida; arrancamos atendiendo a un chico y hoy atendemos a más de 1.126 niños todas las semanas. Hay que tener la capacidad de tomar dimensión de todo lo que se hace, de la entrega que hay, y el corazón y el esfuerzo que todos ponemos, algo que es día a día y requiere muchísima entrega. Uno pone tiempo, ideas, creatividad, estar todo el tiempo viendo por dónde golpear una puerta y pensar qué hacer si no se abrió. Hay que ser muy creativo y volver a encontrarle el sentido a lo que hacés todo el tiempo. Es un proyecto de vida que también transformó mi propia vida, que ayuda a la gente y a la vez es facilitadora de que muchos nos transformemos.

–¿Cómo se logra todo eso en el día a día?
–Con toda la humildad de saber que trabajamos en lugares tan vulnerables, tan desprotejidos, con tanta injusticia social y tan fuera del sistema, que sabemos que no somos los salvadores de nadie, apenas podemos colaborar con nuestro granito de arena para que esa mamá, ese niño, ese cacique, ese asentamiento, puedan ver una diferencia. Pero nunca nos colocamos en un lugar que no corresponde, no hay tiempo para el orgullo ni para el ego. No hay tiempo porque siempre estamos tarde frente a la necesidad. Por eso, tranquiliza saber que cuando uno entrega lo mejor que tiene, eso alcanza, aunque siga habiendo necesidades y uno no de abasto con todas las realidades que van apareciendo en el camino. Tiene que ver con eso: con saber reconocer que el otro es el centro, no vos y tu necesidad de trascender. Hay que ir de a poco, trazando metas cortas y realizables, paso a paso. Saber que para esa persona valió la pena y que ese chico tiene un futuro, que llegamos a tiempo para salvar esa vida que se iba a perder y que esa mamá desganada tiene ganas de volver a confiar porque tuvo la contención necesaria. Que ese lugar que estaba medio abandonado hoy es un centro infantil. Cada uno de esos avances va respondiendo a la impotencia que te da meterte tanto en el terreno y en el barro.
–¿Cómo cambió tu vida la labor que decidiste llevar adelante en el norte argentino?
–La experiencia del norte fue muy transformadora. Yo decidí irme de Buenos Aires para estar cerca, para ver mejor, pero también para hacerme de la sencillez. Fue una decisión mía para dejar atrás algunas cosas, romper paradigmas, resignificar mi vida, mi propósito, para orientarme hacia algo más humano, más propio, que me haga más sencillo de corazón. Se trata de salir de la carrera del éxito y del desarrollo personal para darnos cuenta de que la vida tiene más sentido en relación a compartirla con los demás. La gente del norte es sumamente valiosa, y en ese camino me encontré con un montón de vínculos y de familias, y así conocí a los Jerez, los siete chicos que hoy viven conmigo y con los que formamos una familia que me transformó totalmente la vida.
«La solidaridad te invita a detenerte frente a una realidad que está experimentando una persona y saber que ese frenar por el otro te va a pedir algo: tiempo, ayuda, compromiso. Se trata de involucrarse. Es una decisión cotidiana y todos estamos llamados, porque la vida se trata de eso, de darse al otro».
–¿De qué manera que transformaste en ese proceso?
–De muchas maneras. Porque por un lado, la experiencia me invitó a sacar fuerzas de lugares donde no creía tenerla, potenció mi creatividad por la desesperación de tener cercanía con situaciones tan dolorosas, empecé a gestionar. Tuve que aprender miles de cosas que no se aprenden en ninguna escuela. Fue una posibilidad que se fue construyendo y que habilitó a que muchos otros entreguen su vida y su tiempo. Hoy ya somos 70 personas que trabajamos en la organización, que ponemos nuestra profesión, nuestro trabajo y nuestro tiempo al servicio de 1.000 familias que están cerca nuestro, que forman parte de Pata Pila y nos transforman a nosotros. El cambio radical sin duda fue en 2014 cuando agarré un bolso y decidí irme de Buenos Aires, pero después también fui haciendo pequeños cambios. Fui aprendiendo, rumiando, encontrándole la vuelta y eligiendo cómo entregarme y cómo entregar. Es algo muy cotidiano, no es decidir un día dejar todo y ya está; seguís eligiendo entregar tu vida todos los días.

A partir de hoy, desde Sophia te invitamos a sumarte a algún proyecto solidario de la mano de nuestro segmento «Elegí tu causa», una convocatoria que realizaremos semanalmente en nuestra cuenta de Instagram, con el propósito de contarte cuáles son las propuestas disponibles para que te lances a ayudar. ¡Dale, vos podés! Entrá en instagram.com/revistasophia
Agradecimiento: Paula Torres.
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