Sophia - Despliega el Alma

POR Cristina Miguens - Columnistas

21 septiembre, 2017

Revolución siglo XXI

“El hombre es un aprendiz y el dolor es su maestro”, escribió el poeta francés Victor Hugo. En estos 18 años de hacer Sophia, atravesando la vida con sus alegrías y tristezas, una reflexión sobre la necesidad de ir en pos de un verdadero cambio espiritual.


Con este número de Sophia cumplimos 18 años, toda una mayoría de edad para celebrar y, a la vez, hacer un balance. En octubre de 2003 relanzamos la revista e imprimimos 160.000 ejemplares que se distribuyeron gratuitamente con un matutino nacional para llevarles a sus casas nuestro mensaje. Releer el editorial de esa emblemática edición #33 me conmovió, porque anunciaba nuestra misión no exenta de incertidumbre, “Buscando a Sophia”: 

Vivimos una época que endiosa los valores masculinos. El hacer, el tener, el lograr. Sos lo que hacés. Ya en 1967, el doctor Stern, un psiquiatra alemán, escribió The Flight from Woman (La fuga de lo femenino), donde advertía que el mundo se estaba deshumanizando y empobreciendo de valores femeninos, en el sentido de que rechazaba el tipo de sabiduría llamada Sophia: el hombre conoce intuitivamente. (…)

Durante todos estos años hemos insistido en la importancia de revalorizar lo femenino, la intuición y lo no racional para recuperar la conexión con el alma y lo sagrado, un camino espiritual indispensable para alcanzar sabiduría. Pero aún nos faltaba mucho por recorrer: en aquel lejano 2003 tampoco a mí me quedaba claro qué sería aquello que buscábamos llamado Sophia, esa diosa de la sabiduría para los filósofos helenistas, que más tarde la tradición judeocristiana interpretó como el Espíritu de la Sabiduría de Dios, y que otras culturas de la época también personificaron con diosas: Astarté en la Mesopotamia, Maat entre los egipcios, y su versión helenizada, la poderosa Isis. Tampoco nosotras sabíamos dónde encontrar esa sabiduría, quiénes la tendrían, cómo reconocerla y en qué se podría manifestar, pero intuitivamente no salimos a buscarla en las universidades ni en las academias, sino en la vida misma. Y como se trataba de recuperar la sabiduría femenina perdida, empezamos por las mujeres, cuyos testimonios compartimos porque llevaban adelante sus vidas creativamente, desde una cosmovisión más amplia que el enfoque racionalista, materialista y ateo del ser humano: desde el alma.

Ya entonces descubrimos que, desde esta perspectiva, el sufrimiento podía tener un sentido profundo y la capacidad de moldear nuestras vidas de formas inesperadas. Las crisis, los dolores, las pérdidas y aun las depresiones como expresiones del alma podían ser las parteras de un nuevo ser.

El dolor como maestro

Los años de la revista coinciden casi exactamente con la larga crisis argentina que comenzó a fines del siglo pasado, estalló en 2001 y se prolongó durante los años del kirchnerismo. Al derrumbe económico y social (además de político e institucional) de principios de siglo le siguieron el incremento de las mafias, el narcotráfico infiltrado en el Estado, la violencia de género, la inseguridad, la obscena corrupción y la complicidad de la Justicia, que provocaron cuantiosas víctimas y muertes. El magnicidio del fiscal Nisman, Cromañón, Once, La Plata, los Quom en la 9 de Julio, los niños con “hambre de agua” o muertos por desnutrición, las familias comiendo alrededor de un tacho de basura son imágenes imborrables del horror.

Si como escribió el poeta francés Victor Hugo “el hombre es un aprendiz y el dolor es su maestro”, esta vez los argentinos aprendimos. Veinte años de estragos han conseguido formar a toda una nueva generación de varones y mujeres con un conocimiento experiencial doloroso (si no traumático) y dotarlos de una fuerza que parece venida de otro mundo. Porque muchos de esos jóvenes (y otros no tanto) se lanzaron entonces masivamente a la acción, crearon o integraron proyectos comunitarios en fundaciones y ONG que proliferaron en el país: La Juanita, La heladera social, Un techo para mi país, Ruta 40, Haciendo Camino, Madres del Dolor, Cimientos, Usina de Justicia, Nuestras Huellas… la lista sería interminable. Esas experiencias resultaron decisivas en sus almas y en sus vidas. Margarita Barrientos, Toti Flores, Caty Hornos, Manu Lozano, Fabiana Tuñez, María Luján Rey, Carolina Píparo, Diana Cohen Agrest y tantos otros son ejemplos de resiliencia, solidaridad y de transformación del sufrimiento en acción. Anclados en sus convicciones, nada los detiene, y hoy muchos de ellos han ingresado a la esfera pública.

Encontrando a Sophia

También para mí, durante estos veinte años en que se combinaron las crisis del país con mi vida personal –de duelos, pérdidas, casamientos, nacimientos, enfermedades, alegrías y fracasos–, edición tras edición, nota a nota, estas mujeres (y también varones) me fueron enseñando mucho con sus testimonios, que me sirvieron para madurar y profundizar en esa búsqueda de Sophia.

El debate sobre la interpretación de la Sabiduría personificada en una figura femenina, Sophia, aún no ha alcanzado el consenso entre los teólogos judeocristianos, en parte porque se citan diferentes libros de las Escrituras para sostener distintos significados teológicos. La hermana Elizabeth Johnson, prestigiosa teóloga católica, en su visión feminista de las Escrituras dedica mucha atención a la figura de Sophia. No solo admite su omnisciencia y su carácter de mediadora y madre, sino que también destaca su febril actividad en toda la literatura sapiencial, donde sus actos tanto en la creación como en la salvación son claramente divinos. Para Johnson, Sophia es una personificación femenina del propio ser de Dios implicado en la creación y la salvación del mundo. (…) Ella da forma a todo cuanto existe y penetra todas las cosas con su espíritu puro de amor a la gente. Ella es omnisciente, todopoderosa, presente por doquier y renovadora de todas las cosas. Activa durante la creación, interviene también en la historia para salvar a su pueblo elegido, guiándolo y protegiéndolo a través de las distintas vicisitudes de la lucha por la liberación.1

Tal vez esto mismo sea lo más importante que encontramos acerca de Sophia luego de estos años de indagar sobre este espíritu que le dio el nombre a nuestra revista: que esta sabiduría ancestral que rescata lo femenino y lo sagrado del ser humano (no solo de las mujeres), y que surge de la experiencia de vida no es solo una cosmovisión más amplia, ni una reflexión racional de eruditos, sino un Espíritu poderoso y compasivo que nos impulsa a la acción, a realizar actos concretos para ayudar a otros.

Lo que estamos viendo en el país es lo que me atrevo a llamar “la revolución de Sophia”: la irrupción progresiva y silenciosa de una era más femenina, de la mano de una generación que responde a otros paradigmas, a un cambio de consciencia, y que se potencia con las nuevas tecnologías y las redes sociales. No se trata ya de ideologías ni de dogmas, de “izquierda” o de “derecha” –que ellos han visto fracasar durante años–, sino de “arriba”, en otra dimensión, otra perspectiva. Para ellos la intuición y la experiencia son más importantes que los conocimientos racionales. Valoran los errores tanto o más que los aciertos, porque saben que hay una sabiduría que surge del fracaso o aun del dolor. Ese es su credo. Y algo más: no actúan solos ni pretenden ser los depositarios de una omnisciencia mesiánica, sino que saltan a la acción en equipo, compartiendo y cooperando más que compitiendo, para hacer realidad sus utopías, paso a paso, día a día.

Nuestro país enfrenta hoy enormes desafíos, pero el mayor capital social que tenemos son estos argentinos “sabios” –hijos de las crisis– y su inflexible determinación de cambiar la historia. En la Argentina sopla con fuerza ese Espíritu activo de Dios que re-nueva todas las cosas para instaurar un nuevo orden. El siglo XXI inaugura una nueva era más espiritual: la era Sophia.

1 Elizabeth A. Johnson, La que es. El misterio de Dios en el discurso teológico feminista, Barcelona, Biblioteca Herder, 2002.

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