
26 noviembre, 2019
Tiempo de honrar a padrastros y madrastras
Los míos, los tuyos, los nuestros... Lejos de aquellos malvados personajes de cuentos que hacían sufrir a los hijos de sus parejas, hay cada vez más familias ensambladas que construyen vínculos amorosos y profundos, aunque sus integrantes no compartan lazos de sangre.
El diccionario tiene esas injusticias. De hecho, la significación de “madrastra” o «padrastro” en dicho libro es, por decir lo menos, rara.
Dice la Academia de la Lengua al respecto:
Lo que dice del padrastro es similar.
En época de familias ensambladas, los padrastros y madrastas son una muchedumbre, y que su descripción sea, al menos según la segunda acepción del término, tan crudamente negativa, es injusto y dañino.
Recuerdo siempre a Walter Samuel. Dudo que acá lo conozcan, más allá de lo que ha cambiado el paisaje de intereses femeninos en relación al fútbol. Es que Walter Samuel ha sido uno de los defensores más intensos que ha tenido el fútbol argentino, aguerrido y durísimo, hombre que vistió la camiseta nacional por mucho tiempo. Bueno, antes se llamaba Walter Luján.
«Padrastros y madrastras coexisten con los padres y madres, no hace falta que haya algún tipo de abandono para que encuentren su lugar. Al ser parte del paisaje cotidiano de los hijos de su pareja, y al vincularse afectivamente con ellos, los padrastros y madrastas suelen tener un lugar significativo y por esa causa es muy arbitrario solamente apuntar a los aspectos negativos de su gestión, tal como suele suceder en el diccionario, en las noticias de noticieros y en la literatura».
El señor Luján, padre del chico, abandonó a la familia cuando Walter era un recién nacido. Tras un tiempo, la madre del chiquito rehízo su vida sentimental con un señor de apellido Samuel, quien lo crió hasta su mayoría de edad. Agradecido por ese amor recibido, ya siendo jugador de las selecciones juveniles de nuestro país, el muchacho cambió su apellido y, de allí en adelante, fue Samuel, una fortaleza en el área chica durante muchos años. Es un ejemplo, de los millones, en los que madrastras y padrastros ofrecen amor a los chicos que están allí, formando parte de su familia aunque no lleven su sangre.
Obviamente, padrastros y madrastras coexisten con los padres y madres, no hace falta que haya algún tipo de abandono para que encuentren su lugar. Al ser parte del paisaje cotidiano de los hijos de su pareja, y al vincularse afectivamente con ellos, los padrastros y madrastas suelen tener un lugar significativo y por esa causa es muy arbitrario solamente apuntar a los aspectos negativos de su gestión, tal como suele suceder en el diccionario, en las noticias de noticieros y en la literatura.
Sí, es verdad, de Cenicienta a esta parte las madrastras y padrastros tienen tan mala prensa que, como decíamos antes, hasta el diccionario los puso en la lista negra. Hay todo un compendio de problemas propios de la “padrastés” o la “madrastés”, pero no son inherentes a dicha función, sino a una distorsión de la misma. En tal sentido, también hay distorsiones graves en algunas maternidades y paternidades, pero no por ello hacemos cargo a la parentalidad de la existencia de dichas distorsiones, sino que las vemos como desvíos innobles de una función noble, noblísima. Bueno, lo mismo digo respecto de la función de quienes acompañan a su pareja, junto a los hijos de la misma.
El amor ante todo
Es habitual que los padrastros y madrastras coexistan en el paisaje con los padres y madres de los chicos, y, consciente o inconscientemente, formen parte de la educación de los mismos, aunque, claro está, con distintos grados de importancia. El ejemplo de Walter Samuel es un extremo, en el sentido en que el ahora padre terminó supliendo una función desierta, y, de hecho, su historia habla de un amor sanador y reparador, de esas historias que solamente la grandeza de espíritu permite.
Más allá de esos ejemplos extremos, la mayoría de las veces a lo largo del tiempo se va construyendo un ecosistema familiar en el que la función de las parejas empiezan a tener un rol significativo, con diversos grados de intensidad, pero nunca son inocuos o indiferentes.
Es real que después de una separación o viudez, la aparición de una nueva pareja “oficial” en el paisaje requiere prudencia porque hay que cuidar a los chicos de los –a veces caóticos– avatares afectivos de los adultos. En los hechos, esa prudencia termina siendo un buen filtro para erradicar personas negativas en lo que a calidad afectiva se refiere.
«Es real que después de una separación o viudez, la aparición de una nueva pareja “oficial” en el paisaje requiere prudencia porque hay que cuidar a los chicos de los –a veces caóticos– avatares afectivos de los adultos. En los hechos, esa prudencia termina siendo un buen filtro para erradicar personas negativas en lo que a calidad afectiva se refiere».
Sabemos que los hijos suelen quejarse porque deben aceptar que los padres son personas que no están a su entera disposición y tienen una vida más allá de su rol parental. Dentro de esa aceptación (que les hace muy bien, por cierto) está el hecho de “bancarse” que sus padres son seres que, además de ser “padres”, son también hombres y mujeres, con vida afectiva por fuera del rol de cuidadores de chicos. Creerse dueños de sus padres los perjudica, y es positivo que perciban que hay un mundo emocional de sus padres que es inaccesible para ellos, del que, con suerte, obtendrán ciertos sanos beneficios de manera indirecta.
Sin embargo, lo antedicho no significa que no se deba cuidar la sensibilidad de los chicos, afianzar la relación antes de la presentación del caso, y, por supuesto, ponderar con inteligencia y sin impulsividades infantiles la posibilidad de una convivencia o un nuevo casamiento.
Luego de todo eso, cuando la nueva pareja se afianza, la familia se transforma en “ensamblada” y allí es que aparece la significación de padrastros y madrastras en el día a día de los chicos.
Padrastros, madrastras, hijastros
Hay una cantidad de problemas típicos de la relación de los padrastros y madrastras con sus hijastros. En realidad, suelen provenir más de cosas no resueltas en la pareja, que con los chicos en cuestión. Celos, aspiración a sustituir el rol del padre o la madre real, competencia, entre otros problemas, aparecen con cierta asiduidad en el panorama de estas relaciones. Obviamente, también pueden ocurrir conflictos con los padres que puedan sentir competencia, celos, etc. con la pareja de su ex. Son todas situaciones lamentables, como lo son todas las situaciones conflictivas en las que el desacuerdo, la pelea, la desconfianza y la bronca priman por sobre el buen criterio y la generosidad que la parentalidad exige.
También es importante señalar que el rol de padrastros y madrastras suele tener costados ingratos. Aparecen tareas cotidianas que no son luego valoradas “oficialmente”, se deben soportar dificultades sin las atribuciones de autoridad que sí tienen los padres. Se requiere de tacto y diplomacia para hacer valer el propio criterio, no ya como padres de los chicos, pero sí como dueños de casa, siempre en alianza, en lo posible, con la pareja. Esas y otras dificultades son las que aparecen en el día a día de muchos hogares en los que las familias se han ensamblado y el arte de la convivencia entra en acción.
Aquí solamente queremos abrir un poco el juego y honrar una función extendida que puede ser muy nutritiva y amorosa, más allá que, como decíamos, suele tener mala prensa y mala literatura. Los capítulos acerca del tema podrían ser muchísimos, pero con solamente validar esta función, viendo sus aristas positivas, nos damos por satisfechos.
Por todo lo antedicho, ¡salud a los padrastros y madrastras de este mundo! Se han ganado su lugar y, esperemos, pronto en los diccionarios lo reconocerán como corresponde.
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