
14 marzo, 2019
Los rostros de las Diosas
La presencia de estas mujeres sagradas se remonta a la más alta antigüedad, atraviesa toda la historia de la humanidad y su alcance no conoce fronteras. Una fuente simbólica que debemos recuperar para comprender mejor nuestra dimensión humana.
De las diosas arcaicas a la Sophia Eterna
La presencia de las Diosas, en sus variadas manifestaciones simbólicas, se remonta a la más alta antigüedad, atraviesa toda la historia de la humanidad y su alcance no conoce fronteras. Lo atestiguamos en el paleolítico superior y particularmente en el neolítico, con el surgimiento de la agricultura y de las primeras urbanizaciones.
«La presencia de las Diosas, en sus variadas manifestaciones simbólicas, se remonta a la más alta antigüedad, atraviesa toda la historia de la humanidad y su alcance no conoce fronteras».
Hallamos la adoración a las Diosas en culturas arcaicas de todo el planeta, incluyendo a nuestra América. Esta devoción juega un rol central en la transición entre organizaciones sociales de pequeña escala al surgimiento de grandes civilizaciones del Oriente Próximo, Grecia, Roma, India, China, Japón; en Occidente –sin ser taxativos–, la aparición de la Diosa como principio de Vida y de Sabiduría, particularmente bajo la modalidad de Sophia, que también es parangonable a fenómenos análogos del Oriente.
En la Antigüedad tardía ello se retoma, en diversas claves, en lo que puede denominarse la “Diosa mediterránea” (Isis, Cibeles, Demeter, etcétera) y, en convergencia con ello, por un lado, en la figura de María y, por el otro, en la de la Sophia gnóstica.
Un «olvido» de Occidente
La presencia, a menudo dejada de lado, de estas figuras divinas en las tradiciones espirituales de Occidente, tanto en las tradiciones exotéricas y esotéricas, permite no sólo completar nuestra propia historia, sino que alimenta una mejor comprensión de nuestra condición humana. Pues las diosas y, en particular la Sophia, se ocultan y reaparecen en sucesivas y variadas manifestaciones desde la Antigüedad tardía hasta nuestros días.
«La Sophia es, en todo caso, la mediadora por excelencia, pues en tanto fuente simbólica, su misterioso ocultarse enlaza lo relativo con la trascendente, lo manifiesto con lo inmanifiesto».
A partir del siglo XIX no sólo surgen un sinnúmero de estudios sobre el tema, sino que se enriquece el debate teológico y filosófico. (Baste mencionar al pasar tanto los estudios de Bachofen o la sofiología rusa).
Pues lo femenino en tanto que potencia divina otorga una dimensión simbólica y sacra a ciertos temas transversales como, por ejemplo, la virginidad, la maternidad, el matrimonio, la pacificación y la belicosidad, la fertilidad, la curación, el cuidado del mundo, etcétera.
La Sophia es, en todo caso, la mediadora por excelencia, pues en tanto fuente simbólica, su misterioso ocultarse enlaza lo relativo con la trascendente, lo manifiesto con lo inmanifiesto. Es menester, por ello, un abordaje múltiple, académicamente fundamentado pero, a la vez, espiritualmente orientado hacia la recuperación de una sacralidad que intente responder a nuestra indigencia.
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