Sophia - Despliega el Alma

POR Maritchu Seitún - Columnistas

8 junio, 2022

Madres y padres que «aman» demasiado

¿El amor infinito de papá y mamá siempre hace bien? ¿O en ocasiones puede convertirse en un obstáculo para que los hijos puedan madurar? Una reflexión sobre un sentimiento que no se discute, pero que hay que saber administrar.


Para entender qué es “amar demasiado”, esa actitud que nos lleva a decir “mi pobrecito hijo” o “voy a matar al que te haga sufrir”, veamos primero cómo es el “buen” amor de los padres: es incondicional, está disponible y también celebra la diferenciación, la iniciativa, la maduración, incluso que sus hijos se equivoquen y aprendan de los errores. Esa forma de amor da espacio para que todo esto ocurra: el buen amor confía en lo que ya hizo y en la creciente capacidad de sus hijos para desenvolverse en la vida.

Resumiéndolo en palabras de: Alexander Lyford Pike, el buen amor ofrece raíces y también alas.

Por el contrario, amar demasiado implica sobreproteger, hacer por nuestros hijos aquello que ellos ya podrían hacer solos. Esto ocurre, a veces, porque no confiamos en nuestra capacidad para enseñar ni entendemos el valor de acompañar los procesos. O no confiamos en su capacidad de aprender. O lo hacemos porque no toleramos verlos sufrir y corremos a resolverles los problemas. O porque nos olvidamos que los adultos también podríamos tener una vida propia y hacemos girar la nuestra excesivamente alrededor de nuestros hijos.

Amar demasiado prolonga la etapa de “su majestad el bebé” más allá de lo conveniente para él.

Un bebé es nuestro amo y señor, no puede esperar, no podemos decirle “estoy cansada”, “ahora no”, “no puedo”, “resolvélo vos”. Pero con nuestro acompañamiento, sumado a algunos “no”, a unas cuantas esperas inevitables y también a algunas de nuestras fallas, ese bebé se va fortaleciendo y va pudiendo confiar, y entonces descubre que puede hacer por sí solo muchas cosas.  ¡Y da gusto ver las sonrisas cuando lo logra!

«Amar ‘demasiado’ implica sobreproteger, hacer por nuestros hijos aquello que ellos ya podrían hacer solos. Esto ocurre, a veces, porque no confiamos en nuestra capacidad para enseñar ni entendemos el valor de acompañar los procesos. O no confiamos en su capacidad de aprender».

Cuando, en cambio, nuestros hijos crecen y seguimos resolviendo todas sus dificultades, los chicos no desarrollan una sana confianza en sí mismos y en su capacidad de manejarse en la vida, o en otros casos conduce a que traten mal a sus padres cuando fallan en la tarea de complacerlos y evitarles dolores, esfuerzos, y frustraciones.  Es que les hicieron creer que no iba a ocurrir… Además,  difícilmente quieran crecer, porque hacerlo implicaría salir de ese lugar de total y absoluta disponibilidad de sus padres para convertirse en adultos autoportantes, y no sólo no van a querer, sino que tampoco van a saber cómo hacerlo.

¿Cuánto es demasiado amor? 

Cuando amamos demasiado perdemos la perspectiva. A veces, porque nos identificamos con nuestro hijo o hija y nos duele como si nos lo estuvieran haciendo a nosotros. Otras, como dije anteriormente, porque no confiamos en sus recursos, o en nuestra capacidad para darle —o para haberle dado— los recursos que necesita para enfrentar situaciones difíciles. O quizás nos cuesta dejar de ser “salvadores”, y por lo tanto indispensables en sus vidas y trenzamos cadenas de “amor” que no les permiten levantar vuelo.

En condiciones ideales, a medida que crecen vamos retirándonos. De las peleas entre hermanos, de las discusiones con papá o con mamá, y cuando vienen a contarnos algo que les pasó —en el recreo, en la calle, en el club— hacemos preguntas inteligentes que los ayuden a pensar, de modo que ellos intenten resolver el conflicto solos.

Siempre queda tiempo para ayudarlos si la situación se pone más compleja de lo que pueden manejar. Así ellos van a ir armando su valijita de recursos para relacionarse con pares, maestros, entrenadores, en lugar de protegerse bajo nuestra ala sin siquiera haberlo intentado. No siempre les va a salir bien, pero con la práctica se irán fortaleciendo, enriqueciendo sus recursos personales, integrándose, aprendiendo a ser flexibles y a adaptarse a situaciones cambiantes, tolerando niveles de estrés crecientes y resolviendo, o despidiéndose con dolor, de lo que les habría gustado.

Nuestra presencia atenta, nuestro amor, nuestra escucha y comprensión, nuestra calma, nuestras preguntas —interesadas pero no asustadas ni preocupadas— los van a acompañar a afrontar por su cuenta las múltiples situaciones de la vida diaria, como por ejemplo que un docente los rete por algo que hicieron o que un amiguito no los invite a jugar.

¡Qué gran desafío para padres y madres encontrar la distancia óptima que respeta sin abandonar, que cuida sin sobreproteger ni asfixiar!

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