
1 julio, 2021
Del dolor y la ternura hacia la habilidad para amar
El sufrimiento, propio y ajeno, puede provocarnos incertidumbre, desasosiego, indignación. El camino no será fácil, pero a la larga, el saldo será un corazón que habrá despertado y una sabiduría que nos hará más diestros para acompañarnos como integrantes de la familia humana.
Quiero hablar de tu dolor, del mío, del nuestro. Y también de tu ternura, de la mía, de la nuestra: la de la familia humana, que está empujada hacia un salto de conciencia como nunca antes en nuestra historia. Que está siendo desafiada para aprender a Amar.
Te pido que te quedes hasta el final de este escrito, porque sé que las palabras del principio pueden sentirse como cuando se masajea a un músculo sufriente. Pero es para que sufra cada vez menos, para que esté cada vez más fuerte, más poderoso.
Primero. Está tu dolor propio, sus procesos, y su saldo: el de aquellos amores que te desamaron. Aquellos que, a la hora de darte algo, solo te dieron la espalda. Aquellos arteros que ensartaron en tu pecho su inesperada flecha. Te sucedió, y quizás te sucederá. Aquellas pérdidas que destejieron tu identidad y te obligan a retejerte con lo que queda, y con hilos nuevos. Algunos venenos recorrerán tus aurículas sin hallar pronto antídoto: deberás dejar que se amalgame con tu sangre. No le temas: tu pulso se volverá más vigoroso en su incesante percusión.
«…habrá que convivir con dos huéspedes difíciles: el desasosiego y la incertidumbre. Siéntalos a tu mesa: escúchalos. A pesar de ser difíciles, tienen muchas enseñanzas que te dejarán en pago cuando se marchen».
Y, mientras tanto, habrá que convivir con dos huéspedes difíciles: el desasosiego y la incertidumbre. Siéntalos a tu mesa: escúchalos. A pesar de ser difíciles, tienen muchas enseñanzas que te dejarán en pago cuando se marchen; son solo pasajeros, aunque, eventualmente, su estadía dure más de lo que hubieras querido.
Segundo. Si permaneces en estado de apertura -que para eso vinimos-, a veces penetrará en tu corazón un dolor cuyo origen puede provenir de seres queridos, pero también de completos desconocidos: el dolor ajeno. Calará tus huesos el frío que otros tiemblen; clamará el hambre de otros en tu estómago desayunado; duelarás los muertos que no son tus cercanos, pero que, de algún otro modo, te pertenecen. El migrante desde su balsa te arropará en su carencia. Serás huérfano de padres que no te parieron y regalarás letras a ojos analfabetos. Te quemarán los bosques que sean quemados, y gemirás con los animales maltratados, extinguidos, apresados… La Tierra, abierta con un tajo grande como un meridiano, gritará a tus oídos su pedido de ayuda, hablándote con lavas, estertores, tsunamis…
«…a veces penetrará en tu corazón un dolor cuyo origen puede provenir de seres queridos, pero también de completos desconocidos: el dolor ajeno».
Tu corazón se volverá granate al sostener, como un recipiente, todas las desigualdades del mundo: la vasta consecuencia de innegables corrupciones. Y te indignarás. Y te indignarás: tu pecho se volverá una pancarta que reclame justicia por todos los rincones.
¿Y cuál será el saldo de tanto dolor, propio y ajeno?
El saldo será un corazón más que despierto: despertado. Porque nuestra familia Humana hace siglos que está con la conciencia aletargada, como en el antiguo cuento de la Bella Durmiente. La Bella es tu alma, tu Esencia. La mía. La nuestra. Por eso, nuestro corazón es despertado por el dolor propio y el ajeno, como cuando suena el gallo cantor de la madrugada.
Deja que tu corazón sea despertado, y luego mantenlo lúcido, para que despierte a otros.
El saldo será un par de ojos que miren y no acepten ninguna venda. El saldo estará hecho de un Amor cuyo manantial sea el espíritu: reparará, con tiempo y delicadeza, todo lo que se te haya dañado, dándote a la vez una desconocida fuerza para que ayudes a reparar a aquel que aún no puede: la palabra justa, el gesto gentil, el cántico vociferador para detener lo que arrasa, el abrazo franco, sin daga escondida.
«El saldo estará hecho de un Amor cuyo manantial sea el espíritu: reparará, con tiempo y delicadeza, todo lo que se te haya dañado, dándote a la vez una desconocida fuerza para que ayudes a reparar a aquel que aún no puede».
Y entonces…
Advertirás en ti y en muchos otros una sabiduría que no se aprende de los libros, sino a pecho expuesto, llorando lo propio y llorando lo ajeno, y a la vez volviéndonos hábiles para Amar: disponibles para la ternura, aptos para la risa fresca de cuando éramos niños. Diestros para confesarnos lo más desnudo de nuestro Ser, recibiendo del otro lo más vulnerable del suyo. Disponibles para mancomuncarnos, para saber estar solos o acompañados, para discernir a quién pedir ayuda y a quién dársela, de quiénes cuidarnos y a quiénes brindarnos sin escudo.
Volvernos hábiles para Amar es la Tarea que, nosotros, Familia Humana, tiene para aprender, definitivamente. ¿Por qué nos hemos generado tanto sufrimiento? Por no haber sabido, todavía, cómo Amar. Todo otro mal es consecuencia de esa ignorancia.
Ven aquí: te necesito Amando. Sosténme sobre tu pecho y déjame llorar lo mío, lo tuyo, lo nuestro. Ven, que te sostendré para que puedas llorar todo lo llorable. Mas, cuando sea oportuno, no olvides cerrar el grifo del sufrir: que esté en tus manos su indispensable válvula. No te agotes, pues falta mucho por hacer y es necesario que sigas entero. No te pases de la medida que puedas cargar.
No dejes que tu Ser esté en manos de otro. Si lo está, recupéralo: es tuyo. Eres Eso. Y, juntos, sepamos esto: que el dolor no es el único ingrediente para nuestra Obra.
Hazte maestro de la ternura -también para contigo mismo-: ahora, date aliento y toma el mío, el de todos: el nuestro.
Huméctate de Vida: genera la Belleza posible, la Alegría posible, aun en medio de lo desafiante. No te dejes solo: ¡somos millones! Y, aunque ahora está oscuro, ¡shhh! Haz silencio. Escucha: a lo lejos, ya comenzó a cantar el primer gallo de un nuevo Amanecer.
Fotos: Pexels
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