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Sociedad

6 febrero, 2023

#ACTUAR: cómo cruzar la grieta puede transformar vidas

A través de una iniciativa que tiene como propósito la promoción del trabajo formal y el desarrollo de la economía popular para combatir la pobreza en la Argentina, los empresarios de nuestro país ya están actuando para impulsar una verdadera transformación.


Por María Eugenia Sidoti

Cuando en medio de la pandemia floreció la gran gesta solidaria Seamos Uno, que repartió más de un millón de cajas de comida en los barrios vulnerables del conurbano bonaerense, la Argentina se encontraba dividida una vez más. Pero un sacerdote jesuita y un empresario comprendieron que la necesidad era urgente y había que ponerse en acción. Así fue que, sin importar credos ni banderas políticas, juntaron voluntades de diversos ámbitos (funcionarios, entidades religiosas, empresarios) para unirlas con una misión común: tender una mano a aquellos que estaban sufriendo la peor parte del confinamiento. El resultado, claro, fue conmovedor, como ocurre siempre que las mezquindades son puestas a un lado y el ser humano queda ubicado, por fin, en el centro. 

Esa fue la semilla que más tarde echaría raíces para convertirse en ACTUAR (Aprender, Conectar y Trabajar Unidos por Argentina), el programa de IDEA que hoy conecta a voluntarios que forman parte de distintas empresas, con personas que habitan las zonas más pobres de nuestro país, para ayudarlas a descubrir sus habilidades y recursos con el fin de potenciarlos y ponerlos en valor. 

El proyecto Seamos Uno fue liderado por el sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga y el empresario Gastón Remy, expresidente de IDEA.

ACTUAR (Aprender, Conectar y Trabajar Unidos por Argentina) es un proyecto que tiene como propósito la promoción del trabajo formal y el desarrollo de la economía popular, y que está destinado a fortalecer a personas socioeconómicamente vulnerables de Argentina. Para ello, conecta destacados profesionales del ámbito corporativo del país con jóvenes y emprendedores de barrios vulnerables con el fin de generar espacios de capacitación e intercambio de conocimientos y experiencias asociadas al mundo del trabajo y los negocios. El proyecto es impulsado por IDEA y llevado adelante gracias a la articulación con el sector privado, el sector público y otros actores sociales como organizaciones políticas, movimientos sociales, cooperativas y ONGs.

La mayoría de estos mentores voluntarios tiene una amplia trayectoria en el mundo corporativo. Son personas que toman decisiones, manejan grupos y saben lidiar con escenarios complejos. Pero que, a pesar de sus logros y recorridos profesionales, nunca habían caminado por los estrechos pasillos de una villa. Por eso, lo más importante del proyecto es fomentar ese abrazo entre realidades muy distintas, para impulsar una transformación colectiva real y darle un nuevo sentido a la vida propia y ajena.  

La dinámica consiste en acercarse a los barrios para compartir saberes con quienes no tuvieron la posibilidad de completar sus estudios, de llegar a la universidad, de hacer una carrera. Los voluntarios cuentan con algo muy valioso para dar: su tiempo, su escucha y aquellos conocimientos específicos (marketing, comercialización, finanzas, etc.), que pueden impulsar ideas y emprendimientos para cambiar situaciones sociales muy complejas. Según el último informe del Observatorio de Deuda Social de la UCA, el 43,1% de los argentinos es pobre y esta es la tercera generación que se enfrenta a esa condición. Por eso, para quienes coordinan la iniciativa, es tan importante trabajar en educar e inculcar valores para revertir esa situación. 

María Eugenia Tibessio, Presidenta de DuPont Argentina y directora de IDEA, impulsora del proyecto.

La empresaria María Eugenia Tibessio, madre de dos hijos adolescentes, Presidenta de DuPont Argentina y directora de IDEA, es una de las voluntarias que integran el programa ACTUAR.  “Al principio no sabía si iba a poder. Eran mucho más las ganas, que el saber hacerlo”, señala. Pero cuando se conectó con Pamela, una emprendedora de la Villa 20, todo se dio naturalmente. “Es una mujer muy creativa a la que a veces le faltaba materia prima o mejores formas de vender. Desde que nos conocimos, mi función es escucharla y compartir con ella ideas de negocio para motivar las suyas. Y sobre todo felicitarla por todo lo que hace, porque potenciar la autoestima es fundamental”. 

ACTUAR busca profesionales de empresas que puedan mentorear a líderes de emprendimientos sociales para ayudarlos/as a desarrollar sus negocios, compartiendo los conocimientos y las herramientas que han adquirido a lo largo de su trayectoria. El programa de capacitación dura un mes y el de mentoreo cinco.

En esta tarea que no es remunerada y para la que entrega parte de su tiempo personal y profesional, el objetivo más importante, dice, tiene que ver con capacitar y ayudar a los emprendedores populares y sociales para que sus proyectos se conviertan en un sustento verdadero. “Se trata de dar una mano al otro y dejar una huella. El programa tiene un contenido social fuerte, con la idea de acercar al empresariado de a poco a la comunidad, para tender puentes y llegar a donde más lo necesitan”. 

En la Argentina el 43,1% de las personas es pobre y esta es la tercera generación en esa condición.

Para ella, lo más rico de la experiencia es encontrarse con gente que tiene muchas ganas de salir adelante. “Crecés, porque se trata de desmitificar algunos comportamientos y prejuicios. El otro soy yo y en esa otra realidad, completamente diferente a la mía, aparecen las mismas dudas, los mismos problemas, las mismas esperanzas y unas ganas enormes de salir adelante. Lo que necesitan es un empujoncito, sacarse la vergüenza, para animarse. Y en eso yo puedo aportar, dar contención, decir ‘yo creo que es por acá’”. 

La empresaria asegura que la tarea más importante que desarrolla a través de ACTUAR es ayudar a otros a creer. “Hacerles saber que hay otras opciones y que, cuando se caen, se tienen que volver a levantar porque si un negocio no sale, otro sí va a salir. Eso es lo que a mí también me pasa en mi empresa”. ¿La clave? “Desestigmatizar, acercar, abrirse. Mostrarnos como de verdad somos y poner los pies en la tierra”, comparte.

Pamela Miranda está al frente de Las imaginarias, un empredimiento que crece en el barrio 20 de CABA.

Los requisitos para recibir mentoreo son: llevar más de un año de trabajo, ubicarse en contextos vulnerables y o impulsados por personas de contextos vulnerables, priorizando emprendimientos con mayor número de trabajadores/as implicados y emprendimientos impulsados por mujeres.
53 emprendimientos acompañados
62% liderados por mujeres
108 mentores involucrados
+270 trabajadores alcanzados

Los mentores son convocados y seleccionados a través de las redes de Profesionales de IDEA y Socios de ACDE.

Trabajar en la paciencia, en la perseverancia, en entender al otro, es parte del ida y vuelta que se teje en esos encuentros. “Son emprendedores que, al no tener una estructura muy concreta, si una semana no tuvieron buenas ventas tienen que salir a dedicarse a otra cosa para sustentarse”, señala María Eugenia y asegura que la clave es dejarlos tomar sus propias decisiones, no imponerles ideas desde afuera. “Es un trabajo desde el corazón”. 

Para lograrlo, trabajan de forma integrada con los movimientos sociales. “Siempre se piensa que la relación es tensa y, si bien es cierto que tiene sus particularidades, hay personas que quieren tener una fuente de sustento que no sea la ayuda del gobierno. En los movimientos hay gente que entiende que el trabajo vale y que el camino es por ahí, porque también pueden generar trabajo para otros. De ellos he aprendido que piensan en uno, pero también piensan en el resto y que, cuando ayudás a generar trabajo, el ingreso se puede compartir con otros”. 

Para María Eugenia y para los demás voluntarios, la mayor satisfacción es acompañar el proceso de transformar círculos viciosos en virtuosos, logrando que el trabajo, la educación y la solidaridad se pongan en marcha en entornos muy desafiantes. Para eso, resultan fundamentales el encuentro, la charla, la puesta en común. “En ese uno a uno que tenemos para hablar sobre cómo se siente la persona y cómo está su familia, hacemos hincapié en la importancia de que sus hijos vean que trabajan, que se esfuerzan, que logran su recompensa haciendo algo bueno”. 

Un momento que recuerda especialmente, fue el video que le mandó una emprendedora donde toda su familia se había puesto manos a la obra para ayudarla a entregar un pedido a tiempo. “Cuando impulsás a una persona, también le das impulso a sus hijos y ese movimiento termina llegando a toda la comunidad”. 

Mirna Arias, otra de las emprendedoras que participan desde el barrio 1-11-14.

Como ocurrió con la experiencia Seamos Uno, los valores espirituales son fundamentales para la acción, a través del impulso de ACDE. “Eso hace que se desarrolle otro tipo de sensibilidad. No relacionada solo con lo emocional, sino más bien con la capacidad de entender qué es lo que el otro necesita, de verlo, y trabajar desde ahí”. Eso es, sin duda, lo que hace que ACTUAR sea un modelo disruptivo, un step change para impulsar una transformación verdadera. “Muchos empresarios podrían firmar un cheque y solo donar un monto de dinero, o tal vez no permitir que su gente brinde tiempo para estos programas. Sin embargo ocurre lo contrario, hay un deseo profundo no solo de ayudar, sino de comprometerse en serio”. 

Según cuenta, estar dentro del tejido social que se ha dañado permite, no solo tomar perspectiva, sino saber cómo piensan, qué precisan y cómo es el día a día en las zonas vulnerables. “El Estado está presente, pero no es suficiente, no hay un trabajo estructural. Este programa no suple nada, es cierto, pero el gran aporte que puede dejar es que, adonde llegue, logrará transformar una realidad y luego irá multiplicándose”. Por eso es tan importante el rol que ocupan las mujeres, tanto como mentoras voluntarias como al frente de cada emprendimiento social. “Esa característica maternal y protectora que nos da el género permite una gran amplitud emocional y entonces aparece la capacidad técnica, pero también la afectiva, la madurez para enfrentar desafíos. Hay muchas mujeres con pocos recursos pero con unas ganas gigantes de esforzarse para que sus hijos estudien o salgan de la calle. Frente a condiciones muy difíciles, ellas florecen de la mano de una gran resiliencia”.  

¿Qué es lo que ayuda a María Eugenia Tibessio a creer que el cambio es posible? “Darme cuenta que todos somos iguales, que de verdad somos uno. Que tenemos que animarnos y salir de nuestro cascarón para ver que hay gente que nos necesita. Que uno puede dejar una huella, como también otros la dejaron en nosotros. Si tuvimos la posibilidad de tener mentores, de capacitarnos, ¿cómo no ayudar a otros a crecer? Muchos empresarios exitosos tienen historias de superación en las que alguien apareció en el momento justo para impulsarlos, y esa puede ser nuestra historia. Por eso los empresarios tenemos que abrir nuestro corazón, porque hay mucho para dar, mucho para creer”. 

Para saber más o para sumarte al programa, entrá en www.idea.org.ar/actuar

Roberto Murchison, Presidente de IDEA y de Grupo Murchison.

Roberto Murchison: “Lo que me ilusiona es que la Argentina tiene alternativa, tiene con qué” 

Es Ingeniero Industrial graduado del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA), con una Maestría en Administración de Empresas del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Actualmente se desempeña como Presidente de IDEA y de Grupo Murchison. Presbítero Gobernante de la Iglesia Presbiteriana San Andrés, está casado y tiene 3 hijos.

–¿Cómo surgió el propósito de impulsar un proyecto solidario tan importante como ACTUAR desde una plataforma de empresarios tan prestigiosa como IDEA?

En IDEA entendimos que el desarrollo sustentable tiene que contemplar la inclusión social y a través del impacto que genera el trabajo. Con lo cual, con el tiempo empezamos a hablar de desarrollo sustentable, inclusión social o sustentabilidad social. Esto se vio volcado en un montón de en coloquios donde tuvimos paneles debatiendo qué podía hacer el empresariado y, a través de esas discusiones, entramos en contacto con el sacerdote Rodrigo Zarazaga y, cuando llegó la pandemia, nos preguntamos qué podíamos hacer en conjunto. Así nació la experiencia Seamos Uno, una experiencia que tuvo un impacto muy fuerte y a partir de ahí surgió un poco la inquietud de ver qué podíamos hacer. 

–Querían continuar con el trabajo social. 

–Claro, pero esa gesta ya no resultaba sustentable. Entonces decidimos juntar algunos proyectos que venían de antes, que tenían que ver con la capacitación en habilidades blandas para entrevistas, y la idea de que hay un montón de know how que tiene el sector privado, las empresas, que bien podría ser útil para la economía popular. El tema era cómo hacerlo llegar. Nos parecía que lo importante era mejorar la productividad, y eso fue un poco el embrión. Muy rápidamente se sumó ACDE, con lo cual muchos de los voluntarios son de allí. 

–Con una mano en el corazón, ¿qué te llevó a involucrarte?

–Por ese entonces yo era presidente de IDEA, con lo cual disponía de contactos para abrir puertas. Y a través de Seamos uno me conecté con la gente de los movimientos sociales. En el diálogo con ellos me di cuenta que había muchos prejuicios de ambos lados respecto de cómo piensa el otro pero, en el fondo, todos queríamos lo mismo: una Argentina mejor. Y estábamos de acuerdo en que la solución era generar más trabajo, no más planes sociales. Entonces, si había tanto en común, teníamos que ponernos a trabajar juntos. Porque no solo podíamos enseñar lo que nosotros sabíamos como empresarios, también teníamos mucho que aprender de lo que ellos nos podían aportar. 

–¿Por ejemplo?

–Cómo se las ingenian en situaciones tan complejas, cómo se financian, cómo trabajan. Y un montón de visiones políticas distintas, donde no hay una sola verdad. Antes no lo había visto. Con lo cual creo que, como en todo, uno tiene que encarar esas relaciones con humildad, entendiendo que tiene cosas para aportar, pero también para muchas otras dejarse transformar. De hecho, a partir de la actividad social el que más me enriquecí fui yo.

–Es un hecho que no hay manera de pasar por algo así sin un cambio de consciencia. 

–Exacto. Lo que pasa es que uno tiende a segmentar su vida y piensa en el Roberto empresario, en el Roberto que participa en la comunidad religiosa o en el Roberto que es activista social. Pero en el fondo somos una sola persona. Entonces el desafío está en integrarnos. Creo que muchos de nosotros hacemos actividad social en nuestra vida privada, ¿no? No nos es tan ajeno, en el fondo, pero para algunos sí fue la primera vez que pisaron una villa y ese tipo de experiencia impacta mucho.

–¿Cómo lo viven los voluntarios, qué te transmiten?

–En general, la primera reacción es de mucho dolor. Dicen: “Yo no me di cuenta de que hay gente que vive así”. Creo que hay mucho de sentir, de darse cuenta. Porque son personas que no han tenido la posibilidad, que no han podido acceder a la educación o al capital, pero en el fondo ponen el cuerpo y se esfuerzan. A mí me tocó ir a una cooperativa y pude ver que todos trabajan una determinada cantidad de días para la comunidad, no sólo para sí mismos. Algunos barren las calles de la villa, otros cocinan en un comedor, construyen aulas para un colegio secundario o cuidan de los chicos de otros que tienen que salir a trabajar. Piensan en términos comunitarios y eso genera un entramado social fuerte; es una forma de no quedar aislados de la sociedad.

–La fuerza de la comunidad…

–No conciben algo solo para ellos, los trabajos son grupales. En los barrios marginales se trata de formar comunidad y eso no es algo tan visto en el sector privado, aunque uno genere una cultura laboral y cierto apego y pertenencia a una empresa. A mí, por ejemplo, fue lo que más me llamó la atención. El mayor problema que tienen es la falta de acceso al crédito, un problema común en la Argentina que también, a otra escala, tienen muchos empresarios. Entonces no pueden comprar máquinas ni nada que les dé más productividad, y eso hace que no se los pueda formalizar. 

–Tenés lo humano muy presente, muy a flor de piel. Supongo que tu recorrido espiritual tuvo mucho que ver. 

–Sí, puede ser, siempre he trabajado mucho en comunidades de fe, donde todo es voluntario, y también en varias ONGs. Y ahí es donde más aprendo, más que siendo gerente general de una empresa. Aunque no parezca, lo espiritual está mucho más arraigado de lo que uno cree en nuestra sociedad. La gente lo busca, lo necesita. En general, la cultura latina le da bastante importancia al tema espiritual que, en un sentido amplio, es una parte intrínseca del ser humano. Y se ve mucho en los barrios humildes, con distintos tipos de expresiones, en general más vinculadas a las emociones, a través de los movimientos evangélicos y carismáticos.

–¿En tu caso en particular hubo alguna situación o alguna persona que te haya guiado en ese recorrido?
–Cuando yo era muy chiquito, mi padre tuvo un renacer espiritual fuerte, que también impactó en toda mi familia. Fue a partir de una depresión: con apenas 30 años se encontró que lo tenía todo, pero no tenía nada, porque no podía encontrar el sentido. A partir de ahí empezó una búsqueda, y de alguna forma volvió a la religión de base de la familia, que es presbiteriana protestante, así que yo nací en ese ambiente. Por supuesto, como todo el mundo, durante la adolescencia tuve un alejamiento y aunque mis hermanos habían estudiado afuera, yo quise quedarme acá para responder una gran pregunta que había en mí, que era en qué creía realmente. Saber dónde estaba parado respecto de mis creencias me parecía algo muy relevante. Y ya en la facultad decidí volver a la iglesia donde me criaron y ver si ahí encontraba las respuestas. Participé en un grupo de jóvenes, me reencontré con Dios y con mi espiritualidad. Tuve que redescubrir, que reelaborar la relación. 

–¿Creés que, a pesar de los dolores que nos aquejan como país, tenemos potencial para sanar?

–Los males no aquejan solo a la Argentina, el mundo entero está en la misma situación y habría que preguntarse por qué. Sí es verdad que acá hay un problema grande, que es este 40% de pobres nos duele a todos, especialmente a las personas pobres. Pero creo que Occidente tiene un problema ya desde hace muchos años, cuando se empezó a divorciar de la cultura judeo cristiana. De hecho, se habla del “síndrome de la flor cortada”, que es cuando cortás una flor y la ponés en un florero y se ve linda, pero luego se marchita. Yo creo que a la cultura de Occidente le está pasando eso: ha cortado sus raíces y eso ahora empieza a crujir. ¿Dónde está esa reserva espiritual? Yo no soy de los que piensan que los creyentes o los religiosos tienen el monopolio de la moralidad, porque la historia ha demostrado lo contrario. Pero sí que la religión, en el buen sentido de la palabra, y más que nada la vida comunitaria, generan una moralidad, una base de valores comunes que permite construir algo como sociedad. 

–Como en Seamos Uno, el proyecto que liderás es integrador, ¿la intención es no dejar a nadie afuera? 

–En estos últimos tres años me ha tocado interactuar con gente de todo el abanico político y también con los distintos movimientos sociales. Y, personalmente, sostengo que en la Argentina hay mucho más consenso respecto del país que queremos, de lo que está expresado públicamente. Los movimientos sociales están pidiendo más trabajo, no más planes. En los barrios humildes exigen que haya más seguridad para ir a trabajar o para poder mandar los chicos al colegio. Creo que es algo esperanzador que eso esté pasando y, como les digo a mis hijos, prefiero vivir como un optimista equivocado que como un pesimista. 

–¿Cómo ves el hecho de que cada vez más jóvenes se están yendo del país? 

–Por supuesto que duele que haya gente que se haya ido o que se quiera ir del país, aunque haya razones muy válidas para hacerlo. Pero con mi mujer hemos tomado la decisión de no criticar en la mesa de la cena al país ni a la Iglesia. El resultado es que mis hijos quieren quedarse acá. Es algo personal, pero creo que si te la pasás criticando el país, es lógico que los chicos se quieran ir. Entonces me parece que a veces responsabilizamos al país de nuestras propias frustraciones. 

–¿Cuál es para vos el problema principal que tiene la Argentina hoy? 

–Para mí, el problema principal que tenemos es la incapacidad de atraer inversión. Porque se necesita inversión para generar trabajo y trabajo para eliminar la pobreza. Hay muchas familias decidiendo si este año se van o no de vacaciones, si compran una máquina, si amplían el quiosco o compran un camión. Es una empresa como la nuestra, que tiene 125 años, somos nueve primos tomando decisiones y eso ocurre con la ciudadanía, donde incluso los actores que no saben que están tomando decisiones cuando deciden dejar de hacer sándwiches para los vecinos, para armar un pequeño menú digital y poder sacar más rédito. Hay que entender que ese es el tema de la Argentina: tiene un montón de potencial, pero darle curso requiere de mucha inversión y, sobre todo, de educación.

–¿Cuál es el rol que te parece que tienen las mujeres en ese proceso?

–Mi visión es que, en general, el trabajo fue diseñado por hombres para hombres y por eso el sistema está crujiendo. Te pongo un ejemplo: yo desayuno con los colaboradores de distintos rangos jerárquicos una vez por mes. Y en uno de esos encuentros, les pregunté cuántos se habían juntado con alguien a tomar un café para charlar de verdad, profundamente, en el último tiempo y las que levantaron la mano fueron todas mujeres. Probablemente porque los hombres lo ven como una pérdida de tiempo, de eficiencia. En cambio las mujeres saben que, al sentarse a charlar están, se ponen a disposición del otro, y eso es muy importante porque esa disposición, esa empatía, les permite llegar al hueso de las cosas. Con el tiempo, habrá suficientes mujeres que estén en posiciones de liderazgo que ayuden a las empresas a cambiar esa cultura que pone tanta distancia entre las personas. 

–¿De qué te gustaría ser el mensajero a través del programa ACTUAR?
–Creo que el mensaje hacia el ecosistema empresario es que tenemos una herramienta que nos permite interactuar con una parte de la sociedad, con la cual normalmente no tenemos mucho vínculo y con la que podemos aprender mucho mutuamente. Parte de esos aprendizajes tiene que ver con la economía popular, con el trabajo comunitario, cooperativo, que tiene mucho de vincular y puede aportar grandes cosas a la economía formal. Tenemos que ser más colaborativos entre el propio empresariado y entre el empresariado y la economía popular, claramente. Ahora bien, al final del día, hay que ordenar la macroeconomía, porque si no esto que estamos haciendo será siempre algo marginal. 

–¿Qué te da ilusión? 

–A mí lo que me ilusiona es que yo creo que la Argentina tiene alternativa, tiene con qué. Y tal vez ese es nuestro gran pecado, ¿no? Que tenemos potencial, entonces todo el tiempo se  está distribuyendo la riqueza, antes de generarla.

Por María Eugenia Sidoti

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