
10 julio, 2019
Empatía y algo más
Esa maravillosa capacidad de comprender al otro y de ponernos en su lugar, no significa sin embargo que debamos fusionarnos emocionalmente con los demás. Humanizarnos sí, perdernos de vista no. ¿Cómo empatizar sin exagerar?
Siempre existió la empatía, pero recién en los últimos tiempos se le puso nombre y se la consideró clara y oficialmente como beneficiosa en el terreno de los vínculos humanos. Antes, en épocas menos psicologizadas, la empatía no se llamaba empatía o, al menos, no se usaba esa palabra con naturalidad para nombrar la capacidad de entender al otro, sentirlo, sintonizarlo emocionalmente para, desde allí, generar un vínculo entrañable y no solamente mecánico.
La empatía era y sigue siendo una cualidad humana esencial, y ejemplo de ella es lo que vivimos con esas personas que, a lo largo de nuestra vida, aparecieron en algunos momentos difíciles y entendieron lo que nos pasaba, sintonizando con nuestro ánimo para decirnos lo que había que decir en el momento justo, ayudándonos a nombrar nuestros sentimientos cuando los teníamos confundidos y sacándonos del destierro emocional que implica no ser comprendidos por nadie, viviendo con la sensación de ser los únicos en el mundo a los que les pasaba “eso” que nos estaba ocurriendo.
«La empatía era y sigue siendo una cualidad humana esencial, y ejemplo de ella es lo que vivimos con esas personas que, a lo largo de nuestra vida, aparecieron en algunos momentos difíciles y entendieron lo que nos pasaba, sintonizando con nuestro ánimo para decirnos lo que había que decir en el momento justo, ayudándonos a nombrar nuestros sentimientos cuando los teníamos confundidos y sacándonos del destierro emocional que implica no ser comprendidos por nadie».
Sin dudas la empatía es maravillosa y fue hecha para humanizarnos, conectándonos a partir de la capacidad de sintonía que es propia de una especie que, como la humana, requiere del prójimo para existir y perdurar.
Sin embargo, debemos saber que la empatía no es el propósito único y final de las relaciones entre las personas, sino que es un punto de inicio, un pie afectivo a partir del cual el camino de la vida sigue su curso.
Empatizar con otro permite entenderlo, pero, una vez que lo entendimos, la experiencia continúa. El clásico ejemplo del caso es el del chico que no quiere ir al colegio. La madre puede entenderlo, puede sentir lo que él siente, vibrar en su misma longitud de onda, le dice que sí, que lo comprende, que ella alguna vez sintió algo similar, pero que igual tiene que ponerse el guardapolvo y partir para el colegio, porque eso es lo que tiene que hacer…
La empatía permite percibir lo que el chico siente y quiere, inclusive permite comprender aquello que le pasa, habilitando a obrar de la mejor manera al respecto. Pero es importante decir que la empatía no tiene por objetivo quedarse allí, en una suerte de fusión emocional, sino que habilita a humanizar la cuestión para desde allí sumar “la ley” a la ecuación, pero haciéndolo en clave de humanidad no mecanicista.
Empatizar sin exagerar, esa es la cuestión
Ir más allá de la empatía (sin evitarla, pero sí trascendiéndola) permite generar nuevos recursos, salir del propio ego, socializar, y saber que una cosa es que nos entiendan y otra es que se sometan a nuestro sentir.
«Ir más allá de la empatía (sin evitarla, pero sí trascendiéndola) permite generar nuevos recursos, salir del propio ego, socializar, y saber que una cosa es que nos entiendan y otra es que se sometan a nuestro sentir».
El cumplimiento de ciertas obligaciones, por ejemplo, puede generar un enojo con el cual se puede empatizar. Sin embargo, es bueno tener en cuenta que, si las obligaciones son justas, habilitan a que las personas crezcan, y hasta en ocasiones abren las puertas a generar valentía, temple o madurez, valores personales que solamente se logran cuando se trascienden las fronteras del mero sentir individual.
En ese contexto, una imagen que puede ser representativa es la de ver a la empatía como la tierra sobre la que alguien se sostiene, y a “eso” que se suma a la empatía, como el horizonte al cual la persona se dirige.
En esa línea, algo parecido pasa con los amores. Las parejas pueden sintonizar y entender empáticamente algunas cuestiones del vínculo que comparten, pero el hecho de que se comprendan emocionalmente ciertas conductas del compañero o compañera (algo en sí mismo maravilloso) no significa que termine allí la cuestión.
Se puede, por ejemplo, entender el dolor del otro, “vibrar” en sintonía con su pena, conmoverse y sintonizar con el paisaje emocional del amado o amada, eventualmente perdonando desde allí algunas conductas desatinadas, agresivas, tontas o egoístas que esa pareja lleve a cabo. Pero las cosas son lo que son, y lo violento (o tonto, o egoísta, o cruel) no deja de serlo porque se entiendan las “razones” de esas actitudes o conductas desde lo empático.
En tal sentido, felicitamos de verdad a quienes logran empatizar con el otro en el terreno amoroso, pero no hay que exagerar.
Acá también decimos que hay que ir más allá del empatizar para que un vínculo de pareja sea fecundo y no se transforme en una pesadilla. Para el bien de las parejas, esa sintonía entre sus dos miembros debe terciarse con un concepto de solidaridad que sea inteligente y no implique meterse en el pozo con el otro, sino quedarse afuera del mismo, para desde allí ayudar a ese otro a salir… si el otro quiere de verdad salir.
Lo antedicho nos salva de la simbiosis en las relaciones, ofreciendo un camino de salida a la (con) fusión que tantas calamidades genera en nombre del amor mal entendido.
«Para el bien de las parejas, esa sintonía entre sus dos miembros debe terciarse con un concepto de solidaridad que sea inteligente y no implique meterse en el pozo con el otro, sino quedarse afuera del mismo, para desde allí ayudar a ese otro a salir… si el otro quiere de verdad salir».
De hecho, el amor existe porque existen fronteras, y si éstas no existieran seríamos un “uno” aburridísimo, una masa informe sin “otro” con el cual relacionarnos. Está bueno ponerse en los zapatos del otro… un ratito. Luego, hay que volver a los propios, porque sino las cosas se complican.
La mirada empática es maravillosa y si prescindimos de ella empobrecemos y hasta violentamos las relaciones entre las personas, haciéndolas mecánicas y meramente funcionalistas. A la vez, es importante señalar hasta el cansancio que sin un horizonte hacia el cual dirigirse, ningún vínculo humano prospera de verdad, por más empatía que haya.
Es así la ley de la vida: “no hay dos sin tres”. Dos que se vinculan desde la empatía, y el horizonte (el “tres”) que ofrece sentido y rumbo a ese sentir empático, necesario pero no suficiente para que las relaciones de amor prosperen de verdad.
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