Sophia - Despliega el Alma

POR Miguel Espeche - Columnistas

9 abril, 2015

Pereza en la pareja

Un pecado y el grave daño que genera en el vínculo de dos. Nuestro columnista indaga en cómo vencer la inercia y honrar el amor, para mantener viva su intensidad.


De los siete pecados capitales, la pereza quizá sea el menos glamoroso. Poco de ella se habla y, sin embargo, como buen pecado capital que se precie, genera daño, y mucho.

En el territorio de la pareja, por ejemplo, la pereza suele hacer estragos, sobre todo porque tiende a disfrazarse de otra cosa. El origen de la pereza es difuso y difícil de discernir, pero no tanto sus efectos, que, en las complejas relaciones entre hombres y mujeres, suelen relacionarse con la desvitalización, la distancia, el enfriamiento y el lento e inexorable camino (a veces sin retorno) del resentimiento y el aburrimiento.

El relámpago del enamoramiento genera energías intensas, luego eclipsadas (pero no apagadas) cuando se suma a la relación el paso del tiempo, las obligaciones, el acostumbramiento y las emociones bloqueadas, que generan una suerte de “arteriosclerosis” emocional. Lo antedicho no es novedad, al punto que muchos creen que es el mismo paso del tiempo, y no lo que uno hace con ese paso del tiempo, lo que marca el destino de las parejas.

La vida obliga a “deshollinar” vínculos, abriendo la circulación de la energía vital, para que las cosas sigan saludables. Esto es así ya que no todo viene dado, y lo que al principio –gracias al enamoramiento inicial– venía en automático y no requería ninguna atención, salvo la de “surfear” sobre el sentimiento, ahora pide atención y madurez para mantener la buena salud de las relaciones. Es en este punto donde la pereza hace lo suyo y muchas parejas se dejan llevar por una inercia que les juega en contra y de la que, al menos en muchos casos, no salen por…. fiaca.

Cuando las energías para recrear la intimidad de la pareja (la sexual, la de las conversaciones, la de los encuentros que le ponen “onda” al vínculo) no aparecen, podemos decir que es culpa del cansancio, de la agenda apretada, de la crisis, del dolor de cabeza o de que los chicos están allí, cerca, impidiendo que la pareja tenga sus ritmos de encuentro e intimidad afectiva. Pero siempre conviene chequear que no sea la pereza la que esté haciendo lo suyo, amparada en medias verdades. No siempre se trata de describir los impedimentos que dificultan el camino: vale ver qué recursos se aplican para vencer esas dificultades.

Debajo de la pereza, insistimos, pueden existir problemas habituales de toda relación sana. Lo que cambia el destino de esos problemas es la actitud con la que se los encara. Y es allí donde la pereza hace lo suyo cuando genera actitudes negadoras con tal de no “moverse” y salir de la inercia que parece confortable, pero no lo es en realidad. Escondida, la pereza merece ser señalada para que no carcoma las relaciones. La vida de toda pareja es intensa aunque se disfrace de pañales, cuentas por pagar, agendas cargadas y rituales en automático. Honrar esa intensidad es importante y eso requiere sacudir la inercia, salir del refugio de la fiaca, y alimentar el vínculo con aquello que lo hace algo vivo y deseable, algo que palpite y genere ganas, más allá de los automatismos.

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