Sociedad
31 agosto, 2021
«Aunque no estaba en mis planes, volví a ser madre a los 42»
En plena pandemia, con dos hijas adolescentes y en duelo por la muerte de su padre, tener un bebé no era una opción. Pero el destino tenía otros planes para ella. Este es el relato de la fotógrafa Camila Miyazono sobre una experiencia donde la tristeza se entremezcla con la sorpresa y la emoción por la llegada de una nueva vida.

Camila, Rodrigo y Nina naciendo a una nueva vida juntos, en medio de la pandemia.
Por Camila Miyazono. Informe: Carmen Ochoa
El año pasado una pandemia amedrentó al mundo y, a pesar de la incertidumbre, la única opción fue adaptarnos a los diferentes cambios. Los míos, de hecho, fueron muy intensos. La muerte se llevó a uno de mis seres más queridos: mi papá. Mientras tanto, una energía, fuerza o –mejor dicho– una nueva vida se abría camino en mí, con la llegada de mi tercera hija.
Con dos adolescentes en casa, tener un bebé ya no estaba en mis planes. Así que la pregunta que me hizo la gastroenteróloga casi me hace reír: “¿Puede ser que estés embarazada?”. Los dolores que sentía en el estómago desde hacía unos días me llevaron hasta su consultorio y, para diagnosticar mis dolencias, además del examen físico también me hicieron una ecografía. Lejos de preguntar con discreción, el técnico me lanzó su diagnóstico como si fuera un baldazo de agua fría: “¡Estás re embarazada!”, dijo y me dejó en shock. Era imposible: hacía años que me cuidaba con un DIU para evitar un embarazo. No entendía nada, sentí miedo, sorpresa, desconcierto, emoción… y miles de preguntas invadieron mi mente. “¿Cómo se lo iba a decir a Rodrigo?”,“¿Qué van a pensar mis hijas?”, “¿Podré ser madre de un bebé a mis 42 años?”, “¿Qué pasó con el DIU?”.
Quedé embarazada de Nina en abril del 2020 sin haberlo planificado, porque no pensaba traer un nuevo hijo al mundo. “Se terminó, basta, no quiero ser madre otra vez, ya soy grande” fue siempre mi respuesta, si alguna vez se me cruzaba la idea por la cabeza. Sentía que con Lola, mi hija de 16 años, y Olivia de 12, ya había cumplido mis anhelos maternales. Y con Rodrigo, mi nueva pareja, tampoco hablábamos mucho del tema. Así que la planificación familiar se fue dando a través del DIU, hasta que un día falló.
Apenas me recuperé de la sorpresa le mandé un mensaje a mi ginecólogo. Tengo una amiga que fue su paciente y también quedó embarazada a pesar de tener un DIU. Pensé que la posibilidad era demasiado remota… ¡pero me pasó lo mismo a mí! Según el médico, había perdido el DIU tiempo atrás e incluso ya no aparecía en las últimas ecografías, pero nunca lo registré. Podría haberme quedado embarazada antes o después, así que lo acepté, como si fuera un designio, una fuerza del universo, espiritual o mística. Sentí que, por algún motivo, todo se había ordenado justamente en ese momento para que mi bebé llegara al mundo simplemente porque tenía que existir.

Izquierda: Los cinco juntos, con la beba todavía en la panza. Derecha: Nina y Camila en plena lactancia.
Días extraños
Mi embarazo transcurrió durante la pandemia, cuando salir a la calle era todo un riesgo y yo aún no lograba aceptar la muerte de mi padre, que había fallecido el 4 de abril del mismo año. Fueron tiempos grises, de enorme tristeza. No tenía trabajo debido al aislamiento y mis tareas sólo consistían en levantarme, limpiar y pensar qué iba a cocinar. Las nenas dejaron de asistir al colegio y comenzaron las clases por Zoom, acostumbrándose a la nueva modalidad… o así lo creía yo, a pesar de que a veces no se levantaban de la cama.
Nuestra vida era bastante desprolija, sin horarios fijos ni rutinas, mientras yo intentaba seguir con el duelo de mi papá. Incluso, para sobrellevarlo de la mejor manera, hasta podría haber imaginado que no podía verlo debido al aislamiento, mientras él seguía en su casa… Pero no, ya no estaba físicamente en este mundo. Así que lidiar con esas emociones, además de las típicas del embarazo, fue muy extraño. Incluso hoy no puedo aceptar la pérdida de mi padre y espero algún día lograr entender su partida –o al menos no entristecerme todo el tiempo– pero en ese momento no podía lidiar con su ausencia.
El miedo también se sumó a mi tsunami de emociones. Sentí que la situación familiar que atravesábamos era nueva y muy diferente a la que viví durante mis otros embarazos, incluso desde el lado económico. Antes no necesitaba trabajar, pero ahora sí. Me asustaba pensar en cómo lo íbamos a sobrellevar y hasta de qué forma se lo podría contar a mis hijas. Pero, por otro lado, también sentí que podíamos lograrlo, a pesar de que estábamos en plena cuarentena y con poco trabajo. Lo importante fue que nunca dudamos de seguir adelante juntos. Venía un bebé y lo aceptamos.
El momento de la verdad
Cuando decidí contárselo a mi pareja, Rodrigo –que es diez años menor que yo y no tenía hijos– no supe cómo hacerlo, así que simplemente opté por mandarle una foto de la ecografía. Pero él, escéptico, ni siquiera entendió de qué se trataba, y hasta el día de hoy me recrimina que no fue la mejor manera de anunciarle un momento tan importante. Es que yo estaba paralizada frente a la inmensa noticia: fui a una consulta porque me dolía la panza y volví a mi casa con un bebé. Así que no pude encontrar las palabras ni la situación ideal para contárselo, y resultó algo muy complejo para los dos.
Con mis hijas todo fue más planeado, no se los anunciamos de inmediato. Preferimos dejar pasar tres meses, por si había alguna complicación, pero al cuarto mes las reunimos y les dijimos: “Chicas, tenemos una noticia para darles”. Lola, la más grande, imaginó que adoptaríamos un gatito bebé pero, trayéndola a la realidad, Rodrigo le confirmó: “Un bebé sí, pero no gatito…”. Con un hiriente y furioso “¡¡¡Nooo!!!”, Lola salió corriendo. Frente a la actitud de su hermana, Olivia no supo si abrazarme o llorar, pero se amigó mucho más rápido con la idea, mientras que la mayor no volvió a tocar el tema casi hasta el final de mi embarazo. Una vez me confesó que sentía celos y yo me alegré porque logró expresar sus sentimientos. Así que, un poco en broma y otro poco en serio, todos los días le preguntaba: “¿Hoy estás celosa?” y la respuesta siempre era afirmativa, hasta que un día me dijo: “No, ya no siento celos sino alegría, porque Nina nacerá muy pronto”.

Camila Miyazono es fotógrafa y luego de dar a luz tuvo que conciliar su realidad maternal con el trabajo.
La convivencia
Con Rodrigo convivimos desde hace muchos años y, si bien no habíamos planificado tener un hijo, su llegada no cambió los sentimientos de nuestra relación. Además, siempre me puso muy feliz ver lo bien que se lleva con mis hijas. Lola se ríe mucho con él, juntos manejan otros códigos, y hay días en que se vincula mejor con Rodri que conmigo porque a mí muchas veces me confronta. A Oli le encanta cómo cocina y él la lleva y la trae al cole, ayudándome mucho cuando yo no puedo ocuparme. La buena conexión entre ellos me tranquiliza.
Si bien cada embarazo tuvo sus particularidades, el de Nina fue raro y muy diferente porque tuve que atravesarlo durante la cuarentena. Al inicio, Rodrigo no pudo presenciar las primeras ecografías ni escuchar el corazón de la bebé y no poder compartir esos momentos tan importantes me hizo sentir muy sola. Además, la pérdida de mi papá todavía me afectaba mucho porque siempre fuimos muy cercanos. Su muerte fue un shock, igual que la noticia de mi embarazo, y no lograba asimilar su ausencia sobre todo en un momento así. Mi papá era un abuelo hermoso y estaba presente en todo lo que podía. Amaba a mis hijas y que no pudiera conocer de una manera terrenal a su nueva nieta me dolía y creo que me va a doler toda la vida. Ansío poder «superar» ese dolor y lo pongo entre comillas porque no sé si una pérdida así se puede superar.
Todos estos sentimientos se sumaban al día a día, que a veces se complicaba con el aislamiento de la pandemia. Con edades diferentes y complicadas, mis hijas cambiaban constantemente de estados de ánimo. Muchas veces mirábamos una serie todos juntos en mi cama hasta la madrugada, pero a los pocos meses a Lola ya no le interesaba ni siquiera pasar un rato junto a nosotros. Las relaciones fueron mutando durante el encierro: estar juntos todo el día no fue fácil. A todos nos costó, tuvimos que adaptar nuestros modos de convivir y de relacionarnos para que cada uno encontrara su propio espacio. Así que la llegada de Nina también generó un movimiento bastante grande en la casa, pero estructural y para bien, porque las chicas cambiaron de habitaciones. De alguna manera, yo quería que todos estos cambios también tuvieran algo positivo para mis hijas mayores.

Lola (16) y Olivia (12) recibieron con mucho amor a Nina, su pequeña hermana.
Parir en pandemia
A pesar de haber tenido dos experiencias en el mismo hospital y hasta con el mismo obstetra, al momento de atravesar este nacimiento sentí que las cosas habían cambiado mucho, más aún por la pandemia. Todo era cuidado extremo… y soledad.
Llegué con contracciones a la madrugada, pero me dejaron sola en la sala de preparto y a Rodrigo nunca lo dejaron ingresar. Sola dilaté, rompí bolsa y sentí el aumento de las contracciones, cada vez más dolorosas, hasta que me llevaron a la sala de parto. Recién me sentí acompañada cuando mi obstetra llegó y entonces pude estar más tranquila. Es una pena que recordar esas vivencias me provoque sentimientos amargos, cuando debería haber sido un momento muy especial. Pero aunque este parto no fue la mejor experiencia, una vez que mi hija nació todo fue hermoso.
Hoy Nina ya es una beba de 7 meses y comparte la vida junto a sus hermanas adolescentes, un papá primerizo y una mamá de 42. Los juguetes esparcidos en el medio del living (a los que ya hace rato me había desacostumbrado) son parte de la decoración, revelando así la cálida presencia de un bebé en nuestro hogar. Ser madre de hijas con edades tan diferentes es complejo: las tres tienen necesidades muy variadas y eso, por momento, me supera. Es que, mientras la beba no puede dormir y quiere la teta, la mayor me pide que le llame un remís para irse a la casa de un amigo. Sin embargo, como ya tengo experiencia, lo vivo con plenitud: maternar es un proceso hermoso. Además, las circunstancias en que la vida y la muerte se rozaron y la forma en que la llegada de Nina se hizo lugar, no me parece casualidad sino, por el contrario, destino.

Rodrigo, pareja de Camila y papá primerizo de la nueva integrante de la familia.
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