Sophia - Despliega el Alma

POR Florencia Salort - Columnistas

5 julio, 2018

El miedo como camino de transformación

Muchas veces sentimos que hay algo que no nos deja avanzar. Y creemos que nunca lograremos soltarnos de esas cadenas, tan pesadas, que nos atan a una vida que nos queremos. Pero, ¿qué pasaría si supiéramos que la libertad está al alcance de nuestras manos?


Tengo miedo. No puedo.

Tengo miedo a la muerte, a la enfermedad, a subir a un avión, al cambio; tengo miedo a no encontrarme, a no reconocerme, a ser yo… Siento que estoy paralizada.

¿Te suena? ¿A vos te pasa?

Lo primero que tenemos que definir es qué es el miedo. El miedo es la emoción más ancestral que tenemos, la que nos vincula con nuestros antepasados, con otras especies, con la biología más primitiva de los seres vivos.

El miedo es una sensación subjetiva de que puede suceder algo real o simbólico en nosotros, perocibido como amenazante o peligroso. Es una emoción que, si se vuelve frecuente u obsesiva, la llamamos ansiedad, pánico, pavura, terrores, temor, etc.

Pero lo primero que tenemos que tener en claro es que gracias al miedo crecimos como especie. El miedo es lo que nos permite subsistir, lo que nos lleva a cuidarnos del peligro y a reaccionar para preservarnos. Se trata de una reacción automática determinada por una red de circuitos que se intercomunican entre estructuras cerebrales de nuestro sistema límbico, el tálamo, la amígdala, las regiones del hipotálamo, etc.,  que también al tomar conciencia llegan a nuestra corteza cerebral y nos producen cambios en el cuerpo, en la psiquis, en nuestras conductas y acciones…

Son sensaciones y emociones que nos refieren a situaciones aprendidas que resultan amenazantes para nosotros y para nuestra especie, incluso, desde antes de nacer. Imaginemos que, desde antes de la panza de mamá, ya existíamos como óvulos en los ovarios de nuestra madre, que a su vez era embrión en la panza de nuestra abuela… ¡a través de la epigenética somos aspiradoras de información! Cuando estamos en el vientre materno y se forman nuestro cerebro y nuestras redes neuronales, quedan grabados y aprendemos emociones y reacciones que le ocurren a nuestra mamá.

A medida que crecemos y se va formando el cerebro se crean suficientes receptores de «miedo» o cortisol, que es una de las hormonas que nos pone en alerta, y este mecanismo se despierta y se va replicando en nuestra memoria, trayéndolo al presente a través de situaciones percibidas por nuestros sentidos que se asemejan a las situaciones vividas allí o en nuestra niñez, la mayoría durante los primeros 10 años de vida.

Así, muchas situaciones nuevas que nos suceden en la vida,  al vincularnos con personas o animales o desafíos, nos hacen revivir inconscientemente situaciones que se parecen a hechos que ya ocurrieron y que catalogamos como «peligrosos” y nos ponen en un lugar donde el miedo se vuelve protagonista y, con él, toda nuestra energía y nuestra atención. La atención y la energía que son arrastradas por el miedo se pueden apoderar de nosotros en diferentes medidas y toman el control de nuestras decisiones, de nuestras metas y hasta de lo que nos permitimos soñar.

A su vez, cuando tenemos miedo, el cuerpo se dispone a la defensa, a la huida, a estar alerta. Tenemos que estar preparados: las pupilas se dilatan para ver mejor, la sangre  se distribuye en los miembros −piernas y brazos− para la huida y defensa, la sangre del cerebro se concentra más en el cerebelo para favorecer al equilibrio y la coordinación  y no tanto en el cerebro frontal donde nuestro cerebro pensante, creativo, no necesita estar óptimo para pensar ni ser inteligentes ni tener rapidez mental… ¡¡¡justo en ese instante!!!

Cuando sentimos miedo tenemos menos sangre en las vísceras y las células no tiene tanto oxígeno para crecer, para estar sanas. El sistema inmune baja a corto plazo y aparece la fragilidad. Si el miedo se vuelve cada vez más crónico y persistente, nos impregna en el estado de una neuroquímica de adrenalina, cortisol alto que inhibe las defensas y así nuestro sistema inmune se debilita. La típica situación de cuando te enfermás y todos dicen: «Debés estar muy estresada».

A su vez, el problema con el miedo es que si lo tomamos como un “cuco” que tenemos que afrontar en una lucha por ganarle, estamos, a mi criterio, perdiendo una gran oportunidad.

¿Por qué? Porque los miedos inician una nueva mirada, un momento transformador donde algo sucede y se abre una oportunidad al cambio, a nuevas vivencias; nos alertan de que hay un «ruido» que tenemos que explorar.

Sin embargo, nos enseñaron socialmente que cuando aparece el miedo lo primero que debemos hacer es tratar de pensar en otra cosa, creer que ya va a pasar, poner música, llamar a un amigo, buscar distractores. De ese modo nos evadimos, o simplemente nos paralizamos.

Por eso, hoy te propongo algunos pasos para transformar ese miedo en una oportunidad de cambio, de profundo autoconocimiento, de desafío, de superación, de auto empuje y motivación. ¿Vamos?

1) Identificá tus miedos

Sabé a qué tenés miedo; pero no lo hagas tan rápido. Detenete. Desmenuzá. Preguntate si es solo eso o hay otra cosa más. ¿Es el miedo guardaespaldas de otra emoción? ¿Qué te viene a decir? ¿Qué hay detrás de ese miedo? ¿Cuándo empezó? ¿En qué circunstancias ocurre? ¿Con quién? ¿Lo potencia una situación, una persona, alguna fecha o lugar? ¿Cuán consciente sos de eso? Fijate si te ocurre en situaciones especiales, por ejemplo.

2) ¿Qué perdés por tener ese miedo?

A veces, el miedo es el distractor de otra emoción y sentirlo extrae una energía que hace que uno no pueda concentrarse ni animarse a nada más. Es un gran compañero de la famosa “zona de confort”. Es un amigo que el inconsciente está acostumbrado a buscar ante la menor duda. El miedo es un fiel amigo del cerebro y del cuerpo. ¿Qué evitás con el miedo? ¿En qué te es funcional?

Hacé una lista de las cosas que te resta y de las que te favorece tener ese miedo. A estas últimas llamalas «beneficios secundarios».

3) Soltá el resultado a lo que tenés miedo, viví el presente

El desapego es la magia de la independencia emocional. El desapego permite libertad. Uno irremediablemente va a vivir cosas que no son agradables y va a tener pérdidas que no se podrán evitar, por emociones naturales, como una ruptura, por falta de amor en la pareja, por una muerte, por accidentes, etc.

Lo importante es no vivir pensando que un no va a poder vivir sin un otro, o temiendo que esa situación ocurra. Te cuento que del total de pensamientos que tenemos diarios el 70% son  negativos y a veces catastróficos y se va a cumplir menos del 1% de ellos. Uno es dueño y partícipe absoluto de su felicidad y de lo que le sucede.

Soltar los resultados significa sentir que lo que uno cree que es lo mejor para uno a veces no es tan así, pero eso recién lo sabemos después de que ocurre (cambiar de trabajo, de pareja, irnos de viaje, etc.).

El Universo y la energía son mucho más poderosos que nuestra mente y a menudo, si soltamos el control, nos llevan a situaciones que nunca imaginamos. Y de pronto, las cosas empiezan a suceder… (ahí es donde la palabra que «casualidad» se empieza repetir).

También ocurre con nuestros vínculos: a veces tenemos miedo a perderlos y generamos una dependencia total de apego, los vivimos con inseguridad, miedo, celo, o un extremo control que termina siendo insalubre para uno y para el otro, porque no prima la libertad. Además, se pierde la posibilidad de averiguar qué sucedería si no liberamos el lugar para que lo nuevo acontezca, por mantener algo que por ahí no va más y solo es una cuestión de costumbre, quietud… o vacío. Tampoco damos la posibilidad de que nueva gente, que sí quiere o elige acercarse a nosotros, lo haga.

Por eso, animate a que las cosas sucedan. Desapegate del resultado.

4) Todo está por venir, soltá el pasado

Identificá las creencias, los “no soy”, «no puedo”, “no debo”. Buscá el momento en que las aprendiste. Trabajalas, elaboralas, fijate si te quedan cómodas, si son lo que deseás, lo que elegís, si estás de acuerdo con ellas, si te hacen feliz…

Trabajá en identificarlas y concientizalas para procesarlas, repensarlas, resentirlas, sola o con ayuda profesional, para que puedas lograr dejarlas ir y desprenderte de ellas.

Nadie puede decirte qué podes, debés, tenés o  querés hacer con tu vida, ni en ninguna de sus circunstancias.  

5) Buscá tu identidad 

Nos enseñaron a que las cosas son más bien estáticas, que los cambios son difíciles, que la vida es dura, que hay que tener cuidado. Cuidado de sentir placer, disfrutar, decir que estamos bien o que gozamos con esto o aquello.

Permitite disfrutar de los logros. Hacé que los miedos sean un motor para reírte de vos misma con amorosidad. A tener una mirada compasiva sobre lo que te pasa. Abrazá esta opción, transitala, explorala y, sobre todo, disfrutala.

Solo sé lo que vos querés ser.

Acariciá a tu mente inconsciente y decile:

Yo entiendo que hace años que tenés este miedo. Pero ahora lo comprendés. Lo entendés, sabés para qué sirve y qué te impide hacer. Te estás ocupando de eso en el proceso de cambios, de descubrimientos; estás saliendo de tu zona de confort. Vas a pasar por momentos expectantes, de silencio, de diálogo con vos misma, y vas a volver a veces a caer en ese miedo, pero vas a salir airosa, renovada y más empoderada

Este es tu propio camino de autococoncimiento, un nacimiento de tu nuevo ser y de quien querés ser.

Por todo esto, acompañémosnos en la búsqueda de esta identidad del hoy y transformemos esos miedos en una oportunidad… Hagamos del miedo un motor para abrirnos a lo huevo, a lo no explorado.

Amigas queridas, avancemos en este cambio fascinante para encontrarnos una y mil veces, porque eso querrá decir que estamos vivas…

Por nosotras, ¡¡¡allá vamos!!!

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