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Artes

21 marzo, 2019

Bordar: la sabiduría entre las manos

Apasionada y persistente, María Eugenia Díaz de Vivar, artista y comunicadora, transmite su pasión por el bordado como una forma de continuar con el legado familiar y de afianzar una comunidad de mujeres dispuestas a compartir la belleza del trabajo artesanal.




Por Agustina Rabaini. Fotos:@cumbrefilms.

Todos somos músicos, todos poetas y artistas, basta con que nos abramos, con que descubramos lo que ya existe”, escribió Henry Miller y sus palabras resuenan al pensar en María Eugenia Díaz de Vivar (44) y en su apertura a la creatividad y la belleza.

Se apaga el verano en Buenos Aires, el aire está denso y ella abre la charla trayendo luminosidad: al pasar menciona a una de sus alumnas de bordado y, casi sin darse cuenta, contagia pasión al animar a otras a encontrar su medio de expresión: “Para algunas será la pintura, para otras, la artesanía, la indumentaria o la escritura, y cuánto mejor si eso permite compartir y enseñar algo. Mi objetivo ahora es transmitir la técnica a otras mujeres que tengan la inquietud de aprender”, dice María Eugenia, quien lleva tiempo dando clases y prepara un nuevo workshop para el 27 de abril.

Izquierda: Camisa de su hija. Derecha: Uno de sus mandalas.

Un día empezó a hacer bordados, otro día se deslumbró con los vitrales catalanes de Gaudí, y esas dos formas de arte la llevaron a canalizar su búsqueda artística y ocupan cada vez más tiempo de su vida laboral.

Nacida en Buenos Aires, tiene dos hijas de 19 y 22 años, y lleva toda una vida compartida con su marido. Para llegar hasta aquí, transitó un camino que incluye seis años de residencia en Barcelona junto a su familia, que la llevó a aprender a conciliar vida familiar, laboral y artística.

El vidrio, otra gran pasión

«Con Pablo, mi marido, en 2000 nos fuimos a vivir a España por dos años y nos quedamos seis. Regresamos para poder estar cerca de la familia y al llegar fui a tomar un curso de vitrales donde pude ver unas diapositivas sobre vitrales de Cataluña que me hicieron entender algo más sobre esta pasión que me une al material: la transparencia, la fragilidad, la belleza. A partir de ese momento, me dediqué a formarme en las diferentes técnicas y con el tiempo abrí una publicación sobre la actualidad del arte en vidrio contemporáneo, Objetos con Vidrio, donde difundo todo lo que tiene que ver con el tema y desde la cual organizo clases y eventos. Además, trabajo en el área de comunicación para dos empresas que fabrican productos para vidrio y cerámica«.

A la hora de recordar momentos, rescata uno que revela la relación íntima entre el trabajo manual y las emociones, el costado terapéutico de su labor: tiempo atrás, a su madre le detectaron una maculopatía que la llevó a perder parte de su visión y luego le diagnosticaron un principio de Alzheimer.

En un momento mi mamá, Luba, empezó a acercarme sus tesoros; bordados que había hecho con sus propias manos y otros de mi abuela y mi bisabuela de Bielorusia. Sentí que, de algún modo, empezaba a despedirme de ella y me fui enterando que todas las mujeres de mi familia bordaban, que mi bisabuela Tecla hacía sus propias telas; que mi abuela Ana trajo, como un tesoro, un tapiz que había realizado su mamá. Una vez que tuve esas telas entre mis manos, también me pregunté: ‘¿cómo hago para recuperar algo de esto y que no se pierda?’”.

Entre los objetos heredados, había manteles, algunos rotos o manchados, y María Eugenia empezó a recortar partes bordadas para colocarlas sobre un bastidor y agregarles su impronta personal: arriba de la tela colocó piedras y canutillos; pequeñas maravillas que tenía guardadas de la época en que hacía bijouterie (N. de la R: cursó hasta terminar la carrera de joyería y se formó en el mundo del arte en vidrio).

Junto a Luba, su mamá, de quien heredó el amor por los bordados.

Así nacieron los tres primeros bordados que colgó en las paredes de su casa, como “un recordatorio diario de mi linaje femenino, de tanto valor”. Luego bordó sobre telas que recuperó de la ropa de sus hijas cuando eran chiquitas. “Tenían un significado especial para mí y me puse a trabajar sobre los estampados de flores, luego fui bordando sobre telas lisas recuperadas de viejas sábanas de algodón… Creo que ahí salió toda la creatividad y pude expresarme desde el alma”.

Arte para sanar

Ahora lo que más me interesa es transmitir la técnica del bordado a otras personas. Actualmente coordino un grupo de mujeres que atraviesan o pudieron superar un cáncer. Creo en el costado terapéutico de este arte y en poder apelar a este recurso para afrontar momentos de dificultad o espera. Bordando el tiempo transcurre de otra manera”, cuenta María Eugenia que, además de los bordados, realiza vitrales artísticos: “Estoy terminando uno grande junto a un amigo, de cuatro metros, inspirado en Gaudí, que viaja pronto a un restaurante de La Pampa”.



Y un día aparecieron las series de los mandalas…

“Empezar a hacer los bordados y recuperar las telas de mi mamá, abuela y bisabuela fue una forma de honrarlas y decirles gracias”.

–Sí, fue muy sanador empezar a bordar mandalas porque, al hacerlo, se da una repetición en las puntadas y en las formas. La naturaleza rítmica del bordar es relajante, toda una práctica de atención consciente, de meditación. Los mandalas son como mantras y es como si algo se ordenara a medida que avanzo con la aguja.

¿Y de dónde viene esta creatividad? ¿Cuál es tu primer recuerdo en relación al arte?

–Siempre estuve vinculada a lo creativo: asistí a mi primer taller a los cinco años y en las vacaciones me dedicaba a pintar, a leer e incluso bordar. Después quise estudiar Bellas Artes y pasé por la carrera durante un tiempo, hasta que nacieron mis hijas, porque fui mamá joven, a los 22 y 25 años. Con los hilos y las telas mi formación fue autodidacta, empecé a bordar cuando era chiquita con mi tía y con los años tomé solo una clase de bordado en pedrería para alta costura, con Yanina Luján. Ella dice que bordar es amar y así también lo creo yo.

¿Qué más te conmueve del bordado?

–Para mí es terapéutico y lo comprobé durante mi segundo embarazo. Con mi primera hija el parto derivó en una cesárea inesperada y me asusté bastante. Al poco tiempo quedé embarazada de mi hija menor y, a medida que se iba acercando el nacimiento, empecé a angustiarme. Compré un cañamazo (la tela de arpillera cuadriculada) con un diseño de osos para el cuarto, y en las noches que no podía dormir, bordaba. Cuando llegué al noveno mes, también había terminado el cuadro. Hoy me doy cuenta que además de expresarme y aquietarme, me gusta ver lo que sale al terminar, es lindo cuando sentís que te representa.

¿Dónde encontrás inspiración para los dibujos?

 “Cada una encontrará su elemento, su camino de expresión artística, su manera de llegar a esto que a las mujeres nos hace tanto bien”.   

–¡En todos lados! Me inspira la naturaleza, hay algo interno que asoma y que algunos llaman «el aura», toda esa energía que expresamos y que interviene en nuestras creaciones. Las últimas piezas que hice tienen mucho amarillo y verde, por ejemplo, y no podría decir muy bien por qué.   

¿Hay mujeres que te inspiren especialmente?

–Admiro a las mujeres que sacan adelante situaciones afectivas difíciles, que se quedan con sus hijos y llevan adelante su familia solas y a quienes, tras perder un hijo, canalizan el dolor a través del arte o el trabajo con los demás. Entre las artistas, me inspiran Silvia Levenson y Lucia Warck Meister, dos referentes por su historia personal y su trayectoria. También quiero mencionar a Gabriela Arias Uriburu, por su integridad y coraje. Finalmente, me inspiran mis hijas y mis sobrinas con su mentalidad abierta y sus ideas sobre la condición de la mujer. Gracias a ellas voy cambiando mi visión sobre ciertas cosas.

Para ver más sobre María Eugenia Díaz de Vivar: www.bordadosdelalma.com | www.objetosconvidrio.com  

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