Sophia - Despliega el Alma

POR Virginia Gawel - Columnistas

24 enero, 2022

Gente sensible: ¿cómo dejar de vivir «acaracolados»?

Cuando nos apena tanto lo que ocurre a nuestro alrededor que, para no sufrir, encerramos nuestra alma dentro de un caparazón, debemos aventurarnos al gran desafío de encontrar la belleza necesaria para volver al mundo reforzados.


Fotos: Pexels. 

No es raro que la persona sensible, en algunos momentos de su vida, reniegue de su propia condición. Que vea el mundo, su entorno, su época y, simplemente, le duela. A veces, realmente, todo arde. Otras, desde la sensibilidad, seleccionamos de nuestra percepción solo aquello que resuene dolorosamente. De esa manera, la persona sensible se aparta del mundo, o se anestesia emocionalmente, sepultando con ello la raíz de su identidad esencial. Viene a mí una canción del querido Pedro Aznar, planteando en un único verso el desafío que la persona sensible tiene por delante:

«Cómo vivir en un mundo en llamas sin convertir en hielo el corazón».

Quien anestesia su sensibilidad, mudándose a su cabeza, tapándola con información, o tratando de sumergirse en la trivialidad, padece de la más honda nostalgia —mayor aun que la de extrañar a un ser querido, o que la de añorar un pasado feliz— y transitará los días extrañándose a sí mismo. La Psicología Transpersonal define este fenómeno como “represión del Atman” (o sea, de la porción del Todo en mí). Y si todo lo reprimido necesita ser sacado a la luz… ¡cuánto más esa identidad profunda, a la que habremos sumergido en una falsa ausencia!

Vuelvo a la canción de Pedro:

“Cuando se te parta el alma y veas solo oscuridad…

Cuando ya no tengas ganas ni más fuerzas para andar…

Cuando todo sea una farsa que no te importe descifrar,

naufragando ante una playa,

ya sin faro, sin hogar, sin lugar donde llegar…”

Así como el caracol sella fuertemente la tapa que lo guarda, y aun la presión de la mano humana no puede despegarla, es posible que el sensible se “acaracole”, protegiéndose de la hostilidad del mundo. Sin embargo, ninguno de nosotros nació para ser un caracol; nacimos a la vida humana, y solo en ella puede cumplirse nuestro real destino: el motivo que nos trajo a este mundo, a esta época.

«Acaracolarnos» lleva en sí una paradoja: nos aislamos, sí, del afuera, para que no nos injurie… Pero es justamente en ese afuera que está la tarea a realizar. También esos otros que la Vida, quizás, nos ha destinado para nutrir lo mejor de nuestra identidad: nuestra bandada (como la de Juan Salvador Gaviota). Nuestros semejantes.

Cuando la persona sensible se asoma a la realidad con la piel ardida como por el sol, no se da cuenta de que percibe sesgadamente, seleccionando de esa realidad aquello que le quita las ganas de vivir, de relacionarse, de actuar. En esa situación hay dos pérdidas: por una parte, el sensible se priva de experimentar el lado luminoso de su época (que no siempre es evidente y que los noticieros procuran ocultar); por otra parte, simplemente, priva a los demás de sí mismo. Respecto de esto último, es posible que si el sensible se autodevalúa, puede que le parezca que los demás no se pierden gran cosa. Sin embargo, el mundo estará como la partitura de una orquesta a la cual se ha ausentado quien debía tocar el tambor en el momento culminante. Ninguna música estará completa sin ese emocionante tambor. (Tú, sensible, eres vital para este mundo: por favor, no te apartes de él, de mí, de nosotros.)

Cuando el “acaracolado” decide abrir su sellada compuerta, es posible que empiece a ver lo que su percepción sesgada no le permitía: los otros sensibles, abriendo sus propias compuertas invitándole a entretejerse. Este paso requerirá de una renuncia sobre la que, en lo personal he tenido que trabajar mucho: la renuncia a la composición dramática de la realidad. Pues en la cualidad innata del sensible puede haber una propensión a la hipertrofia emocional vinculada al dolor. ¡Cuidado! Lo doloroso está, pero está también la maravilla. Vuelvo a la canción:

«Cómo escribir algo más que drama

sintiendo que al latir mi vida vive en ti.»

Y un poco más arriba la canción nos habla de ese entretejerse con otros:

«Cómo escribir una nueva trama,

sintiendo que al latir tu vida vive en mí.»

O sea, entrelazando versos: «Mi vida vive en ti; tu vida vive en mí». Como dijo el Maestro Thich Nhat Hanh, intersomos. Darse cuenta de ese interser, más allá del intelecto, oficia de instantáneo antidepresivo: nos reencuentra con ese que somos, pero que extrañábamos, y nos da la ocasión de desplegar nuestro destino profundo.

Estamos en un tiempo de la humanidad que nos necesita fervientes, atentos, activados por el Bien. Cuando actuamos desde allí, la carcasa se vuelve un estorbo, o bien un lugar al cual volver de vez en cuando, para recobrar energías. Interactuando, vamos encontrando a las personas apropiadas, y nos damos cuenta de que cuidar nuestra sensibilidad no es aislarnos, no es despreciar la vida retirándonos de ella, no es esperar que el tiempo pase hasta que por fin se acabe el viaje. Viajamos hasta este mundo para hacer de él algo mejor que lo que encontramos al llegar. Y hacerlo puede ser… ¡apasionante!

«Estamos en un tiempo de la humanidad que nos necesita fervientes, atentos, activados por el Bien. Cuando actuamos desde allí, la carcasa se vuelve un estorbo, o bien un lugar al cual volver de vez en cuando, para recobrar energías. Interactuando, vamos encontrando a las personas apropiadas, y nos damos cuenta de que cuidar nuestra sensibilidad no es aislarnos, no es despreciar la vida retirándonos de ella, no es esperar que el tiempo pase hasta que por fin se acabe el viaje».

Cuando nos animamos a salir del «acaracolamiento» es que podemos cumplir con una premisa que señala el antiguo Budismo Zen: «Strong back, soft chest» («Espalda fuerte, pecho suave»). El mundo nos doblega cuando circulamos por él por la actitud contraria: la espalda blanda, inclinada por el peso del vivir, y el pecho endurecido para no sentir el dolor. Sin embargo, la única manera de que esta vida, aun con sus pesares, resulte y gozosa, es tener la fortaleza suficiente como para que el dolor no nos quiebre, y hacer que la Belleza nos nutra. Cambiar la mirada, cambia el paisaje.

El sensible Pablo Neruda (tan comprometido con los demás, con los sufrientes, con los invisibles) escribió su “Oda a la Vida” para darnos coraje con su decir. Me despido pidiéndole a él prestados sus versos, y dejándote con ellos mi abrazo:

“La noche entera
con un hacha
me ha golpeado el dolor,
pero el sueño
pasó lavando como un agua oscura
piedras ensangrentadas.
Hoy de nuevo estoy vivo.
De nuevo
te levanto,
vida,
sobre mis hombros.

Oh vida, copa clara,
de pronto
te llenas
de agua sucia,
de vino muerto,
de agonía, de pérdidas,
de sobrecogedoras telarañas,
y muchos creen
que ese color de infierno
guardarás para siempre.

No es cierto.

Pasa una noche lenta,
pasa un solo minuto
y todo cambia.
Se llena
de transparencia
la copa de la vida.
El trabajo espacioso
nos espera.
De un solo golpe nacen las palomas.
Se establece la luz sobre la tierra.

Vida, los pobres
poetas
te creyeron amarga,
no salieron contigo
de la cama
con el viento del mundo.

Recibieron los golpes
sin buscarte,
se barrenaron
un agujero negro
y fueron sumergiéndose
en el luto
de un pozo solitario.

No es verdad, vida,
eres
bella
como la que yo amo
y entre los senos tienes
olor a menta.

Vida,
eres
una máquina plena,
felicidad, sonido
de tormenta, ternura
de aceite delicado.

Vida,
eres como una viña:
atesoras la luz y la repartes
transformada en racimo.

el que de ti reniega
que espere
un minuto, una noche,
un año corto o largo,
que salga
de su soledad mentirosa,
que indague y luche, junte
sus manos a otras manos,
que no adopte ni halague
a la desdicha,
que la rechace dándole
forma de muro,
como a la piedra los picapedreros,
que corte la desdicha
y se haga con ella
pantalones.
La vida nos espera
a todos
los que amamos
el salvaje
olor a mar y menta
que tiene entre los senos.”

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