
26 junio, 2023
Oxigenar la pareja para dejar ir lo que nos intoxica
En tiempos de aplicaciones de citas, ghosteo y encuentros líquidos, nuestro columnista nos ofrece la clave para seguir apostando a esos amores reales que viven, que laten, que respiran.
En 45 años una persona respira unas 344.925.000 de veces. Unas cuantas, por cierto. De hecho, leo en Google que respiramos entre 20.000 y 21.000 de veces por día, si bien veo que hay ciertas diferencias (no muy grandes) de acuerdo a la edad y las actividades que realicemos.
Los números sorprenden, pero están allí. Son parte de esas realidades a las que no les prestamos demasiada atención, aunque sabemos que son absolutamente imprescindibles.
El tema es que, en caso de suspender la respiración unos pocos minutos, vamos a estar en serios problemas. Tres, cuatro o cinco minutos y “fuimos”, como quien dice. Sabemos que, en lo que a respiración respecta, no importa que hayamos estado respirando millones de veces y que nuestros pulmones se hayan dedicado a lo suyo sin pausa durante décadas: sin respiración no hay vida. Y no hay “respeto a la trayectoria” en este rubro.
Se me ocurrió pensar que muchas cosas funcionan así en la existencia humana. Hay cuestiones en las que no hay vida sin presente, como el presente de respirar ahora, ya, porque lo respirado ayer ya no sirve y lo que respiraremos mañana no sirve tampoco, dado que difícilmente lleguemos al otro día sin respirar hoy.
De las muchas situaciones que viene al caso comparar con la respiración, elijo hablar de la relación de pareja. Es que veo que muchas parejas se olvidan de respirar, en el sentido de ofrecerle oxígeno hoy a la relación, por creer que con tanto respirado las cosas ya andan por sí solas.
Recordemos también que en la respiración no solamente se toma oxígeno del aire, sino que se libera anhídrido carbónico, un gas que, si nos queda adentro, nos intoxica. No respirar también implica, entonces, “guardar” toxina dentro nuestro, creyendo que no pasa nada… Pero pasa.
«De las muchas situaciones que viene al caso comparar con la respiración, elijo hablar de la relación de pareja. Es que veo que muchas parejas se olvidan de respirar, en el sentido de ofrecerle oxígeno hoy a la relación, por creer que con tanto respirado las cosas ya andan por sí solas».
Se habla de «amor líquido» (si bien, quizás, no sean amores, sino «relaciones líquidas»), pero también podríamos hablar de amores (o de relaciones) de piedra, o que se creen de piedra. Vínculos que no respiran creyendo que la relación perdura mineralizada o embalsamada, por el solo hecho de cumplir con los requisitos formales y funcionales del caso. O por el solo hecho de haber acumulado años (respiraciones), como si el amor viviera como tal gracias al grosor del álbum de fotos que una pareja ha sabido construir a lo largo del tiempo.
No es en vano que abordo este tema. Veo muchas relaciones líquidas alimentadas a Tinder fallido, ghosteo y cierta angustia aburrida. Pero también veo algo de lo que se habla menos y que son, justamente, esas relaciones que, tras bastante tiempo transcurrido, olvidan la respiración y se hacen de piedra. Sin oxígeno, acumulando anhídrido carbónico sin tomar conciencia de ello.
Cuando alguno de los miembros de la pareja busca oxígeno, sea de forma madura o a través de patear, en ocasiones enloquecidamente, el tablero, todos se acuerdan (a veces tarde) de que no estaban respirando. Algunas relaciones llegan a revivir la relación cuando logran “ventilar” un poco lo que les pasa; otras no. Pero, de una forma u otra, la procura del oxígeno y la liberación del anhídrido carbónico se imponen para que las cuestiones vitales sigan.
«Cuando alguno de los miembros de la pareja busca oxígeno, sea de forma madura o a través de patear, en ocasiones enloquecidamente, el tablero, todos se acuerdan (a veces tarde) de que no estaban respirando».
Me parece que los vínculos de pareja merecen tener mayor lealtad con el presente que con el pasado. Con esto quiero decir que cuando alguno de los miembros de una pareja hace referencia a lo que se compartió a lo largo de los años como un motivo para descalificar alguna situación conflictiva, deja de respirar y se refugia en lo respirado antes, sin percatarse del daño que genera esa forma de ver las cosas.
Algo bueno de la vida en pareja es la vivencia de contar con alguien, o la de tener una referencia cotidiana para la vida. Evita la zozobra de vivir en montañas rusas emocionales o resbalando por diversas relaciones sin afincamiento.
Pero cuando la pareja no respira podemos decir que hace abuso de esa referencia permanente, olvidando que es una situación viva, no una situación mineral, que pide oxígeno para existir o purificación de toxinas acumuladas para perdurar.
El sol sale cada día, y está en nosotros descubrir que eso es una maravilla, a pesar de que es un acontecimiento “automático” al que no siempre damos importancia. Lo mismo ocurre con la respiración… y con la pareja. La eternidad prometida en los amores no es una eternidad mineral inmodificable, no es una mera acumulación de tiempo, ni es un pacto con aquel o aquella que fueron los que entonces inauguraron la relación.
Quizás fuerce un poco la idea, pero me animo a decir que una pareja perdura viva como tal cuando cada uno de sus miembros respira su propio oxígeno y libera su propio anhídrido carbónico, y a la vez se ocupa de mirar cómo anda el otro en lo que respecta a su propia respiración.
Los años se acumulan, pero no pesan, sino que ofrecen oportunidades para que despleguemos en ellos nuevos aspectos de lo que somos. Por eso, haciendo eje en “eso” que une la relación, respirar es saber que en “lo de siempre” habita lo nuevo. A veces, en forma de vocaciones que se despiertan tras dejar atrás etapas. Otras veces en un compromiso de a dos para pasarla bien, disfrutar, dejando de lado el estoicismo de tiempos más esforzados, cuando había que criar chicos y parar la olla trabajosamente. De hecho, muchas parejas que podrían hacerlo, tienen dificultades para pasar al “modo disfrute” y quedan presas en el “modo esfuerzo” a perpetuidad. También puede ser que el respirar de la pareja sea cultivar los espacios personales para, luego, retornar al terreno compartido con oxigeno fresco.
Así las cosas, no olvidemos respirar a conciencia, aunque sea unas pocas veces durante el día. Hacerlo a conciencia, literalmente, o a través de una percepción genuina de la vitalidad de las relaciones, oxigenando las mismas, y dejando salir lo que intoxica.
En tal sentido, reitero que viene bien mirar nuestra realidad desde el presente. Puede que falte oxígeno, o que sobre anhídrido carbónico, cada uno sabrá. Pero sin respirar no se puede, eso es seguro, y siempre vale la pena recordarlo.
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