Sophia - Despliega el Alma

POR Maritchu Seitún - Columnistas

3 febrero, 2020

Cuando los chicos le tienen miedo a la muerte

¿Cómo ayudarlos a transitar una de las etapas más trascendentes de la existencia? ¿De qué manera acompañarlos y cómo responder a sus complejas preguntas? Una guía para hacer del miedo a la muerte una excusa para aprender más sobre la vida.


 

Fotos: Jonas Mohamadi, Pexels.

Los chicos toman conciencia de que existe la muerte alrededor de los cuatro años. Al llegar a esa edad, por cuestiones madurativas y de integración de su cerebro, a veces incluso antes, descubren que los seres humanos son personas únicas e irrepetibles y a partir de allí se dan cuenta de que al morir uno desaparece, deja de estar en este mundo. Hasta ese momento, aunque conocieran la palabra , incluso si falleciera alguien cercano a ellos, no comprenderían cabalmente las implicancias del hecho de morir.

A esa edad empiezan sus interminables preguntas sobre el tema, aunque en realidad, tanto el proceso de entender y aceptar que todos los seres vivos vamos a morir algún día, como el miedo a la muerte, nos acompañan durante el resto de nuestra vida. Sin embargo, ese miedo puede, incluso, intensificarse en otros momentos vitales:

A los ocho o nueve años cuando los cambios en su capacidad intelectual les permiten entender el mundo de una forma más realista.

En la adolescencia, como parte de su crisis existencial e individuación.

A los adultos en la mitad de la vida, cuando hacemos balance de lo alcanzado y de lo limitado del tiempo que nos resta por vivir y cuando nos vamos acercando a la vejez, porque vemos que se aproxima ese momento tan temido.

Responder las preguntas difíciles

Como muchas veces los adultos no estamos cómodos con el tema, tendemos a esquivar las preguntas de los chicos o a no ser claros con nuestras respuestas. Y ellos, entonces, se dan cuenta de que sus preguntas nos molesta, no quedan conformes con lo que les decimos, sienten que hay “gato encerrado” y siguen dando vueltas sin poder soltar el tema ni tampoco entenderlo y menos aún procesarlo.

¿Por dónde suben al cielo? ¿Cómo no se caen? ¿Cómo comen? ¿No tienen frío? ¿No se aburren? ¿Cómo se encuentran allá arriba con otros seres queridos que murieron antes? ¿Por qué no bajan a visitarnos? ¿Podemos ir a verlos?

«Como muchas veces los adultos no estamos cómodos con el tema, tendemos a esquivar las preguntas de los chicos o a no ser claros con nuestras respuestas. Y ellos, entonces, se dan cuenta de que sus preguntas nos molesta, no quedan conformes con lo que les decimos, sienten que hay “gato encerrado” y siguen dando vueltas sin poder soltar el tema ni tampoco entenderlo y menos aún procesarlo».

Esas son sólo algunas de las muchas preguntas que nos hacen cuando intentamos calmarlos con la idea de que los seres queridos que fallecieron se fueron al cielo, nos ven y nos cuidan desde allá. Nuestras explicaciones de pronto los confunden: si el cielo es tan maravilloso ¡vayamos todos! Pero si no lo es… ¿por qué se van los que se mueren y nos dejan solos, tristes y extrañándolos?

Más difícil es todavía para los no creyentes responder las preguntas de los chicos, ya que resulta muy angustiante transmitirles −y sobre todo para ellos escuchar− que todo se acaba con el último aliento de la persona fallecida. Podemos entonces explicarles lo que significa la trascendencia: que al morir seguimos existiendo en nuestros hijos en el recuerdo, como tan dulcemente nos muestra la película Coco.

También permanecemos con ellos en todo lo que les enseñamos y compartimos y en las cosas que hicimos y quedan en y para el mundo.

Aprender a hablar sobre la muerte

¿Me puedo morir yo? ¿Y vos mamá? ¿Y papá? ¿Cuándo? ¡Yo no quiero! (ni morirme ni que se mueran mis seres queridos). A los chicos les surgen muchos temores que se relacionan con la sensación de desprotección que tendrían si se quedaran solos: algunos sienten miedo frente a la certeza de que ellos un día van a crecer y se las van a tener que arreglar sin papá y mamá (trabajar, autoabastecerse, resolver sus problemas, tener hijos y cuidarlos) y más adelante envejecer y morir. O no se animan a crecer porque no quieren que sus padres envejezcan y mueran y los dejen: sienten que no podrían arreglarse sin ellos, que no tienen los recursos para hacerlo.

Si vos te morís, ¿quién me da de comer, quién me besa, quién me abriga, quién me cuida, quién me enseña…?

No saben −y no es sencillo que entiendan− que probablemente cuando sus padres fallezcan ellos sean adultos y sí puedan hacerlo.

De la mando de este miedo aparece el temor a la pérdida o a la desaparición no sólo de personas, sino también de objetos: cuando consideramos la indefensión y falta de recursos de los chicos chiquitos, perder algo querido puede tomar la dimensión de tragedia porque ellos no tienen la posibilidad de buscarlo, de conseguir otro, ni de hacer el duelo que corresponde a esa pérdida.

Es notable ver cómo se angustian cuando se escurre el agua entre sus manos, o la arena, o el pis que sale de su vejiga… Representan, simbolizan, todo aquello que escapa a su control y se va “sin permiso”. Lo mismo ocurre con algún objeto preferido, tanto puede ser un chupete, un muñeco, un autito, una pelota, incluso una remera amada que ya no pueden ponerse porque les queda chica.

Cuando podemos comprender el enorme valor simbólico de esta angustia nos enojamos menos ante su tozudez porque no quieren dejar de ponerse un determinado traje de baño o no pueden dormirse sin “su” muñeco.

Son pequeños pasos hacia la plena dimensión y comprensión de pérdidas de todo tipo y tamaño.

«Es ardua y muy larga la tarea de entender y aceptar el escaso control que tenemos sobre nuestra vida y sus circunstancias… y sobre la muerte. De allí la importancia de que los adultos enfrentemos y procesemos nuestro miedo a morir, entendamos que la muerte es inseparable de la existencia y que solo podemos concebir la vida a partir del hecho de que un día vamos a morir».

Es ardua y muy larga la tarea de entender y aceptar el escaso control que tenemos sobre nuestra vida y sus circunstancias… y sobre la muerte. De allí la importancia de que los adultos enfrentemos y procesemos nuestro miedo a morir, entendamos que la muerte es inseparable de la existencia y que solo podemos concebir la vida a partir del hecho de que un día vamos a morir.

Transmitamos con tranquilidad a nuestros chicos la idea de la muerte como parte del ciclo de vida, que seguramente llegue cuando el ciclo se haya cumplido, cuando seamos viejitos, hayamos hecho la mayor parte o todo lo que queríamos hacer.

Y no esquivemos el tema, ya que puede ocurrir cerca nuestro una muerte intempestiva de alguien que no haya cumplido su ciclo de vida, ya sea por un accidente o por una enfermedad, y va a ser más fácil si podemos explicarlo como una excepción a conceptos que ya tienen claros, como algo raro, muy doloroso pero no habitual, agregando que nadie tuvo la culpa, que fue mala suerte y que no tiene por qué repetirse algo parecido cerca de ellos.

La alternativa de no conectar con el tema de la muerte lleva mucha energía vital (usada para reprimir y negar) y porque, por mucho que los cuidemos y les evitemos el tema, escapa a nuestro control la opción de que no se conecten con la realidad de la muerte. No es una tarea sencilla, pero es fundamental que nos ocupemos.

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