
29 marzo, 2021
Revolución es dar una vuelta
Termina marzo, el Mes de la Mujer. Pero podemos seguir haciendo de cada día del año la gran oportunidad para crear conciencia acerca de los tabúes y las limitaciones de género que aún existen en el mundo, y que solo podemos derribar junto a los varones.
Una imagen de la película Period. End of sentence (Foto: Netflix).
Marzo, un mes de homenajes y celebraciones para la mujer en el que no falta la palabra revolución como expectativa de cambio. Pero, ¿qué sería una revolución? Solo una línea de las siete acepciones de la palabra «revolución» remite a esa lucha estilo toma de la Bastilla. En todas las demás, revolución es girar sobre el propio eje, dar una vuelta. Eso puede parecer poco para una palabra tan pretenciosa, pero como siempre somos el lugar de partida y de llegada, dar una vuelta no es poco si lo hacemos con los ojos bien abiertos. Más aún, ese cambio “rápido y profundo” del que habla el diccionario de la Real Academia Española solo es posible cuando vemos más allá de lo que permite la rigidez de cuello y de los preconceptos. Un ejemplo, es la revolución que comenzaron hace apenas unos años las mujeres de India.
Lejos de esos cambios radicales de leyes y conductas, esta revolución se inició en ese punto ciego que impide ver los obstáculos que forman parte de lo cotidiano. Y, de tan familiares, se vuelven parte de la vida y se aceptan como insuperables. Así lo comprobó Arunachalam Muruganantham, un hombre sin instrucción que fue repudiado en su aldea y por las mujeres de su familia por pedir explicaciones con una tradición ancestral que obligaba a las mujeres a retirarse de sus rutinas cinco días durante su periodo menstrual. En 1998, con la ansiedad del recién casado osó ingresar en el retiro para descubrir que Shanthi estaba usando unos trapos tan sucios que, según el joven esposo, él no usaría para limpiar su motocicleta. Las mujeres de la casa no veían eso como un problema sino que el drama era que un hombre osara preguntar por el tabú, o peor aún, que osara regalarle a su mujer unas toallas femeninas.
«Solo una línea de las siete acepciones de la palabra ‘revolución’ remite a esa lucha estilo toma de la Bastilla. En todas las demás, revolución es girar sobre el propio eje, dar una vuelta. Eso puede parecer poco para una palabra tan pretenciosa, pero como siempre somos el lugar de partida y de llegada, dar una vuelta no es poco si lo hacemos con los ojos bien abiertos».
Si en su aldea era una compra vergonzante que los tenderos despachaban ocultas en papeles de diarios, los mismos que muchas mujeres usaban de sustituto de los trapos, más deshonroso fue considerado el gesto. Las mujeres de la casa rechazaron el paquete, que costaba lo que la comida de todo el mes y avergonzadas repudiaron a Muruganantham, que pensó que fabricar el mismo una toalla accesible podía reconciliarlo con los suyos y recuperar el respeto de sus vecinos. Así empezó un viaje para crear una comprensa que pudieran adquirir las tres de cada cuatro mujeres de su país que no sabían lo que era una toalla higiénica. Eso no solo las condenaba a abandonar la escuela en cuanto comenzaban con su periodo, sino que la falta de higiene era una de las principales causas de mortalidad femenina en India, según le confirmó el médico local al que acudió para entender lo que desconocía del aparato reproductor femenino.
En esa vuelta, este hombre vio su aldea, su país y sus mujeres. Vio un padecimiento que ellas aceptaban al punto de no entender por qué había que cambiar. La revolución fue, sobre todo, que la iniciativa viniera de un hombre.
Una vuelta para la transformación
La historia de la obsesión de este inventor llegó a los diarios cuando participó en un concurso de innovación y fue la base del documental “Period. End of sentence” que ganó el Oscar en 2019. También la tomó la productora Twinkle Khanna para recrear ficcionalmente este camino revolucionario en “Padman” (2018), que se puede ver en Netflix entre la oferta de cine Bollywood, como se llama el cine producido en Bombay con un estética colorida y animada.
Pero más allá del pintoresquismo, la película recrea los mismos detalles que se pueden encontrar en las conferencias que dio el inventor indio. Su aporte no fue solo hacer una toalla accesible, sino también pensarlo como un bien comunitario de las aldeas que alrededor de la sencilla máquina organizaba un sistema de ventas a domicilio que generó una oportunidad de ingresos a muchísimas mujeres sin recursos. Más poderoso que esa posibilidad de sustento, era que se convirtieron en mensajeras de hábitos higiénicos que derribaban el viejo tabú menstrual.
Dos momentos de PadMan, la épica de la historia real del inventor de las toallitas de bajo costo en India (Foto: Netflix).
Nada de lo relatado estropea el disfrute de la película porque su mérito no es la develación de una historia. La belleza de “Padman” está en que nos devuelve un espejo exótico y lejano a nuestra cercanía. ¿Cuáles son nuestros tabúes? ¿En qué cosas no damos vuelta sobre nosotras mismas para ver qué puede cambiar o quién nos puede ayudar a hacerlo? Los prejuicios, los ocultamientos, las desconfianzas cotidianas entre hombres y mujeres existen en todas las culturas y en todos los estamentos sociales.
Esta historia encierra la parábola de un hombre que ayudó a derribar un muro en contra de la resistencia de las propias prisioneras, que no veían el autoexilio mensual como un encierro, sino como un destino. Hoy que somos conscientes de lo que significa una cuarentena, comprendemos mejor los que significa que hasta el siglo XXI la mayoría de las mujeres indias pasaran dos meses fuera de sus actividades. Fue el inventor el que hizo el cálculo de cinco días por los doce meses para convencer a quienes podían apoyar el desarrollo y que las mujeres no suspendieran la vida durante “los días femeninos”, como aún se los llama en convenios laborales de sociedades que se perciben más avanzadas.
La revolución silenciosa de las mujeres de estas historias refleja la necesidad de un cambio de conciencia.
«Sin ir más lejos, justo en la semana del 8 de marzo, tan propicia para salutaciones oficiales y firmas simbólicas que refuerzan más la imagen del firmante de lo que cambian la vida de las supuestas beneficiarias, apareció Formosa. La televisión nos volvió a traer historias como las embarazadas que huyen al monte para evitar la violencia institucional que las obliga a parir o a dejar de parir sin su consentimiento».
A veces, la revolución es la vuelta que dan los otros para que nosotros podamos dar otra vuelta. Pero eso exige la valentía de la desnudez cotidiana, en esos hábitos que nos delatan y nos condenan. La película muestra también que la contracara de la discriminación a la mujer puede ser la exclusión de otros de los temas femeninos. Déjenme a mí que ustedes no saben. Son cosas de mujeres. Si no soy yo, en esta casa no se hace nada. Son muchas las frases que refuerzan la discriminación inversa. La parábola de esta historia no tiene que ver con la higiene menstrual, sino con la posibilidad de aceptar la revolución, aunque sea la menos pensada.
La historia india nos hace pensar en tantos bienestares que damos por sentados pero siguen siendo lujos lejanos para un montón de mujeres. Sin ir más lejos, justo en la semana del 8 de marzo, tan propicia para salutaciones oficiales y firmas simbólicas que refuerzan más la imagen del firmante de lo que cambian la vida de las supuestas beneficiarias, apareció Formosa. La televisión nos volvió a traer historias como las embarazadas que huyen al monte para evitar la violencia institucional que las obliga a parir o a dejar de parir sin su consentimiento. Fue la televisión la que descubrió la intervención estatal en los cuerpos de las mujeres de la etnia Wichí que no habían detectado tantas campañas de feminismo militante. Seguramente porque es desde afuera que se rompe el tabú.
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