
22 enero, 2019
Cultivar la pareja: una tarea compleja y cotidiana
Como una rara y delicada flor, el amor crece gracias al cultivo consciente del respeto de nuestras diferencias. ¿Qué proyectamos? ¿Por qué debemos bajar las expectativas? La técnica es diferente en cada caso y supone la necesidad de ver al otro en todo su espesor...
Él: «¡Ya nunca te escucho decir ‘te amo’!«. Ella: «¡Es que les das más atención a tus amigos que a mí!«. Él: «¡Porque tu madre está siempre en casa!«. Ella:»¡Ni se te ocurra criticar a mi madre! Ella está porque me ve siempre sola«. Y así… más y más de lo mismo.
¿Les suena?
En verdad, ha de ser difícil escalar el Himalaya o graduarse como ingeniero nuclear… pero hay algo mucho más arduo: construir una pareja.
Porque la pareja no es una flor silvestre: es una rara orquídea de cultivo. Y para que esa orquídea no se seque, no se pudra, no muera apenas ha brotado, es indispensable que los partícipes trabajen cada uno sobre sí.
¿Trabajar qué?
Rasgos personales que no están pulidos, zonas de inmadurez, defensas emocionales que impiden un real contacto, valores… ¡y mucho más!
Cada paso en ese proceso es una oportunidad para que el vínculo nos permita conocernos a nosotros mismos y ayudarnos recíprocamente a que cada uno saque a la luz lo mejor de su más honda identidad.
«Cada paso en ese proceso es una oportunidad para que el vínculo nos permita conocernos a nosotros mismos y ayudarnos recíprocamente a que cada uno saque a la luz lo mejor de su más honda identidad».
Compañeros, aliados
Ése es el sentido de los anillos: buscan simbolizar la unión de pareja: una alianza. Como en la química, esta palabra implica la combinación de dos “sustancias” muy diferentes que, juntas, generan una tercera cosa de cualidad especial gracias al aporte de cada uno de sus ingredientes.
Nos aliamos para volvernos más fuertes juntos, y a la vez para que cada integrante de la relación sea más íntegro como individuo, apoyándose mutuamente para que así sea (tarea que lleva generalmente dos condiciones: tiempo y esmero).
Un aspecto que quisiera resaltar en el proceso de tomar a la pareja como camino, es trabajar sobre las recíprocas proyecciones: la psique humana tiende a volcar sus contenidos inconscientes en un otro. Si esto sucede sin que nos demos cuenta, dejamos de percibir a ese otro, deformándolo con lo que proyectamos sobre él. Y, como el otro hace lo mismo con nosotros, si esto no se observa, cada uno se estará relacionando… ¡con un extraño! Habremos reemplazado “percepción” por “proyección”.
¿Qué proyectamos?
¡Muchas cosas! Citemos algunas:
a) Rasgos difíciles que no aceptamos como propios, de manera que… ¡no los soportamos en el otro!
b) Rasgos positivos que no nos atrevemos a ejercer, y que delegamos en el otro, generando una exageración de sus dones, y con ello un amor dependiente.
c) Emociones que no tienen que ver con esa persona, sino con otras de nuestro pasado, de modo que el Inconsciente busca resolver en esta relación lo que quedó “sin digerir” de otras relaciones.
d) El Ánima y el Ánimus: modelos inconscientes −en parte innatos−, de cómo “tendría que ser” nuestra pareja (lo cual, por supuesto, implica expectativas que esperamos que el otro cumpla, y que el otro espera que nosotros podamos satisfacer).
Carl Jung llamó Ánima al arquetipo de mujer que todo hombre tiene dentro de sí, y Ánimus al varón interno de cada mujer. Veamos cómo funciona esto…
«Nos aliamos para volvernos más fuertes juntos, y a la vez para que cada integrante de la relación sea más íntegro como individuo, apoyándose mutuamente para que así sea».
Cuando el hombre se asume como varón, su parte femenina queda relegada al Inconsciente. En la mujer, su varón interno. Más luego, al ir madurando, la psique busca volverse completa. Así, el Inconsciente “pone fuera” esa parte relegada, de modo que nos resulte más visible y la recuperemos:
el varón proyectará su Ánima en una mujer, quien oficiará de portadora de esa proyección; la mujer proyectará su Ánimus en un hombre.
El trabajo será tomar conciencia de ello para recuperar esos rasgos propios, y ver quién es REALMENTE el otro. Una pareja externa, para prosperar, necesita que cada partícipe vaya tejiendo una buena relación con su pareja interna: el varón, encarnando conscientemente sus aspectos femeninos (sensibilidad, creatividad, afectuosidad…) y la mujer, su hombre interno (iniciativa, pensamiento propio, independencia…).
Es decir, casarse consigo mismo para no exigirle al otro que sea “nuestra mitad”. ¡Nadie es la mitad de nadie! Cada uno está entero, pues su otra mitad habita dentro.
Si todo este proceso se lleva a cabo con la preciosa paciencia que emana del sentir, puede que el enamoramiento inicial (que tiende a ser altamente proyectivo) se convierta en algo mucho más valioso: una rara flor de cultivo −menos común de lo que uno imaginaría−, que adviene cuando las principales proyecciones se desvanecen y uno ve al otro tal como es, y lo elige así.
Esa rara flor es el verdadero Amor (ya no “enamoramiento”), que nace del conocimiento recíproco. Su cultivo siempre vale la pena, ya sea que la pareja continúe toda la vida o no: tendremos ocasión de, gracias a ella, salir más maduros… y quizás más sabios. (Si alguien conoce “desde adentro” secretos del cultivo de esta flor… ¡lo escuchamos!).
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