
14 octubre, 2019
Los años, los aniversarios y el sistema decimal
Hoy Miguel celebra junto a Sophia la posibilidad de hacer de las décadas vividas nuestras grandes aliadas. "Si bien la vida se lleva los años, luego los devuelve de formas impensadas, con nuevos horizontes, con nuevas ganas", escribe. ¡Sigamos festejando este 20º Aniversario juntos!
Foto: Pexels.
Borges alguna vez ironizó sobre nuestra devoción al sistema decimal a la hora de contabilizar los años de nuestras vidas. Lo hizo cuando alguien lamentó que su madre hubiera muerto poco antes de arribar a los 100 años. Vale la ironía del gran Jorge Luis, ya que, de alguna manera, el tiempo real se ríe de nuestros números y nuestros intentos de dominarlo con almanaques y cifras “redondas”, y la cuestión numérica, así vista, parece una zoncera cuando del tiempo de verdad se trata.
Pero, a favor de nuestro afán por señalar con preferencia las décadas “redondas” por sobre otros números, digamos que, si bien la realidad no necesita de las cifras con las que intentamos domesticar lo infinito, ese “cero” que habita la derecha de los “veinte”, de los “treinta” y de los “cien” años, en definitiva nos permite generar una pantalla sobre la cual proyectar y ubicar simbólicamente lo nuestro: los sueños, nuestra representación de lo vivido, el transcurso de los hechos acontecidos durante eso que llamamos “existencia”…
«El tiempo es mucho, es poco, es rápido o eterno, de acuerdo en clave de qué lo evoquemos. Esa cantidad de años, como los 20 del tango, son “nada” a veces, aunque a la vez durante esa también eternidad hayamos plasmado los momentos más importantes de nuestra existencia».
Llegar a los diez, a los treinta, a los cincuenta y demás, no es nada fuera de lo común, pero aprovechamos esa “redondez” numérica para hablar de lo que nos pasa en determinada etapa, ubicando la temporalidad en término de décadas para que la enormidad del tiempo no nos abrume.
Los chicos no lo saben aún, pero los más grandes sí sabemos que un día nos levantamos y, al mirarnos al espejo, de repente aparecemos teniendo… años, bastantes años. Pasaron así, de golpe…y no tanto. El tiempo es mucho, es poco, es rápido o eterno, de acuerdo en clave de qué lo evoquemos. Esa cantidad de años, como los 20 del tango, son “nada” a veces, aunque a la vez durante esa también eternidad hayamos plasmado los momentos más importantes de nuestra existencia.
Foto: Pexels.
Algo sobre el paso del tiempo
Un hijo puede haber cumplido 20, un matrimonio puede haber durado 20. Una revista puede haber llegado a los 20 años, y eso, para empezar, porque si de décadas hablamos, hay mucha más tela para cortar. El sistema decimal, década a década, nos ayuda a tomar conciencia y nos impacta, sobre todo, cuando uno sabe que esa cifra es la casa de tantas vivencias, tantos movimientos, tantas marcas en la propia historia…
En ese orden de cosas, y para hablar de lo que perdura, podríamos recordar que hay cosas que duran embalsamadas y otras que duran vivas, muy vivas. En términos humanos, por lo general aquellas experiencias que transitan las décadas lo logran a partir del hecho de contar con una vitalidad que fluye, emergiendo desde un lugar hondo. Mejor o peor, y aun cambiando las facciones (como nos pasa a nosotros comparando nuestro rostro de niños con el actual), para durar hay que palpitar, y para palpitar hay que estar en contacto con algún tipo de fuente de energía, de ganas, de entusiasmo, de convicción, de voluntad. No cualquiera dura vivo, eso hay que saberlo.
«Hay cosas que duran embalsamadas y otras que duran vivas, muy vivas. En términos humanos, por lo general aquellas experiencias que transitan las décadas lo logran a partir del hecho de contar con una vitalidad que fluye, emergiendo desde un lugar hondo».
La revista Sophia puede ser un ejemplo. Sus 20 años son mucho, y se afincan en distintas fuentes que le dan vida, entre ellas, las ganas de compartir la fuerza de los valores y vivencias en las que cree. Navegando en mares difíciles, fue y sigue su derrotero, derramando lo suyo entre quienes entienden el idioma. Se trata de lo mismo que nos ocurre en la vida a todos nosotros, por cierto, porque los mares que todos navegamos siempre terminan siendo difíciles en algunos momentos, y no siempre todos nos entienden… aunque siempre hay algunos que sí.
Somos nosotros los que decidimos darles a ciertos momentos la cualidad de extra-ordinarios.
Está bueno que haya un tiempo que salga del transcurrir habitual de los días, de los años y de las décadas. Es como fijar un punto alto desde el cual uno se sienta a mirar el valle atravesado, celebrando lo vivido y, sobre todo, esa fuente de sentido y vitalidad que hizo que las cosas perduraran con energía y potencia.
La copa se levanta, burbujeante. La alegría es convocada, los valores (que son más parecidos a un corazón que palpita que a un fundamento rígido) son celebrados, y el sistema decimal se transforma en un juego gozoso, que usamos para decir que vale todo la pena y que valen, también, los tiempos que se vislumbran en el horizonte, porque, digámoslo, no faltan ganas de seguir andando, y de ganas se alimenta la juventud de las cosas.
«Todo la pena y que valen, también, los tiempos que se vislumbran en el horizonte, porque, digámoslo, no faltan ganas de seguir andando, y de ganas se alimenta la juventud de las cosas».
El pasado es el suelo en el que van germinando los próximos pasos. Cuando una nueva década irrumpe, a veces asusta lo acumulado a nuestras espaldas. Tras ese susto inexorable, vale saber que lo vivido es parte de la fecundidad del presente, y que si bien la vida se lleva los años, luego los devuelve de formas impensadas, con nuevos horizontes, con nuevas ganas. Así son las cosas, y como en el barco nunca vamos solos, lo lindo es que siempre hay otros con quienes celebrar. Por eso, bienvenidas las décadas, los pasos dados, y el horizonte que se vislumbra. El nuevo camino recién empieza.
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