Sophia - Despliega el Alma

POR Florencia Salort - Columnistas

25 julio, 2017

Hacer de la medicina un espacio de encuentro

Es médica ginecóloga, coach ontológico y conferencista. Y también una ferviente defensora de la idea de que la medicina debe ser un espacio de diálogo permanente entre médicos y pacientes. Una mirada profesional sobre el valor que tiene la empatía a la hora de sanar.


Foto: Archivo Telefé.

Florencia Salort tiene 43 años y es mamá de dos nenas, de 9 y 6. Estudió Medicina en la UBA y se recibió con diploma de honor. Es médica ginecóloga del Hospital Italiano de Bs. As. y Coordinadora de Extensión Universitaria del Servicio de Ginecología del Instituto Universitario de esa institución. Fue columnista del programa “Doctores” (Telefé) y actualmente conduce el programa de radio “Una dupla saludable”, junto al Dr. Sebastián Sticotti (www.conexionabierta.com.ar). Además, es coach ontológico y conferencista dedicada a la divulgación de la importancia de las emociones, el conocimiento del cerebro, y su influencia en nuestra salud y bienestar. Brinda talleres vivenciales y charlas abiertas. Su lema: darnos permiso para estar bien y para disfrutar de la vida.

“Soy médica ginecóloga y me encanta serlo, porque siento que tengo mucho para dar: la medicina es el arte de curar y requiere de una enorme vocación de servicio. Uno puede servir de muchas maneras y también se puede equivocar. Lo que nunca deben faltar son ganas, respeto por el otro y la convicción de que se está dando lo mejor. A los que llegan para que los acompañe o los ayude, ¿cómo no los voy a escuchar?”, comienza la charla Florencia Salort, una mujer que, cuando le preguntaban de chica, decía que quería ser médica, actriz y taxista, las tres cosas, para no perderse la posibilidad de acompañar, de brindarse entera y de manejar su auto escuchando y dando consejos a los demás.

Movimiento puro, sonrisa contagiosa y actitud ante todo, ella elige ser una médica distinta a aquella que aprendió que debía ser en la facultad. Comprometida. Apasionada. “Después de veinte años de profesión y de ser paciente yo misma, eligí practicar una medicina diferente. Cuando alguien decide ir al médico, generalmente es porque algo le sucede y está asustado por lo que puede pasar, tiene miedo de que algo salga mal, generalemente entiende la mitad de lo que se le dice y teme preguntar. No debería ser así, pero la mayoría de las veces funciona de ese modo”, explica Flor, como la llaman sus pacientes, a quienes la une un vínculo que va más allá del consultorio: hablan por teléfono cuando necesitan una respuesta o una palabra de aliento, y muchas mujeres y varones concurren también a sus talleres, donde brinda herramientas para que cada cual gestione el cuidado de su propia salud. “En la consulta uno debe habilitar al otro para que aparezca y si estamos mirando la computadora sin ver los ojos que hay detrás de la pantalla, es muy difícil lograrlo. Por eso fui abriendo espacios de encuentro”, destaca.

El primer clic, dice, fue durante sus primeras experiencias como obstetra, cuando participó de un parto con fórceps: “Me desmayé y terminé en una camilla, al lado de la mujer que había dado a luz. Ella estaba con su bebé y yo junto a ella, las dos felices. De alguna manera, ser médico es un role play permanente donde uno puede estar de un lado, y luego del otro. Y más allá de que uno no esté dentro del cuerpo de la otra persona, la mirada, la sonrisa, la mano, brindan una energía enorme. Ver a esa mujer con su bebé fue como una dosis de azúcar para mi alma”, cuenta esta profesional que decidió ser médica para hacer de la sanación su arte y también su gran amor.

Con ella hablamos para conocer más sobre los temas médicos que afectan a las mujeres, pero también para tomar contacto con su filosofía de vida y su gran anhelo profesional: hacer de la medicina un espacio de encuentro. 

–¿Cuál fue tu motor a la hora de convertirte en médica ginecóloga?

–Acompañar aquello que le pasa a una mujer durante lo que llamamos crisis vitales. Esas cosas atraviesan el cuerpo y un alma que también debemos atender. Menstruar, dejar de menstruar, sentir dolores…. La medicina no es solo curar una enfermedad, es también habilitar la reflexión y el disfrute en cada momento: la sexualidad, el cuidado del cuerpo, elegir cuándo tener un hijo. De ese modo fui dándome cuenta que nos merecemos mucho más que una consulta donde solo hagamos un Papanicolau y una mamografía.

–¿Qué fue lo más extraño que te pasó dentro del consultorio?

–Que muchas mujeres grandes me dijeran que nunca les habían palpado las mamas. ¿Cómo que los médicos no tocamos a nuestros pacientes? Uno siempre puede y debe revisar a una persona con el debido respeto. El ginecólogo es hoy un médico de atención primaria para una mujer, aunque es un error que sea prácticamente la única consulta anual que tenemos, porque mueren más mujeres por infarto que por cáncer de mama.

–¿Cuál es para vos el gran problema que tiene la relación médico-paciente?

–La comunicación. A veces se le dice al paciente “tenés quistes en los ovarios” o “tenés miomas” y aunque puede ser algo totalmente normal, queda en la idea de alguien como una enfermedad, cuando probablemente no sea nada. Debemos tener cuidado cuando damos un diagnóstico, porque etiquetamos y no nos damos cuenta de que ese rótulo queda grabado a fuego, dando lugar a ideas y acciones. En mi consultorio las puertas están abiertas para una medicina más empática, con la certeza de que quien llega a mí necesita una respuesta que provenga desde la ciencia, pero también desde la escucha y la contención.

–¿Qué se necesita para que una persona esté bien?

–Que el cerebro actúe a nivel químico y produzca neurotransmisores que acompañen al bienestar. Ejerciendo una medicina más humana, uno puede generar esas acciones de efecto recompensa. Y también ocurre en los talleres, donde dialogamos y vemos que a todos nos pasan cosas parecidas, eso es increíblemente tranquilizador. Uno empieza a generar una onda positiva, deja la queja y la amargura de lado y aparecen las buenas ideas; desaparece la sensación de soledad para dar lugar a las alternativas. Eso ayuda a bajar el estrés. Cuando una chica me dice preocupada que en su primera relación no tuvo un orgasmo y le explico que es normal, su expresión cambia, se relaja, deja de lado la idea de que tiene un problema.

–¿Cómo te gustaría que sea vivida la medicina?

–Sería bueno que dejáramos de llamarnos “pacientes”, para empoderarnos de la medicina de nuestro propio cuerpo. Tenemos que ver con lo que nos pasa, no estamos ajenos. No es que un día nos agarra un cáncer, una falla ovárica precoz, una diabetes. La psiconeuroinmunoendocrinología, que estudia el vínculo entre mente, cuerpo y alma, analiza cómo nosotros tenemos que ver con nuestras emociones y las ondas vibratorias que funcionan en nuestro cuerpo. Albert Einstein decía que somos materia y energía y es así: todo el tiempo estamos haciendo física y eso repercute en nuestra salud. Hay quienes viven engripados, o alérgicos, o van a un lugar determinado y vomitan; llevamos una vibración. La queja, la soberbia, la rabia, ¡todo influye! Entonces ¿dónde elegimos pararnos? Esa es la pregunta.

“En la consulta uno debe habilitar al otro para que aparezca y si estamos mirando la computadora sin ver los ojos que hay detrás de la pantalla, es muy difícil lograrlo. Por eso fui abriendo espacios de encuentro”.

Florencia junto al equipo médico que la acompañó en el programa Doctores (Telefé).

–Entonces, ¿cómo pararnos en un lugar saludable?

–Teniendo una mirada linda sobre la vida y sobre lo que vemos en el espejo cuando nos miramos, aunque no estemos tan bien como quisiéramos. Eso es fundamental. La ecuación de una persona es: conocimiento + sabiduría x actitud. El sistema inmune depende del ánimo y de cómo manejamos el estrés, que perjudica el crecimiento celular, impidiendo la oxigenación y el recambio. Si estás estresado, la sangre no está en el lugar del cerebro necesario para que puedas pensar bien ni nutre correctamente los demás órganos.

–¿Cuál es tu mirada acerca de ser médica?

–Que uno puede ser médico y educar desde la salud, desde el arte, desde la risa y la felicidad. Ahora se sabe que una persona que es feliz y se ríe, tiene menos chances de enfermar. El malestar también es un factor de riesgo y no hay que perderlo de vista. Al reírnos, recargamos endorfinas como si fuera una actividad física que nutre a los órganos, libera toxinas y oxigena el cerebro, además de hacer funcionar mejor al riñón y despejarnos de las preocupaciones, al pensar en otra cosa. Probemos con dejar que descanse el hemisferio izquierdo del cerebro, el analítico, para que surja la creatividad, la conexión, el encuentro.

–Sos médica ginecóloga, pero también trabajás con varones…

–Sí, me gusta hablar con ellos también en los talleres, los sumamos, es importante que estén y sepan. No puede ser que en los colegios todavía se los eche del aula cuando se habla de la primera menstruación. Es algo natural y también les concierne a ellos. La menstruación no debe detener a nadie. Si no, a cuatro días por mes, un mes por año no viviríamos. “Indispuesta”. “Me vaciaron”. “La indeseable”. “La regla”. Son conceptos terribles que nos han transmitido durante mucho tiempo.

–¿Cómo ves actualmente a quienes llegan al consultorio?

–Practico una medicina enfocada en cada paciente, así que no puedo generalizar. Pero lo que sí veo es que cuando llega una mujer profesional, viene atajándose de lo que le vas a decir, no se abre. Hasta que le das permiso y le mostrás que está todo bien, que vos sos la médica, pero también sos una persona, con sus puntos vulnerables. De pronto, le abriste un espacio nuevo. Para eso es fundamental acercarse, entablar un diálogo, saber a qué se dedica, qué le gusta y qué le duele, no solo físicamente. Ahí empieza para mí la consulta, la puerta de entrada para saber quién es esa persona y en qué la puedo ayudar. Y no te imaginas cuánto aprendo yo habilitando este espacio de escucha y presencia.

–¿Cuáles son las novedades científicas que debemos conocer?

–Por ejemplo, que cambió el screeming de estudios: el Papanicolau ahora se hace cada dos años, incuso cada tres como dice la OMS, porque ahora se sabe que el cáncer de cuello de útero se da en un grupo determinado y tarda mucho tiempo en producirse. Que el HPV tiene muchos serotipos y la mayoría se cura solo gracias a la propia inmunidad. Por eso, me resulta terrible que venga una persona, como me pasó días atrás, y me diga: “Tengo HPV, ya me estoy despidiendo de mi familia porque estuve leyendo en Internet”, pensando que tenía cáncer de cuello de útero. Creernos enfermos no nos deja vivir. Lo que debemos erradicar es lo que se sufre en el camino entre la comunicación de un diagnóstico y la realidad vital, porque la persona está asustada por un supuesto “mal” que en realidad no padece.

–¿Cuál es el ejercicio que nos debemos médicos y pacientes?

–Los médicos deberíamos ser formados para comunicar distinto y los pacientes deben sentirse habilitados para preguntar y buscar información de una manera médica directa, no en cualquier lado, porque en Internet circula cada cosa… Además, deben saber que si no les gusta su médico siempre pueden cambiar por otro, es su derecho. Yo, Florencia, no le puedo gustar a todo el mundo.

–¿Cómo tender un puente entre las emociones y el cuerpo?

–Lo primero que tenemos que tener, antes que la prepaga y el turno con el profesional, es una coherencia emocional y de consciencia. La prevención verdadera a la hora de enfermarnos está afuera del consultorio y no tiene que ver con que un doctor te diga que estás bien una vez por año. No. Además, hay que rever las creencias, los mensajes. El soy torpe, el no sirvo, el siempre lo hago mal, cosas que decimos o nos dicen y se convierten en engramas. En el cerebro nada es nuevo, todo se parece, tiene como rieles de interconexión donde calificamos de acuerdo a lo que nos hace sentir y a partir de ahí actuamos. Si te ves fea y gorda, vas a tener una actitud retraída, agobiada. Si estás contenta, todo va a salir mucho mejor.

–¿Sos de dar consejos?

–No sé si lo llamaría consejos. Si doy una opinión, es desde la empatía, y con mucha libertad y respeto, siempre sin juzgar, invitando a rever el lugar donde esa persona que sufre se encuentra parada en ese determinado momento. Trato de mostrarle alternativas diferentes de percepción, y ver si algo cambia. Si una mujer habla de su pareja y se pone mal y tiene micosis vaginales a repetición, algo está pasando. El cuerpo habla. Soy de instar al diálogo y a participar de talleres o de encuentros con personas que pasan por lo mismo, porque no estamos solos en lo que nos pasa. Me interesa estudiar el cerebro, ver cómo funcionan las hormonas; conocernos es una manera de pararnos diferente en la vida. Hay muchas cosas que se pueden recomendar a alguien para que esté mejor.

“El ginecólogo es hoy un médico de atención primaria para una mujer, aunque es un error que sea prácticamente la única consulta anual que tenemos, porque mueren más mujeres por infarto que por cáncer de mama”.

Médica y conferencista, disfruta del intercambio dentro y fuera del consultorio.

–¿Cuál es tu visión sobre las medicinas alternativas?

–Hay muchas técnicas y a mí particularmente me interesa complementar, siempre partiendo desde la medicina tradicional. Toda medicina que haga sentir mejor, brinde felicidad y alegría, desde lo ético (es decir que no te saque plata y vaya contra tu salud), siempre te va a ayudar, porque tu sistema inmune va a estar más fuerte debido al menor estrés y a la creencia que genera a través del pensamiento y la actitud positiva. Me parece que están bien como un complemento. Nunca dejaría de lado una quimioterapia indicada, por ejemplo. Pero cada medicina, como la Ayurvédica, la China o la Antroposofica, entre otras, tiene bases muy sólidas desde donde actuar. Desde la alopatía se realizan algunos estudios científicos que dan cuenta del efecto placebo, que muchas veces se ve con el uso de diferentes terapias llamadas alternativas y a veces son tan buenos como el que se registra con los tratamientos médicos tradicionales. No hay que ser absolutistas, pero tampoco descartar otras terapias por desconocimiento. Por eso me gusta llamarlas “complementarias” y no alternativas. En cualquier situación y más cuando estás atravesando un momento de salud difícil, es muy bueno practicar la meditación, buscar tu para qué, tratar de aprender acerca de lo te está pasando, tener actitud positiva; así va a funcionar mucho mejor cualquier terapia. La mente ayuda muchísimo y también la espiritualidad: si uno cree que uno o alguna situación puede cambiar, cambia.

–¿Cuál creés que es el valor que tiene el camino que elegiste?

–Primero, me hace feliz, porque aprendo y siento mucho bienestar viendo la emoción y el bienestar en el otro. La realidad es que los pacientes se enferman menos si son escuchados, contenidos y bien tratados. Ante un síntoma alarmante siempre voy a actuar, pero también trabajo en que las personas bajen el nivel de ansiedad, sepan que se merece estar sanas, se den permiso para disfrutar y sentir placer. Y las invito a que se integren, a que recorran un camino de autoconocimiento y mejoren sus vínculos, para que se lleven bien con quienes son y se animen al cambio cuando algo de sus vidas no les gusta. Me interesa que quienes pasan por mi consultorio se vayan más felices de lo que entraron. La mayoría de las veces lo logro, lo percibo porque les cambia la cara, se iluminan y te dicen gracias, te agarran de la mano, los ves más motivados, con menos temor. Estoy convencida de que en algo debe tener que ver la escucha, la empatía.

−Si tuvieras decir en pocas palabras qué es para vos ser médica, ¿qué me dirías?

−Que es una gran vocación, pero también un hermoso camino donde cada día se aprende algo nuevo y no necesariamente me refiero a una publicación científica. Mirar a los ojos a las personas y escuchar historias y modos de vivir, son grandes maestros también para ayudar a hacer una buena medicina. Y te aseguro que, al final del día, eso es lo que me llena el alma…

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