Sophia - Despliega el Alma

POR Miguel Espeche - Columnistas

14 noviembre, 2016

La vocación de crecer

Acompañar a nuestros hijos en la compleja decisión de elegir un futuro para ellos, no siempre es una tarea fácil. ¿Cómo alentarlos sin condicionarlos? ¿De qué manera podemos ayudarlos a potenciar sus mejores recursos? Una invitación a crecer juntos, padres e hijos.


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«¿Qué querés que sea cuando crezca?”, le pregunté un día a mi padre, allá en la lejana infancia. Él se rió y me dijo que ese era un tema que debería resolver por mí mismo, una vez que llegara el momento.

El tiempo no solo me trajo la respuesta, sino que, además, me permitió entender que, más allá de su prescindencia “formal”, mi padre me había dado algunas claves sobre sus deseos para mi futura elección. No pretendía que yo hiciera nada específico (que fuera médico, arquitecto, diplomático…), pero era evidente que aspiraba a que yo tuviera algún tipo de actitud ante lo que fuera a hacer; una posición ligada a ciertos valores y formas de sentir la vida.

Valoraba la actitud de servicio, la  honestidad, el entusiasmo en la tarea. A él le encantaba su trabajo, que consistía en conciliar diferencias y “traducir” realidades diversas. Por allí iban las coordenadas que mi padre me dio –y que yo tomé–, las cuales significaron un punto de inicio sobre el que luego pude dar las últimas pinceladas al elegir mi carrera y la manera de encararla.

Cuento lo anterior como un ejemplo de que los padres no somos neutros a la hora de influir sobre nuestros hijos en cuanto a sus decisiones vocacionales. Digo “influir” y no “determinar”, porque “influir” significa aceptar que nuestros hijos nos tienen como referencia a la hora de ir decidiendo su devenir. En cambio, aspirar a “determinar” la decisión de los hijos es una pretensión autoritaria que abre puertas a la manipulación y al conflicto estéril, impidiendo al hijo percibir el propio deseo, llevándolo a la confusión y a la parálisis.

Cuando los chicos salen del secundario, a veces se abruman, otras se suben a la primera carrera que pasa por allí, otras siguen navegando por la “edad del pavo”, sin notificarse de que la mayoría de edad es inminente y que, tarde o temprano, al pan debe ganárselo cada uno por sí mismo, o merecer el que ha recibido.

Los escenarios emocionales que aparecen en ese momento de decisión son muchos: los test vocacionales, las charlas de sobremesa, el tema de las expectativas, los silencios angustiosos, la comparación con los hermanos, la presión (o la aceptación) del legado, la alegría de empezar un camino hacia una vocación nítida… Hay de todo en los tiempos de decisión vocacional.

Freud decía que la salud mental tiene que ver con “amar y trabajar” y eso es lo que los hijos deberán hacer, de una forma u otra. Para eso emprenden el nuevo camino. Como en el embarazo, en esta etapa a veces hay que contener y otras hay que pujar para acompañar mejor a los hijos en la toma de decisiones y en el sostén de estas.

Habrá dudas, marchas y contramarchas, inclusive algunas crisis, pero lo importante será que ellos sepan que sus padres apoyan una actitud: la de crecer, y que no les da lo mismo una actitud de responsabilidad que una que, por el contrario, pretenda extender la infancia hasta el infinito.

Con ese horizonte, tarde o temprano, las cosas suelen ir encauzándose en la mayoría de los casos. La vocación es la de crecer, y, en tal sentido, no solo crecen los hijos que van decidiendo su camino, sino también los padres, cuando aprendemos a acompañarlos con la sabiduría que sepamos conseguir.

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