
12 abril, 2023
Soltar los libros guardando la sabiduría
Los acumulamos durante años en nuestras bibliotecas, muchas veces sin preguntarnos si realmente queremos que todos esos títulos nos sigan acompañanado de por vida. ¿Cómo es tu relación con los libros y cuánto tiene de guardar, de soltar, de dejar fluir?
Hace unas semanas un periódico alemán contó que encontraron 70 mil libros que tapizaban paredes y techos de una casa en Alemania. Un discreto ingeniero de minas de Westfalia cubrió las paredes de toda la casa con estantes que él mismo fabricaba en el sótano. Se reportaba que su mujer estaba en un asilo de ancianos y nadie parecía interesado en el sorpresivo legado.
Contrariamente a lo que se supone, los libros son la cosa más fácil de acumular y la capa más difícil para desprender de la vida. Aunque se supone que su provecho es inmaterial, la versión de papel es un fetiche que se convierte en kilos de polvo y ácaros cuando las lecturas se vuelven metros lineales muertos.
Ahora que entramos a la casa de cualquiera con las videollamadas, los estantes llenos son una escenografía que recuerda a eso bufetes de abogados que acumulan tomos de jurisprudencia con letras doradas en el lomo. La nuestra, ¿es una de esas bibliotecas decorativas o es un espacio activo? Esos anaqueles, ¿contienen una biblioteca vital, que circula generosa, o son un cementerio donde los lomos son lápidas de nuestro ego?
Repasar los libros nos recuerda que muchos estantes representan un pasado que ya no habla de nuestros actuales intereses. La pandemia me dio tiempo para comprobar que buena parte de la biblioteca eran solo papeles impresos. Otra correspondía a libros que, aunque buenos, no volvería a leer. Una pequeña parte, me gustaba, pero darían más servicio en alguna escuela. Sincerándome, menos de un tercio era la que podía llamar mi biblioteca.
Después de años de custodiar los libros por años con el celo de quien preserva la biblioteca de Alejandría, comprobé que las bibliotecas rechazaban mis libros y que los libreros malamente los aceptarían por unos pesos. Fue mucho más trabajo desprenderme de dos tercios de mi biblioteca que juntarlas meticulosamente desde la adolescencia. Tuve que catalogar donaciones, intentar que las aceptaran, conseguir alternativas para despacharlas. En la faena pensaba qué vida mejor hubieran tenido mis libros si en lugar de acumularlos mezquinamente, los hubiera ido soltando a quien les deparara la misma alegría que sentí al leerlos.
De ahora en más no voy a esperar que una mudanza me recuerde que tengo demasiadas capas de papel acumuladas. Cada vez que sacudo el polvo, repaso qué novela puede merecer otra lectura y qué amiga merece encontrarse con ella. Qué diccionario puede ir a una escuela que no tenga acceso a Wikipedia. Qué libro infame no debería demorar su destino de reciclado a papel de servilleta. Lo que aprendí de la mayoría de los libros que tenía me acompaña, aunque ya no estén en la biblioteca.
Y ustedes, ¿cuántos libros pueden soltar de sus bibliotecas?
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