Sophia - Despliega el Alma

POR Adriana Amado - Columnistas

24 abril, 2017

Temporada de narcisos

En cada red social hay millones de ellos. Están ahí, a la vista de quien quiera verlos, con sus sonrisas festivas o sus comentarios indignados. ¿Por qué no pueden fotografiarse, celebrar o enojarse sin compartirlo con todos? Una aproximación al fenómeno de la exhibición digital.


Hay un nuevo virus en la computadora, en el teléfono, en la tableta. Es una plaga. No sale con los antivirus tradicionales y es indiferente al sistema operativo, aunque no se dispara con cualquier programa sino solo con aquellos que facilitan la exhibición del cuerpo y sus afectos. Se sabe cuándo ataca porque basta abrir Facebook o Instagram para que el usuario apestado no pueda evitar fotografiarse, mostrarse, expresarse, hacerse ver en todas las facetas mostrables. E incluso, en algunas que bien haría mantener para su intimidad.

Están los que publican lo que pasa puertas adentro de su casa o lo que hacen puertas afuera en la vida social, pero también los que difunden los logros profesionales, los momentos familiares, las vacaciones, las fiestas de guardar. En estas épocas de crisis y cambios, en que el mundo anda temiendo la existencia de una bomba mucho más peligrosa que Gladys, la cantante tucumana, lo que más se lleva es exhibir la indignación ante las amenazas mundiales y los avatares nacionales. Mucho más estimulante que mostrar el estatus social o el éxito amoroso es colgar del muro de Facebook la conciencia social. Para que todos vean que la tenemos.

Hay diversos grados de compromiso (red) social con las causas necesitadas de apoyo. La forma más sencilla es compartir una frase sensiblera firmada por un autor preferentemente muerto, cuestión que no reclame la veracidad de la cita ni proteste porque adornaron una idea profunda con una vela encendida o un amanecer en tonos intensos. Otra muy conveniente son los videos con mensajes, editados con todos los condimentos para que nos patee el hígado y busquemos la cura instantánea poniendo un me gusta. Siempre, claro, que sean videos cortos: nada de sabidurías que impliquen una atención que supere el minuto y medio. La indignación compartida grado cuatro la padecen los que comparten noticias tan alarmantes como improbables, que se reconocen porque provienen de blogs ignotos o de proveedores especializados en el arte de provocar.

Lo tremendo es que a los indignados no les alcanza con su amargura y piden insistentemente que sumemos la nuestra a su protesta. Como esos videos que conminan “Si te parece injusto este sufrimiento, comparte en tu muro…”, hay amigos que exigen a su comunidad fraternal que confirmemos que estamos tan o más amargados. Pero nunca menos, porque mostrar un bajo nivel de indignación en sangre puede significar el fin de la amistad virtual. Algunos directamente encabezan sus publicaciones al grito de “¿No van a repudiar tal?” o “¿Nadie va a decir nada de?”. Sin importar cuánto sume al asunto nuestra modesta opinión, necesitan juntar masa crítica para su queja, aunque más no sea la de una docena de comentarios confirmatorios de su razón y unos corazoncitos de Facebook solidarios

Lo duro es que este exhibicionismo suele estar reñido con la coherencia. Se olvidan que somos conocidos y por tanto sabemos cómo viven, de qué trabajan, dónde pasaron las últimas vacaciones, porque ellos mismos nos los han hecho saber en sus propios muros. Omiten que, pegado al video en contra del hambre del mundo, vemos la parrillada que se mandaron el domingo, o al lado de su adhesión inquebrantable con la educación pública publiquen las fotos del concert del nene en el colegio inglés de doble escolaridad.

Me pregunto cómo hacen para que les alcance publicar una foto o un comentario para sentir que están aportando un paliativo. A mí esas broncas me angustian, me bloquean. Nunca sé cómo acompañarlos: les pondría el «megusta» que esperan pero ¿me gusta qué?, ¿que estén indignados o lo que plantean? Y si pongo la carita triste o enojada, ¿cómo saber que entienden que estoy así por su denuncia y no porque se indignan? Lo que más me admira de los narcisos indignados es que puedan encontrar una solución a males endémicos que cabe en la extensión de un post de Facebook, de acertar con la foto de la persona a quien puede echársele toda la culpa.

Es admirable esa capacidad de volver las incertidumbres contemporáneas en certezas.

Un mito vigente: Narciso enamorado de su propio reflejo.

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