Cómo evitar que nos lastimen
Son personas que parecen muy normales, pero tienen trastornos de personalidad y destruyen a sus parejas. Según el escritor y terapeuta Walter Riso, “existen ocho estilos emocionales de los que es mejor no enamorarse”. Por Isabel Martínez de Campos.
Las personas con trastornos de personalidad se enamoran, se casan y tienen hijos. Están a la vuelta de la esquina y parecen muy normales. Se mueven en nuestra cultura, tienen puestos importantes y algunos hasta son admirados. Pero son personas con estilos patológicos, advierte Walter Riso, psicólogo clínico experto en relaciones amorosas: “Nadie lleva un cartel en la frente que lo indica. Quien se enreda con ellos se arriesga, sin darse cuenta, a las consecuencias”. En cuestiones de amor, hay relaciones contraindicadas. Mucha gente se zambulle, sin saberlo, en parejas que van a darles dolores de cabeza. Se trata de los amores tóxicos, estilos afectivos relacionados con determinados tipos de personalidad, que generan en el otro mucho sufrimiento y alteraciones psicológicas. Y no son una rareza, sino que representan entre el 20 y el 30% de la sociedad.
Walter Riso estudió a conciencia estos estilos y llegó a la conclusión de que, para nuestro bienestar, más vale darse cuenta a tiempo de cuán peligrosos pueden ser. Él cree que es necesario hacer campañas de salud pública para tomar conciencia y evitarlos. Además, acaba de publicar el libro Amores peligrosos, que busca llamar la atención sobre este tema. “Los amores tóxicos están haciendo mucho mal –dice–. Amar no es sufrir. Parto de la simple premisa de que todos tenemos derecho a ser felices”. Y la solución no radica en el hecho de que quien tiene un estilo patológico cambie, porque no siempre es posible, sino en que sus víctimas superen los déficits que las llevan a relacionarse con ellos.
–¿Cómo surgió la idea de este libro?
–A través de dos fuentes. La primera, la académica. Cuando en la universidad empezamos a investigar los desórdenes de la personalidad, decidimos preguntarnos cómo amaban estas personas disfuncionales. La segunda fuente es la experiencia clínica. En general, los que llegan a las sesiones son las víctimas de estos estilos afectivos. Sólo cuando hacés la confrontación, y llegan sus parejas a la terapia, se va descubriendo un modo de amar absolutamente tóxico. Lo increíble es que las personas que tienen estos estilos afectivos son socialmente aceptados y producen mucho daño.
–¿Ya se había estudiado esto desde la clínica?
–Por lo general, los libros hablan de cómo arreglar las relaciones de pareja, pero muy pocos presentan la idea de que hay algunos estilos que pueden considerarse un problema de salud pública. Estos estilos generan sufrimiento. Es un tema novedoso, enfocado desde la terapia cognitiva, que es la que más ha trabajado el tema de los desórdenes de personalidad y su manera de vincularse en pareja.
–¿Qué es un estilo afectivo?
–Es una manera de procesar la información afectiva: sentirla, evaluarla e incorporarla a la vida de relación. Si el modo de procesar la información es distorsionado y está guiado por esquemas negativos, ese estilo será dañino para su salud mental y emocional. Y para la de su pareja.
–¿Las mujeres tienden a relacionarse más con unos estilos que con otros?
–Investigaciones recientes muestran que, una vez más, los varones llevan la delantera en cuestiones de insalubridad. Ellos suelen ser mayoría dentro de los estilos antisocial, narcisista, paranoide y obsesivo. Los amores caóticos y subversivos (agresivo y pasivo) son más comunes en las mujeres, y hay igual cantidad de varones y mujeres en el estilo histérico. Las estadísticas muestran que las mujeres son más dependientes que los varones en lo afectivo. Y ellos lo son desde el punto de vista sexual. Las mujeres tienden a acercarse más al amor, lo establecen más como un valor; pero muchas veces entablan relaciones afectivas a cualquier costo. Por eso es que en algunos casos se enganchan con ciertos estilos patológicos.
–Usted dice que en las relaciones tóxicas se busca un estilo afectivo para compensar un déficit propio. ¿Qué significa eso?
–Una persona tiene un déficit y busca un estilo que pueda compensarlo. Por ejemplo, muchas mujeres se enganchan con hombres obsesivos, porque sólo ven la parte buena (la que se compromete, la que es moralista) y piensan que es un buen partido. Desgraciadamente, después de un tiempo, se dan cuenta de que es una pesadilla, porque ahora son ellas las que están bajo la observación y la crítica permanente del otro. Es probable que quien se relacione con el estilo obsesivo tenga una falta de autoestima positiva y una necesidad de que alguien lo encauce por la buena senda.
–¿Por qué elegimos a tantas personas peligrosas?
–Se han hecho muy pocas campañas para prevenir este problema. Cuando uno se engancha en una relación, tiene que fijarse si la persona es conveniente, si no va en contra de sus proyectos fundamentales, de sus principios, de sus valores. Pero como tenemos sobreestimado al amor y pensamos que todo lo puede, nos enganchamos en este tipo de relaciones. Un factor es la desinformación, y el otro es que cuando tenés un déficit psicológico, la tendencia natural es buscar siempre una persona que lo compense. Una persona que tiene inseguridad social necesita refugiarse en el estatus de la pareja. Y el narcisista es un caldo de cultivo para que caiga ahí. Si necesito dar afectivamente y soy un dador compulsivo, el narcisista o el estilo subversivo serán muy atractivos. Por eso, el tratamiento no apunta a que el otro cambie de estilo, sino a que las víctimas cambien su déficit para que ya no se enganchen con ellos.
–¿Qué hay que hacer cuando se está frente a uno de estos estilos?
–Hay casos en que hay que salir corriendo, hacer todo lo contrario a lo que el corazón manda. Por ejemplo, en el caso del estilo antisocial pendenciero, que es el amor violento: desprecia, manipula, puede hacer daño físico. Se trata de un depredador afectivo y hay que escapar. No se puede negociar. Se corre peligro. También, con el estilo esquizoide, porque funciona con la indiferencia. Para él, el otro no existe. Son analfabetos emocionales. Son como agujeros negros. Te atraen, te metés ahí y desaparecés como persona. Con estos tampoco se negocia. Con una persona narcisista también resulta complicado, salvo que se trate de un narcisismo leve. Todo el resto tiene posibilidad de arreglo.
–¿Qué es lo que nadie puede negociar en una relación?
–Hay tres puntos básicos: no se puede estar con alguien que no te quiere bien, que no te expresa afecto; tampoco, con alguien que te exige que dejes tus proyectos vitales. Y, por último, uno nunca debe negociar su dignidad personal, nuestros derechos humanos. Cualquier vínculo donde nuestros valores esenciales se vean amenazados está contraindicado para nuestra felicidad. Mucha gente te dice: “Yo lo amo, quiero estar con él”, pero sería bueno que se dieran cuenta de que mucho más fuerte es el padecimiento y que hay que retirarse.
–¿Cómo hacemos para estar alerta y no perder espontaneidad?
–En primer lugar, uno no se enamora en la primera salida. Va conociendo al otro. Mi propuesta no es dejar de ser espontáneo, sino ser consciente, mirar y decidir. Las personas con estos estilos emocionales tienen puestos importantes, algunos son admirados, les cuelgan medallas , pero son estilos patológicos. La gente que ha salido de una relación, ya sabe lo que no quiere. Es la “sabiduría del no” del separado. Ellos no perdieron la espontaneidad, pero sí adquirieron sabiduría. Mi propuesta es ésa: volvernos más sabios afectivamente.
Estilos afectivos
- Estilo histriónico-teatral. El amor hostigador. Quiere ser siempre el centro de atención, es excesivamente emotivo, muestra comportamientos seductores, cuida exageradamente su aspecto físico, tiene actitudes demasiado dramáticas y es muy intenso en sus relaciones personales. Al principio se enamora frenéticamente pero, como en caída libre, suele terminar sus relaciones de manera dramática y tormentosa. El amor histérico es agotador, porque exige atención y aprobación las 24 horas. La inaceptable propuesta afectiva de estas personas parte de tres actitudes destructivas: “Tu vida debe girar a mi alrededor”; “el amor es puro sentimiento” y “tu amor no me llena” (insatisfacción afectiva). Quien se engancha con un histriónico-teatral se centra en tres esquemas: “Necesito una pareja light, que no me complique la vida”; “necesito alguien más extrovertido que yo” y “necesito que me valoren”.
- Estilo paranoico-vigilante. El amor desconfiado. “Si tenés la mala suerte de estar con una pareja paranoide, serás culpable hasta que demuestres lo contrario”, dice Walter Riso. La premisa del paranoico es deshumanizante: “La gente es mala y, si bajás la guardia, te lastimará”. Ser recelosos y contraatacar es su mejor forma de sobrevivir en un mundo percibido como hostil. El amor desconfiado pone al otro bajo sospecha y lo obliga a presentar explicaciones que demuestren su fidelidad y lealtad. La inaceptable propuesta del amor desconfiado gira alrededor de tres esquemas destructivos: “Si te doy amor, te aprovecharás de mí”; “si no estoy vigilante, me engañarás” y “el pasado te condena”. Los que suelen tener vínculos con paranoicos piensan: “Necesito una persona que justifique y acompañe mi aislamiento” y “necesito que estés celoso y sufras por mí, para sentir que tu amor es verdadero”.
- Estilo narcisista/egocéntrico. El amor egoísta. “Ser la pareja de un narcisista es convertirse en un satélite afectivo. El ego ocupa la posición central, ciega. Y si te acercás demasiado, te pulveriza”, explica Riso. Las personas narcisistas se consideran especiales, únicas y grandiosas. Y perciben a los demás como inferiores. Las propuesta amorosa del narcisista gira alrededor de: “Mis necesidades son más importantes que las tuyas”; “qué suerte tenés de que yo sea tu pareja” y “si me criticás, no me amás”. Existen al menos tres esquemas que aumentan la probabilidad de estar con ellos: “Necesito una relación que me dé estatus”; “necesito a alguien con quien identificarme” y “necesito dar amor desesperadamente”.
- Estilo pasivo/agresivo. El amor subversivo. Es como tener un movimiento de resistencia civil en casa: sabotaje, insurrección (no armada, sino amada), lentitud desesperante, incumplimiento de los compromisos e indolencia. Todo junto e imprevisible. Amor ambivalente, desconcertante y conflictivo. Amor a media máquina. Ni tan cerca, ni tan lejos. Su propuesta afectiva es: “Tu proximidad afectiva me aprisiona, tu lejanía me genera inseguridad”; “debo oponerme a tu amor, pero sin perderte” (sabotaje afectivo) y “aunque nos amemos, todo irá de mal en peor” (pesimismo). Los que se enganchan con este estilo parten de estos tres esquemas. “Necesito que me necesiten” y “necesito que me dejen libre para hacer lo que quiera”.
- Estilo esquizoide/ermitaño. El amor indiferente. Aislarse afectivamente de la pareja es una forma silenciosa de agresión. Es la otra faceta del antiamor, tanto o más destructivo que el amor violento. La indiferencia del esquizoide es mortal, porque es la ausencia emocional sin más razón que la ausencia misma. No hay seducción, expresiones cariñosas o acompañamiento; sólo un vacío afectivo y la necesidad de una independencia tan radical como impracticable. Son ermitaños o analfabetos afectivos. Nadie le llega a fondo, nadie cruza la férrea territorialidad en la cual están enclaustrados. Sus esquemas emocionales son: “Mi autonomía no es negociable” (culto a la libertad); “no comprendo tus sentimientos y emociones” (analfabetismo emocional) y “puedo vivir sin tu amor” (autosuficiencia afectiva). Las personas que se enganchan con ellos parten de estos déficits: “Necesito a alguien que respete mis espacios” y “quiero que la conquista sea un reto”.
- Estilo antisocial/pendenciero. El amor violento. Están íntimamente ligados a una maldad que limita cualquier aproximación afectiva. Son incapaces de reconocer los derechos de los demás, tienden a violar las normas sociales, son impulsivos, irresponsables y, con frecuencia, presentan comportamientos fraudulentos e ilegales. Por sobre todo, cosifican a los demás. Pero lo que de verdad sorprende es que se casen y tengan hijos. Sus esquemas son los siguientes: “No me interesan tu dolor ni tu alegría”; “te lo tenés merecido, ¿quién te manda ser tan débil?” y “no tengo ninguna obligación con vos”. Los que se enganchan con ellos piensan: “Necesito una pareja que me defienda”; “necesito a alguien valiente a quien admirar” y “necesito alguien que me haga sentir emociones fuertes”.
- Estilo obsesivo/compulsivo. El amor perfeccionista. Son controladores y consideran a su pareja ineficiente. Resultan un buen partido para muchos, porque son responsables, pero suelen tener problemas sexuales y para expresar emociones. Es el que antes de hacer el amor pregunta: “¿Cerraste las ventanas? ¿Y la puerta? ¿Te bañaste y lavaste los dientes? Nada lo satisface, porque siempre hay algo que podrías haber hecho mejor. La carga del perfeccionismo hace que la pareja se vuelva cada vez más amargada, solemne y formal. La propuesta afectiva del obsesivo se basa en tres esquemas castigadores y limitantes: “Te equivocás demasiado”; “ahora yo tomaré las riendas” y “debo mantener mis emociones bajo control”. ¿Quiénes se enganchan con este estilo emocional? Los que necesitan a alguien eficiente a su lado, que los encauce por la buena senda, y los que buscan una pareja muy responsable y confiable.
- Estilo limítrofe/inestable. El amor caótico. Son impulsivos, emocionalmente inestables, caprichosos, inseguros, autodestructivos y con tendencia a crear adicciones, entre otras conductas disfuncionales. Su temperamento será imprevisible y explosivo. Se está siempre al límite y cualquier intención de mejorar la relación será para empeorarla. En este amor caótico están presentes los siguientes esquemas enfermizos:“No sé quién soy, ni qué quiero”; “no puedo vivir con vos, ni sin vos” y “te amo y te odio”. Quienes se enganchan con el estilo limítrofe son los adictos a emociones fuertes.
“De estas relaciones hay que salir, y es posible hacerlo”
“Las relaciones tóxicas generan vínculos que se sienten como indispensables, pero que hacen daño. Hay una sensación de baja autoestima, de depresión encubierta, y la pareja cumple una función de ‘chupete’, que calma las ansiedades”, explica la licenciada Eva Rotenberg, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. “La adicción a un vínculo destruye, como todas las adicciones. Pero, también como todas las adicciones, puede tratarse y superarse”. De estas relaciones hay que salir, y es posible hacerlo. Se sale apoyándose en la gente que nos quiere y en la espiritualidad. “Es necesario tener un sostén emocional mientras dure el período de ‘encantamiento’. Incluso también después, porque es probable que el ‘embrujo narcisista’ del otro haga que vuelva para intentar reforzar la dependencia”, explica Rotenberg. “La persona con trastornos de personalidad busca llevar al otro a la desvalorizacion, para sentirse más valorada”, agrega, y concluye: “La frustración los impulsa a golpearlos mental y verbalmente. Y a veces incluso llegan a la violencia física. También los lleva a involucrarlos en juegos molestos, palabras crueles y malos comportamientos”.
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