
5 abril, 2018
Está bueno escribir en Sophia
El autor, especialista en vínculos, describe su experiencia como columnista de la revista, a la que valora por explorar la relación profunda entre lo femenino y lo masculino.
Estoy acostumbrado a estar rodeado de mujeres. Soy psicólogo y desde hace años mi profesión me ha llevado a territorios en los que las damas son amplia mayoría. Desde mis tiempos en la facultad, o en la época en la que hacía cursos, posgrados y asistía a grupos o los coordinaba, siempre hubo una fuerte presencia femenina.
Aquel jolgorio masculino vivido en el colegio de varones del que fui parte en mi secundario, o el inolvidable espíritu de equipo de mis épocas de rugby de pronto parecía lejano, aunque fuera revitalizado a lo largo de los años –fuera del trabajo– por amigos de entonces y otros que la vida supo arrimarme.
Como continuidad de lo que les cuento, nueve años atrás me sumé a la revista Sophia, y lo hice con el extraño desafío de escribir siendo hombre en una revista para mujeres.
No era cualquier revista… era Sophia. Una publicación que marca un estilo y propone honduras distintas que no hay que confundir con zonceras de profundidad sobreactuada o con manuales de psicología con formato de receta de cocina.
Les digo la verdad: no pensé que iba a durar tanto tiempo. Es que entonces el prejuicio obraba en mi mente y pensaba que, como tantas veces percibí en mujeres “liberadas”, en Sophia quizá creyeran que la contracara del varón déspota combatido era la del varón pasteurizado, culposo, sensibloide… Para mi alegría, pronto percibí que mi mirada y estilo eran bien aceptados por esas mujeres que, “liberadas” y todo, no por ello estaban peleadas con lo masculino, sino todo lo contrario. Es que la batalla era contra una filosofía del poder llamada “machismo”, no contra los hombres.
Por eso me gusta tanto el espacio en la revista, la relación con las lectoras y con quienes trabajan en ella. Sophia es un espacio de valoración y acompañamiento que no pretende abolir la diferencia sino que, por el contrario, la honra y la encuentra interesante, complementaria y fecunda.
Alguna vez traje a esta columna aquella escena de la película Antes del amanecer en la que la chica le decía al muchacho, en pleno diálogo enamorado, que en una relación Dios no está tanto en las personas que la componen, sino en ese espacio que existe entre ellas. Dios, así pensado, es un Dios que vincula, media, genera un tercer territorio singular que es la relación y que cuenta con el ADN de los que están unidos en ese vínculo. En ese espíritu siento que la relación con Sophia fue creciendo. En un espíritu de tolerancia y de valoración por “eso” que se genera cuando decimos lo nuestro en confianza, con la certeza de que entre nosotros hay algo bueno.
Pienso que quienes leen la revista valoran esa exploración de lo femenino que se transformó en aventura. Porque Sophia es tierra fecunda, como toda tierra que acepta semilla, valorando su identidad con “Dios en el medio”, es decir, una identidad abierta que va adentrándose en nuevos terrenos, sin miedo al “otro”.
Está bueno escribir acá, y está bueno decirlo, deseando que sean muchas más las columnas compartidas, en un espacio que, como pocos, habilita a que lo mejor salga a la luz, sin que todas sean noticias del infierno.
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