Sophia - Despliega el Alma

POR Bernardo Nante - Columnistas

19 abril, 2015

No habrá paz entre las naciones si no hay paz entre las religiones

Un llamado al diálogo interreligioso, para llegar al corazón mismo de la paz del mundo. A través de una mirada filosófica y espiritual a la vez, la convocatoria es a una reflexión bien profunda.


Recordemos, abreviadamente, las célebres palabras del teólogo católico y estudioso de las religiones Hans Küng: “No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones; no habrá paz entre las religiones sin el diálogo entre las religiones”. De esto se infiere que la paz entre las religiones es condición necesaria para la paz en el mundo, aunque muy probablemente no sea su condición suficiente. Cabe sin embargo otra pregunta: si esa paz requiere el diálogo interreligioso, ¿en qué medida el diálogo interreligioso es generador de paz en el ámbito secular? Si admitimos que la paz no es mera ausencia de conflicto sino paz profunda del alma, le cabe al diálogo interreligioso alcanzar una extensión y una intensidad que lo transformen en el corazón de la paz del mundo. Si también aceptamos que, para la mayoría de las tradiciones religiosas, la paz no significa solo la ausencia de conflicto sino que alude a la profunda paz del alma o la mente, podemos decir que el diálogo interreligioso puede alcanzar una vasta escala y también una intensidad tan profunda que podrá tornarse en el corazón de la paz del mundo. Consecuentemente, la unidad mundial y la educación para la paz requieren no solo la comprensión religiosa mutua sino el compartir los valores espirituales que promueven la plenitud del hombre para el beneficio global. Las tradiciones religiosas y espirituales pueden proveer claves esenciales para la paz global y la plenitud humana; esas claves pueden revitalizarse mediante la fecundación mutua de las tradiciones.

Como ya señaló el filósofo jesuita Ismael Quiles, el diálogo interreligioso supera los extremos del fundamentalismo y el relativismo de los que no están ajenas las propias religiones cuando se desvían de sus raíces. Por otra parte, toda religión, revelada y/o inspirada, sostiene un conocimiento de lo Absoluto, pero ninguna religión particular puede sostener un conocimiento absoluto de lo Absoluto. El núcleo de valores y principios transcendentes propuestos por las tradiciones religiosas no es meramente convencional, sino que refleja la esencia de todo ser humano y la clave de su desarrollo completo. En consecuencia, toda persona tiene el derecho a ser educado libremente en esos valores y principios trascendentes, a saber cómo estos son compartidos universalmente, a reconocer cuándo no son respetados y, sobre todo, a ser respetados en su propia identidad y libertad. Un genuino diálogo interreligioso y una mentalidad intrarreligiosa ayudan a construir una conciencia planetaria y conducen a la unidad y el pluralismo mediante la mutua interpenetración, sin mengua de las peculiaridades propias de cada religiosidad y espiritualidad. Es un proceso abierto que escuelas y universidades deben estimular tanto interiormente como fuera de ellas, en pos de una comunidad global pacífica de verdadero diálogo y profundo silencio.

El diálogo interreligioso ayuda al pleno desarrollo de cada individuo debido a que se nutre de las sabidurías de la humanidad. Pero aclaremos qué se quiere significar con “diálogo interreligioso”. De acuerdo con Raimon Panikkar –un destacado pensador hispano-indio–, un legítimo diálogo interreligioso tiene nueve cualidades esenciales que son como los hilos (sûtra) trenzados de una guirnalda (mâla) que debe concebirse como un todo. Formulo y comento a continuación estas cualidades. Primero, este diálogo verdadero es una necesidad vital porque la humanidad total y nuestro planeta viviente están en peligro. Segundo, el diálogo es abierto, porque es un banquete de vida; este diálogo se refiere a cuestiones últimas y toda persona, aun un escéptico marxista, un humanista o un científico, tiene el derecho de hablar. Tercero, es interior; este diálogo no es una mera discusión, comienza con un diálogo intrarreligioso, con un cuestionamiento interior, con un trabajo del corazón. Cuarto, este diálogo es lingüístico; tiene en cuenta el verdadero significado de las palabras y se concentra en la relación “yo-tú”. Quinto, el diálogo es político –pero no “ideológico”–, pues ningún diálogo verdadero puede evitar los problemas de justicia, sociales, políticos y económicos del mundo. En este sentido, el diálogo tiene una dimensión secular. El desafío es vencer la paradoja “tradición versus modernidad”, pero el problema radica en que el hombre moderno, y su triste epígono, el hombre posmoderno, entendió a la ciencia y a la tecnología como instrumentos de poder y no como un medio de transformación holística. Pero como sabemos, ciencia y tecnología pueden ser un instrumento de democracia, educación y justicia. Recordaré un antiguo proverbio chino: “Si el hombre incorrecto usa medios rectos, los medios rectos trabajan incorrectamente”. Sexto, un verdadero diálogo es “mítico”; en sentido estricto, la palabra “mito” alude al relato fundante de una tradición. Es aún más que un relato, está compuesto por los símbolos, palabras sagradas, cantos, ritos, patrones de conducta, prácticas internas, actitudes, etc., que ayudan a establecer y revelar una realidad significativa, que da sentido y soporte a la vida humana. Siete, un encuentro religioso es “religioso”porque yo ingreso con mi fe total pero verdaderamente abierto, desnudo, preparado para ser transformado. Ocho, el diálogo verdadero es “integral”; implica al hombre como un todo, un diálogo interreligioso es un encuentro amoroso. Noveno, el diálogo es permanente, porque la idea no es construir una religión, ni mezclar religiones, sino caminar juntos en un encuentro profundo. Pero es también –o sobre todo– la vida cotidiana la que nos da ejemplos de encuentros humanos espirituales. Quisiera ejemplificar esto último con una anécdota ocurrida cuando J. F. Kennedy creó en Estados Unidos un programa de ayuda al así llamado “Tercer Mundo”. Un joven fue a una pequeña aldea africana para cumplir una tarea docente. Como no quería enseñar a los niños algo de lo que él sabía, porque lo consideraba un “acto de colonialismo”, decidió dar clases de gimnasia. Llegó al lugar con una caja de caramelos y dijo a los chicos: “Miren aquel árbol de allí, el que está a cien o doscientos metros, yo diré uno, dos y tres y se pondrán a correr. El que gane tendrá los premios merecidos”. Los chicos se veían nerviosos.

Cuando contó hasta tres, se tomaron de la mano y corrieron juntos; ellos querían compartir el premio. Panikkar comenta: “Su felicidad estaba en la felicidad de todos. Quizás estos chicos dan razones para aquella nueva fundación de la vida democrática”. Me permito agregar: quizás ellos nos inspiran para comprender cómo compartir principios y valores espirituales.

¿Te gustaría recibir notas como esta en tu e-mail?

Suscribite aquí y te las enviaremos a tu casilla todos los meses

No está conectado a MailChimp. Deberá introducir una clave válida de la API de MailChimp.

Comentarios ()