Sophia - Despliega el Alma

POR Cristina Miguens - Columnistas

13 mayo, 2021

La Justicia de las mamis

Una reflexión acerca del poderoso arquetipo de la Diosa Madre que se manifiesta en la lucha de tantas mujeres por el cuidado de sus hijos y anuncia la llegada de una nueva era.


La medalla de la Virgen de Częstochowa, patrona de Polonia.

Hacia fines de marzo, inesperadamente me regalaron una medalla antigua de plata que había sido de mi madre con la imagen de una Virgen María negra (“Regina Poloniae”, según dice en el reverso), que en su brazo izquierdo sostiene a su Hijo y en su mano derecha una espada. Mi sorpresa fue enorme por lo original de la imagen (las vírgenes negras no son comunes y menos aún ¡con una espada en la mano!), pero fue mayor aún al transcribir en Google la inscripción en latín que rodea la medalla “TERRIBILIS UT CASTRORUM ACIES ORDINATA TERRIBILIS” y encontrarme con que significa: “Terrible, terrible como un ejército en orden de batalla, llamado y alineado para comenzar la batalla”.

Las imágenes de vírgenes negras o “morenas” comenzaron a aparecer en Europa en la Edad Media, como las de Montserrat y Guadalupe en España, y más tarde, esta última también en Méjico y en el resto de América, de la que es patrona. Son el resultado del sincretismo popular entre la Virgen María y la diosa pagana precristiana, esa que encarnaba el mito ancestral de la Gran Madre, y que fue personificada en las poderosas deidades de las grandes civilizaciones de la antigüedad, como Maat en Egipto, Inanna en Sumeria, Cibeles en Anatolia y Deméter en Grecia. Negras, porque representaban el poder ctónico, terrenal, diosas del inframundo, del mundo y de lo celestial. Eran las divinidades de toda la creación y también de la justicia, porque encarnaban ese orden cósmico divino que nunca debía ser transgredido por los humanos. Hohkma (Sophia), la Sabiduría de Dios en el Antiguo Testamento, también es personificada como una mujer que proclama “Fui formada desde la eternidad, desde el principio, antes del origen de la tierra” (Prov.8, 23) y que reivindica su rol justiciero “Por mí los reyes reinan y los magistrados administran justicia” (Prov.8,15). Hasta el día de hoy esa diosa ancestral es la que se venera como la Pachamama (literalmente Madre-Cosmos) de los wichi, los qom, los guaraníes y otros pueblos originarios de América, la Mapu de los mapuches, la divinidad femenina que engendra la vida desde sus entrañas y que en su equilibrio cósmico cuida, protege y sustenta a todas sus criaturas.

La inusual imagen de una virgen morena con su niño en brazos me remitió enseguida a otras mujeres morenas, también madres, las embarazadas wichi de Formosa que fueron noticia por esos días de marzo. Según la excelente investigación de Paula Bernini para Telenoche, unas 86 mujeres wichi se ocultaban en el monte para protegerse de la violencia obstétrica que ejerce el poder provincial, ya que temían ser secuestradas para ser sometidas a cesáreas compulsivas y separadas de sus hijos recién nacidos, como ya ocurrió. Algunas recuperaron a sus bebés a los 15 días, pero vivirán con la angustia y la duda de saber si verdaderamente ese es su hijo; a otra le entregaron un hijo muerto.

Son mujeres aborígenes, es decir, de una cultura primitiva ancestral —algunas ni siquiera hablan castellano—, que viven en medio de la naturaleza en condiciones de extrema pobreza como los pueblos originarios cazadores y recolectores, en chozas de barro, casi sin salud ni educación y cuya mayor riqueza son sus hijos. En el informe se las vio con sus cabezas envueltas para no ser reconocidas, mostrando solo sus ojos llenos de lágrimas y de miedo.

Mujeres de la comunidad wichi (Fotos: Paula Bernini).

Me cuesta pensar en una imagen simbólica más fuerte para describir la vulnerabilidad de la Mujer en su condición de madre frente a la violencia y la prepotencia del Patriarcado encarnado por Gildo Insfrán, el gobernador “ejemplar” del presidente Fernández, que persigue a esas indefensas mujeres embarazadas con la fuerza bruta del Estado, con injustificables teorías sanitarias por la pandemia. Esta perversa violación de los Derechos Humanos —una dictadura encubierta con sospechas de apropiación de bebés incluida— fue explícitamente avalada por el presidente al invitar a Insfrán a las celebraciones por el día de la Mujer en la Casa Rosada. Fue agregar insulto a la injuria; una provocadora agresión a todas las mujeres argentinas que celebramos ese sentimiento de amor y de protección de todos los niños.

El regreso de la Diosa Madre

El arquetipo de la Madre (no el estereotipo) está en todas nosotras, seamos madres biológicas o no, porque está en el inconsciente colectivo desde la antigüedad del Paleolítico hasta hoy. La sincronicidad con la medalla —¡que además me llega de mi propia madre, que murió hace 26 años!— me cambió la mirada. De golpe vi en esas mujeres morenas embarazadas, esas humildes wichi escondidas en el monte formoseño en defensa de sus hijos, nada menos que el símbolo vivo de la diosa ancestral, el arquetipo femenino de la Gran Madre, avasallada, violada y sometida por el Patriarcado materialista y violento, que desde hace siglos ejerce su dominio brutal sobre las mujeres y los niños, y que asimismo hace estragos en la Naturaleza destruyendo el medioambiente.

«De golpe vi en esas mujeres morenas embarazadas, esas humildes wichi escondidas en el monte formoseño en defensa de sus hijos, nada menos que el símbolo vivo de la diosa ancestral, arquetipo femenino de la Gran Madre, avasallada, violada y sometida por el Patriarcado materialista y violento, que desde hace siglos ejerce su dominio brutal sobre las mujeres y los niños, y que asimismo hace estragos en la Naturaleza, destruyendo el medioambiente».

Pero también la imagen de la medalla me llenó de esperanza. Si bien algunas vírgenes sostienen en su mano derecha el globo terráqueo, en esta original imagen porta una espada como símbolo de la batalla. Está claro: la poderosa Diosa Madre está regresando a la humanidad para restablecer el orden vulnerado e impartir su Justicia. Y Ella no anda con sutilezas. Se nota en el cambio climático, los terremotos, las sequías, las inundaciones, las pestes y la pandemia del coronavirus. El milenario sistema patriarcal y violento, enfermo de poder y de codicia, está implosionando (en la Argentina y en el mundo) porque no es sustentable, porque ha violado el orden cósmico al romper el equilibrio con la Naturaleza. Junto con el dolor por tantos muertos de coronavirus, se derrumba un mundo viejo e injusto y surge uno nuevo. Lo que está volviendo a la conciencia colectiva es el arquetipo de la Diosa Madre, el Alma del mundo, ese espíritu de sabiduría y de justicia que le pone límites al abuso de poder.

El tiempo de las mujeres

En estas últimas semanas vivimos una crisis política por el cierre de las escuelas, que aún subsiste. Las madres de CABA, junto con los padres, se rebelaron y presentaron un pedido de amparo ante la justicia en la Corte Suprema de la ciudad y lo consiguieron, en sintonía con el posterior fallo de la Corte Suprema de la Nación. Este fenómeno social que tuvo su origen en el célebre y muchas veces ridiculizado “chat de mamis” refleja un cambio de la conciencia colectiva: las mujeres no nos sometemos más a la prepotencia del poder patriarcal y exigimos justicia. Nos preparamos profesionalmente, nos organizamos y a través de las redes nos unimos para defender nuestros valores y derechos, los de nuestros hijos y también los de otras mujeres.

Desde el movimiento de las Madres de Plaza de Mayo en la dictadura, a los innumerables grupos de acción de “Madres de” (del Dolor, del Paco, de Cromañón, de la Trata, de Once…)  el clamor de las mujeres ante los tribunales ha sido una constante. La justicia es la gran deuda de la democracia en la Argentina y las madres sus mayores impulsoras. Porque la Justicia es el amor en la dimensión pública.

Las sincronicidades son signos de los tiempos y las manifestaciones de lo sagrado en la historia de la humanidad son paradojales. El tan anunciado tiempo de las mujeres ya está asomando. Y como lo anunció Jesús en la parábola del juez injusto y la viuda, que le reclama incesantemente, Dios finalmente “les hará justicia” (Lucas 18,1-8). Por eso, detrás del inocente chat de mamis veo surgir el germen del nuevo paradigma: finalmente llega la era de la Justicia.

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