Hace unos días estuve en un muy lindo encuentro de una ONG que reunía a muchas buenas personas de diversa condición social. En ese evento se proponía una actividad educativa tendiente, según lo que decían los carteles que describían el objetivo del encuentro, a “ayudar a la población de bajos recursos”; en particular, a los niños.
De inmediato, me di cuenta de que había algo que no expresaba bien lo que estaba pasando. De hecho, pensé que la población a la que se proponían ayudar era de “bajos recursos económicos” y no de “bajos recursos” a secas. Es que nadie puede ser descripto por tener sólo bajos recursos, sin dar cuenta de cuál es el tipo de recursos de que estamos hablando. “Lo que falta en algunas dimensiones abunda en otras”, reflexioné, mientras miraba jugar a decenas de chiquitos provenientes de diversas villas del conurbano, quienes llenaban con el recurso de la risa el amplio lugar en el que se estaban divirtiendo a lo loco.
Digo bien: “bajos recursos económicos” porque, por lo que vi, en esa comunidad villera abundaban otros recursos que, en lo personal, no sé si tengo. Así que, en un sentido, podría considerarme yo también un “hombre de bajos recursos”. Me refiero a recursos de resiliencia, de cohesión barrial, de generación de cultura, de coraje ante la adversidad y de ganas de vivir. Son recursos que –insisto– les permiten a esos señores, a esas señoras, a esos jóvenes y a esos niños vivir y no sucumbir a la dureza de las circunstancias. Se puede hablar de adicción al paco, de delincuencia, de abandono, abuso y hambre, pero es un gran error señalar esas circunstancias sin entender que se dan dolorosamente en comunidades en las cuales las personas generan, como pueden, recursos día a día con el fin de desplegarse en la vida de la mejor manera que creen posible.
Toda persona y toda comunidad tiene luz, tiene capacidades. ¿Qué es mejor: señalar siempre las capacidades que no tiene, describiendo a modo de autopsia las heridas, los dolores y desgracias, o regar la plantita de las capacidades que sí tiene, sus sueños, sus logros, sus ganas y su dignidad? Opto por lo segundo para sólo después hablar de las heridas y las dificultades, a veces gigantescas, que existen.
Para iluminar algo no se describe lo oscuro, sino que se pone más alta la lámpara para iluminar lo que existe, pero no se ve.
En esta línea de pensamiento se puede decir que es inútil y hasta pernicioso describir la realidad humana, sea personal o social, sólo desde lo que “falta” según un determinado ideal. Hacer eso es como poner enfrente de alguien un espejo que devuelva sólo la peor y no la mejor de las imágenes posibles, profundizando la autopercepción negativa sin ofrecer una luz que permita percibir y desarrollar las potencias que están allí, ocultas a la mirada.
Alguna vez escuché a un sacerdote decir que “nadie es tan pobre como para no tener nada que dar”. Esa frase se confirmó en el encuentro al que asistí. Allí vi una fiesta del compartir los recursos que cada uno tenía. Todos ponían en la mesa lo propio, ya que todos tenían algo: nadie estaba vacío.
Eso es lo que elegí ver y, por eso, me fui contento a mi casa, con la música de la risa de los chicos en mis oídos y una llamita de confianza en que, al fin de cuentas, la especie humana no es tan desastrosa como les gusta decir a los que viven de ver lo que falta y se pierden la abundancia de lo que existe.
ETIQUETAS recursos solidaridad
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