
5 octubre, 2015
Crecer despacio
¿Se puede lograr vivir juntos “para siempre”? ¿Cómo hacer para que las diferencias se conviertan en una oportunidad? El desafío está en delinear un camino que, aunque se llene de obstáculos, abra las puertas hacia un despertar de a dos...
El tiempo pasa, y nos vamos volviendo… desparejos. Al menos eso pasa en muchas parejas que con los años ven cambiar muchas cosas o cambian ellos mismos, pero no siempre en una sintonía que haga fácil el buen convivir.
Tras los años del primer envión, cuando se generan esfuerzos para llegar a fin de mes, acostumbrarse a la vida en común y criar a los chicos, los miembros de la pareja elevan un poco la cabeza para ver dónde están ubicados, y, en esas circunstancias, no es poco habitual que emerjan casi de repente vocaciones, intereses, inquietudes, ganas que estaban en el alma esperando para germinar cuando las circunstancias fueran propicias. Y ese emerger no siempre está en sintonía con el otro miembro de la pareja.
Por ejemplo: él elige sumergirse en el trabajo para escalar en la empresa, y ella empieza a ahondar en facetas espirituales o intelectuales que antes no le eran tan relevantes. O ella se entusiasma en gozar de alguna prosperidad económica focalizando afanes en viajes de compras, mientras él se da cuenta de que no todo en la vida es competir y ganar plata, y busca escapar a la rutina. Los ejemplos siguen: ella se da cuenta de la importancia del erotismo en consonancia con el afecto, mientras que él sigue en su rutina mecánica, creyendo que la vida en común está garantizada “porque sí”.
Las escenas que enumero se dan así entre personas que a veces se quieren mucho, y que, en ocasiones, tienen años compartidos. Sin embargo, también viven con desasosiego, un alejamiento casi invisible que tiene alta incidencia en su calidad de vida emocional. Así, de manera a veces dolorosa, se dan cuenta de que la identidad no es algo que se asemeja a una foto, sino un despliegue que palpita, vivo y con un buen grado de sorpresa, a lo largo del tiempo que eligieron transitar juntos.
Es que vivir juntos “para siempre” no es vivir en una eternidad quieta a la cual hay que ser leal, sino transitar un camino con todos los avatares que puedan aparecer. Lo principal será tener ganas de estar en sintonía. Y ser vivo como para no dormirse. Sin una conciencia de que las cosas del amor tienen vida y que las cosas vivas pueden morir, la tendencia será a no cuidar lo que se ama porque se lo considera automático y, desde allí, la modorra existencial generará los problemas del caso.
Agrego una palabra clave en todo esto: “curiosidad”. No dar al otro por descontado. Tampoco a uno mismo. Convivimos con algunos misterios y nunca terminamos de conocer al otro ni de conocernos a nosotros mismos. Vivimos, más bien, en una permanente aventura aun dentro de la rutina más rutinaria, e interesarnos por el otro puede darle una mayor vitalidad al vínculo y ahondar en la intimidad esencial. En ese sentido, la lealtad está con el amor, no con roles rígidos que se hayan tenido en las primeras etapas de la pareja. Esos roles sirven en su momento, pero pueden ser también una cajita dentro de la que termina faltando el aire.
Crecer desparejo es, entonces, una oportunidad. Genera temores, pero a la vez esa conciencia nos despierta, mientras que la idea falsa de que tenemos la vaca atada solo nos adormece y entontece, y allí vienen los dolores que, en el terreno del amor de pareja, se sienten hondo, sobre todo cuando lo que se creía eterno deja de serlo.
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