Sophia - Despliega el Alma

POR Adriana Amado - Columnistas

10 febrero, 2023

Exfoliadas: en busca de nuestra capa más profunda

Si vos también te caíste varias veces en la vida, sabés perfectamente de qué se trata la exfoliación. Una herida que se abre en algún lugar y, poco a poco, sana hasta que llega el tiempo de ver crecer la nueva piel. He aquí unas líneas para acompañarte en ese proceso.


¿Cuántas capas de piel, experiencias, pertenencias, certezas hay que remover para que brille sin cobertura eso que somos? El cuerpo tiene una capacidad casi mágica para recuperar las heridas, los raspones, las magulladuras. Cuando chica, tenía una tendencia insalubre a rasparme las rodillas. A veces al extremo de que las cáscaras moradas que cubrían las llagas que había conseguido en el patio del colegio no me dejaban jugar en el recreo por días. Y, sin embargo, enseguida aparecía una piel rosada, rozagante, que hasta parecía mejor que esa capa roñosa que cubre universalmente las rodillas infantiles.

Pasaron cincuenta años antes de que descubriera que eso mismo era la vida. Un porrazo, una herida, un llanto, una comprensa, un tiempo de andar a media marcha, una nueva piel y, otra vez, la vida. Hasta la próxima caída. La dermatología sabe de este proceso y ha hecho una enorme industria de la exfoliación, condición ineludible de la recuperación de la lozanía. Es un asunto médico que la piel no recibe nutrientes, por más poderosos que sean, si no se remueven las células muertas.

Los rostros más luminosos son los que pasaron por exfoliaciones. Y no solo las cutáneas. De hecho, hay gente que no teme someterse a láser, ácidos, bisturíes y otras armas contundentes para remover las arrugas. Pero el cutis no irradiará luz a menos que la exfoliación empiece de adentro. ¿Cuántas capas marchitas cargamos en el alma que no hay maquillajes para disimularlas? ¿Cuánto peso muerto llevamos en las espaldas que hay tanta gente caminando con la espalda encorvada?

Hace unos años un golpe inesperado me dejó en la calle, sin el trabajo que había ganado por mérito propio y que validaba con más requisitos de los que el puesto demandaba. Mi ego, ese pedazo estructuradito del que cuelga lo que creemos ser, sintió que era una injusticia que aquello por lo que había trabajado década acabara por un arbitrio. Pronto comprendí que era una de tantas personas que viven en un país donde el mérito importa menos que la palanca. Ahí mi alma, esa parta gaseosa que nos recubre tanto como nos desnuda, se sintió liberada.

No lo supe en el momento en que lloraba pensando en cómo iba a mantener mi casa. Pero enseguida una fuerza inesperada me movió a explorar actividades que no había cultivado, pero que me gustaban mucho más que aquel trabajo en el que estaba tan poco valorada. Una de esas búsquedas me trajo hasta aquí, un lugar que estaba por ahí, pero que tuve que pasar la exfoliación para saber de lo nutritivo que era.

Esa capa de protección que me sacaron brutalmente me dejó un poco dolorida, pero la piel que creció luego fue más suave. Y también más sensible y delicada. Por eso aprendí que, para conservarla con esa lozanía, debía evitar ambientes que la secaran, porque a las pieles duras solo cabe arrancarlas de un tirón. Eso entendí a los golpes y por eso, también, aprendí que más amable es ir exfoliando de a poco las durezas y acompañar el proceso de renovación con compasión y cariño.

Somos muchas las personas que estamos en ese proceso. Hay mucha gente que tiene métodos de exfoliación del ego, otra que sabe cómo andar por ahí con el alma al aire, muchísimas que intuyen que hay una mejor vida ejercitando la renovación celular en un sentido amplio. La de las partículas de lo material que movilizan aquellas entidades subatómicas que hacen a lo espiritual. Me gustaría conversar con ustedes de estas exfoliaciones.

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