
26 octubre, 2021
La necesidad de una vigilia atenta
A partir de la serie El juego del calamar muchos padres se mostraron preocupados por la enorme cantidad de contenidos que sus hijos reciben a diario y no son acordes para su edad. ¿Cómo moderar los consumos digitales de los chicos?
El juego del calamar, la serie de la que hablan los chicos aunque no es para el público infantil (Foto: Netflix).
Hoy entran en nuestros hogares y en las mentes de nuestros chicos información y estímulos a través de múltiples pantallas: televisión, juegos, redes sociales, Tik Tok, etc. Y cuando nos queremos acordar, ellos ya han incorporado y naturalizado conductas, prioridades, costumbres, ideas, pensamientos y valores muy alejados de aquellos con los que nosotros crecimos, y de los que nos gustaría que incorporen.
Así, hacemos ingresar —o permitimos que ingrese— un “caballo de Troya”, sin percatarnos de todo lo que contiene. Mi preocupación por esta y otras formas en que algunos usos y costumbres se introducen actualmente en nuestras casas sin nuestro permiso (y menos todavía nuestro aval), me llevó hace unos años a escribir Latentes (Grijalbo), un libro de crianza dedicado a papás y mamás de chicos de entre 6 y 11 años, donde formulaba la siguiente pregunta: «¿Qué hacemos por nuestros hijos en la etapa en la que creemos que nos necesitan menos?».
En ese sentido, se nos presenta un nuevo y dramático ejemplo con El juego del calamar, la popular serie de Netflix. Según distintas evaluaciones de público, esta producción coreana está recomendada para mayores de 16 o de 18 años y, sin embargo, la conocen chicos mucho menores porque les aparece tanto en Roblox como en Minecraft, ya sea por medio de propagandas que ven al costado de estas aplicaciones, o porque alguien inventó algún juego para las consolas relacionado con el tema.
De golpe surgieron, como una moda, en los recreos de los chicos de escolaridad primaria, algunos de esos juegos que en realidad son infantiles, pero que en la serie son usados para otros fines muy discutibles. Entonces, el “eliminado” dejó de ser para ellos el que quedó fuera porque azarosamente perdió, para ser «matado» con un tiro en la cabeza que, aunque saben que no es real, desde el punto de vista simbólico sigue siendo un tiro. Y eso ocurre aun sin que hayan visto la serie.
¿Y por casa cómo estamos?
Es habitual que un niño, enojado con su mamá, diga que la quiere matar o incluso juegue a matarla con un tiro de su arma hecha con sus dedos índice y pulgar. Lo hace cuando intenta procesar su enojo a través de ese juego, pero es muy distinto a que, de la nada, sólo por perder, o mejor dicho por fracasar, uno sea eliminado de esa forma como una forma de entretenimiento.
«De golpe surgieron, como una moda, en los recreos de los chicos de escolaridad primaria, algunos de esos juegos que en realidad son infantiles, pero que en la serie son usados para otros fines muy discutibles. Entonces, el “eliminado” dejó de ser para los ellos el que quedó fuera porque azarosamente perdió, para ser «matado» con un tiro en la cabeza que, aunque saben que no es real, desde el punto de vista simbólico sigue siendo un tiro. Y eso ocurre aun sin que hayan visto la serie».
En lugar de jugar para divertirse, aprendiendo a ganar y también a perder, compitiendo pero también cooperando entre ellos, armando equipos para pasarla bien y practicando la vida en sociedad, el jugar pasa a ser “a matar o morir”, por lo que inevitablemente las reglas cambian y los chicos son incitados a hacer lo que sea necesario para no ser eliminados. Vale hacer trampa, engañar, traicionar, matar a tu mejor amigo… Es que el objetivo es sobrevivir.
Ya se habló mucho de esta serie, por lo que no quiero entrar en los detalles de la forma en que se transgreden las reglas de humanidad, respeto, solidaridad, y se incita a la violencia, al machismo, a la discriminación, a la explotación de los menos favorecidos, etc. Por eso, volviendo a la idea general, me preocupa sobremanera el modo en que, sin que los adultos lo registren, se les puede cambiar las ideas a los chicos, a veces a la vista y otras subliminalmente.
En algunos chats de mamis se instaló la preocupación porque los chicos interpretan sus contenidos en los recreos.
En ese sentido, hoy más que nunca es necesario que eduquemos a nuestros hijos en temas que las generaciones anteriores no necesitaron abordar, o no con tanta presencia y atención: que les dejemos clara nuestra cosmovisión, nuestra manera de encarar la vida. Que nos animemos a decirles que no y les compartamos el por qué de nuestros “sí” y de nuestros “no”, de modo que incorporen aquello que nosotros aprendimos naturalmente por el simple hecho de estar dentro de la sociedad —del barrio, de la familia y del colegio— por lo que no era tan necesario que nuestros padres nos lo explicaran, ni estuvieran atentos a nuestras lecturas y pantallas.
Por aquel tiempo toda la sociedad educaba con premisas similares y eso nos daba tiempo para madurar y adquirir criterio propio antes de que el mundo externo nos alcanzara con sus propuestas, como lamentablemente ocurre por estos días desde que nuestros hijos son muy chiquitos.
Por eso, interesémonos por sus intereses, leamos lo que ellos leen, escuchemos la letra de las canciones que les gustan, miremos televisión y series con ellos y conversemos acerca de lo que vemos. Incluso prohibamos aquello que no nos parezca adecuado para su edad, aunque ellos nos cuestionen diciendo que «todos lo ven».
Es muy importante que hablemos con conocimiento de causa de los juegos que eligen en consolas y que estemos atentos a lo que ven o suben a Instagram o Tik Tok, a las páginas por las que navegan en Internet e incluso a aquello que ellos suben a las redes o comentan y lo que intercambian en sus mensajes. Porque, teniendo claros nuestros criterios y opiniones, no van a resultar tan fácilmente influenciados o influenciables, ni hoy ni más adelante.
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